Una historia de las andanzas de José María Pemán por Hispanoamérica tiene un encanto de microcuento costumbrista:
También comí en Lima con una señora que entre bromas y veras, se me declaró creyente en la «transmigración». Me reveló mil extraños dogmas de su poético credo. Se reservaba para sí la certeza de haber ocupado anteriormente las más amables formas zoológicas: ave del paraíso, gacela, calandria. No se si se confesaba o se piropeaba; no sé si aquella era su fe o su coquetería.
Luego me dijo que en mi vida anterior yo debía haber sido zorro, a juzgar por la cortesía sonriente con que admitía sus deliciosas herejías.
La limeña le había leído al pensamiento y, de un solo golpe de ingenio, había elevado la anécdota a categoría. Había retratado a Pemán. Quedémonos con eso, con el retratista retratado (y no leamos entre líneas, que es peor). La gran astucia de escritor fue recoger la entrevista como si nada.