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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Viaje a Madrid y al pasado

 

Como es tan temprano, improviso una soleá preventiva mientras salgo de la casa a oscuras:

 

De madrugá

solamente nos cruzamos

los que vienen, los que van.

 

*

Pero luego está el Puerto demasiado solitario, y la realidad me va a dejar por mentiroso. Hasta que al llegar a la estación de trenes, veo a un ruidoso grupo de jóvenes que vienen de fiesta. No se explicarán la cara de alegría que me ha dado verles.

 

*

Al mirarlos, uno de ellos era Antonio, alumno mío. Le ha saludado: «¡Antonio!». Con la misma sorpresa o más ha dicho: «¡Enrique!». Los otros fiesteros, como no sabían de donde salía yo, más allá de las tinieblas de la madrugada, han hecho un amago de reírse. Antonio ha cortado en seco: «Es mi profesor». Ha explicado su opción preferencial por el ocio: «Como mañana hay huelga…» Y a mí me ha hecho muchísima gracia lo de «mañana» a las seis de la mañana.

 

*

 

Me han despedido Antonio y sus amigos muy serios, impresionados de que fuese a Madrid, que en provincias eso viste mucho. «Adiós, adiós, que le vaya bien». Parecía un comité de despedida.

 

*

 

Hoy en el tren no se me ha sentado al lado la más guapa, pero sí enfrente una opositora que me ha retrotraído al pasado. Subrayaba con un fosforito amarillo a una velocidad que es imposible que le diese tiempo a leer, pobrecita. Ni me ha mirado al entrar ni al darle una patada al meter mis piernas en el cubículo ni cuando he sacado mis libros. Nada: superconcentrada. Pero en cuanto han puesto la película en el tren se ha puesto a mirarla fijamente, sin auriculares ni nada. Yo había olvidado lo que es ser opositor.

 

*

 

He decidido dar un paseo hasta el hotel. Me he cruzado con innumerables grupos de estudiantes camino al Prado. Unos más ruidosos, otros más modernos, alguna chica muy tímida… Era bonito, aunque cuando veía a los profesores tratando de pastorearlos se me cortaba todo el bucolismo.

 

*

 

Estaban unos ingleses bebiendo cervezas en la calle helada y mojada. Uno explicaba a los otros con voz de experto en la materia: «It’s very common in Spain…». Qué ganas me han entrado de pararme a escuchar. Para llevarle la contraria, seguramente.

 

*

 

En el hotel, la directora del hotel, que me ha atendido por casualidad, me ha ofrecido una habitación mejor por un suplemento de 10 euros. Le he dado las gracias, pero no me hacía falta. Bien. Ha llegado la recepcionista y la jefa se ha puesto a hacer sus cosas dejándome muy bien atendido. He pedido poder entrar antes de la hora para trabajar un poco, que todavía era muy temprano. Han ido a ver. Sólo estaban listas las habitaciones que eran un poco mejores. Entonces la directora se ha precipitado para decirme que me invitaba a la mejor sin suplemento ni nada. Ha sido admirable. Lo ha hecho para que no pareciese en ningún momento que me estaba haciendo chantaje, que es lo último que haría un caballero (o una dama) según Borges. Me habría quedado explicándole lo bonito de su acción, pero como era muy guapa, mejor no.

 

*

 

Ahora en el hotel, después de mandar el artículo, tenía un rato para empezar el diario de la jornada, pero no había tomado ninguna foto del Puerto de madrugá. Me he puesto a rebuscar en el móvil fotos antiguas y ha sido un viaje al pasado. También en el sentido de «pegarse un viaje». He perdido media hora larga o la he ganado en los brazos de la nostalgia y la felicidad retrospectiva. Me he hecho un firme propósito para el futuro: dedicar más tiempo a la memoria.

 

*

 

Hasta que me ha salido esta foto:

 

y me he vuelto a trabajar.

 

*

 

La comida, pensada para desvirtualizar a unos y a otros, es en la calle Ibiza, 35. Yo, desde que supe la dirección, voy recitándome obsesivamente los versos que Luis Rosales soltaba cuando le preguntaban (tiempos existencialistas los suyos) qué es un hombre. Pegaban para ahora que nos íbamos a conocer en persona. Son impresionantes:

 

[…]

que llamen a tu casa: Ibiza, 33,
y pregunten allí por Dionisio Ridruejo.

 

Luego no encontré la ocasión de recitárselos a nadie.

 

*

 

En la comida, me dio por confundir los nombres con los apellidos o al revés. Me pasó tres veces, que ya es raro.

 

*

 

Fui directamente a dar mi clase.

 

*

 

Y todo seguía acelerándose, quizá como una ironía para lo que pasaría al día siguiente.

 

*** sábado ***

 

En el tren, a mi lado ni siquiera una opositora. Un chico joven que cogió el móvil y no lo soltó en todo el tiempo, que ya es decir, por lo que contaré en un rato.

 

*

 

Jugaba a cosas de tiros, otras veces veía muestrarios de tatuajes y también vio varios episodios de los Simpson.

 

*

 

Venía por el pasillo una chica guapísima, que se había sentado en otro coche, y cuando pasó por mi lado y pude verla de cuerpo entero, venía embarazadísima. El efecto óptico me hizo mucha gracia y muy feliz. Imaginé una frase atrevida: «Di un salto de alegría en su vientre».

 

*

 

Terminé de leer el libro que tenía que haberme terminado para la clase de ayer. No me extraña: todavía estoy estudiando para una conferencia que di en octubre.

 

*

 

De pronto, se paró el tren. De una manera que todos presentimos que es una avería seria.

 

*

 

Pasan las horas (h-o-r-a-s). Yo asumí que no llegaría al almuerzo en casa de mi suegra; y era emocionante ver la pena que me daba no llegar a tiempo para ir a casa de mi suegra. Una pena real, sentida, sin sombra de cinismo.

 

*

 

Mucha gente protestaba, pero iba un niño de unos doce años entusiasmado con la aventura. Sus padres habían cogido un ida y vuelta desde Ciudad Real para conocer Sevilla y les agobiaba quedarse sin excursión. Les dije: «Por el niño no os preocupéis, que se lo está pasando en grande». Por lo visto no habían caído en eso, y les puso de un excelente humor. A mí, saberme revelador de cierta alegría, también.

 

*

 

Me puso mohíno en cambio las risas de unas chicas muy rubias y muy monas, que aprovecharon el cambio de trenes para fumarse un porro.

 

*

 

Del chico que estaba a mi lado (con el móvil) me llamó mucho la atención que cuando le llamó su padre le contestó con una violencia que ríete tú de sus videojuegos. Yo creía que no se me notaba nada. Sin embargo, cuando dijeron que en el tren nuevo tendríamos que ir en el mismo número de coche y de asiento, noté que levantó una ceja. Se fue antes y ya nunca volví a verlo. Se ve que no iba cómodo, tampoco.

 

*

 

El campo estaba precioso; al pasar por una ciudad vi a una pareja en el parque charlando muy monos y llegué a merendar a casa de mi suegra. Ah, y me terminé el libro para la clase pasada. E hice el resto del viaje con dos asientos para mí. Sólo echaba de menos al niño feliz de Ciudad Real. Ojalá Sevilla le haya gustado tanto como la aventura del tren parado.

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