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Si la gente celebra su suerte, me encanta unirme a su fiesta. Sin embargo, con los quejosos pierdo la paciencia y siento —vértigo diagonal— una envidia por desaprovechamiento. Me explico. Si alguien lloriquea y tiene un trabajo mejor que el mío o una posición o un prestigio o un patrimonio o una trayectoria que ya quisiera yo, entonces pienso: «Si yo tuviera tu suerte, no me quejaría lo más mínimo». De rebote, estoy a punto de caer en la envidia. Doy dos pasos atrás casi siempre. Pero si estáis conmigo, por favor, no dejéis de celebrar vuestra buena suerte. Por piedad.
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Hubo alguno más, pero ya les había cogido el truco.
