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Para el indígena, pasear por su pueblo esta mañana resulta muy melancólico. En cada calle de la urbanización, hay dos o tres familias cargando sus coches para volverse a Madrid. Algunos son amigos. Los primos se han ido ya o están a punto de irse. Yo estoy a un tris de volverme a recitar el poema de las últimas sombrillas en la playa que escribió el joven Benítez Reyes, que en Rota tiene que pasar cada final de vacaciones por tres cuartos de lo mismo.
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Me salva del regodeo melancólico el libro que me traigo entre manos, de Alain. Hace honor a su título, Sobre la felicidad.. Escribe un artículo contra los viajes que deja en pañales todas mis invectivas anteriores. Yo digo siempre para regodeo de mis niños y cabreo de mi mujer que vamos de viaje a Cádiz o a Jerez, cuando tenemos que ir hasta esos lugares exóticos, Alain cincela: «Para mí, viajar es andar un metro o dos».
Y además lo explica y, encima, bien: «Si voy de torrente en torrente, siempre encontraré el mismo torrente. Pero si voy de roca en roca el mismo torrente se convertirá en otro a cada paso». Hay más diversidad en estar atento que en no estarse quieto. De hecho, de esta mañana a esta noche, el Puerto de Santa María pasará a ser un sitio casi irreconocible.
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El remate es inmejorable: «Desde todas partes puede verse el cielo estrellado; he ahí un bellísimo precipicio».