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En los pasillos del IES los compañeros me dan las condolencias por la muerte de Antonio Gala. Yo las agradezco con algunos cabezazos que esconden mi sorpresa y mi agradecimiento. Cuando llego a casa, Leonor, ay, también me pregunta por Gala. A ella sí le digo que le voy a contar lo que me pasó con Aquilino Duque. Pero además añado: «Ah, oye, y lo voy a contar en el blogg». Entonces se da media vuelta: «Genial, pues entonces luego te lo leo».
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Ahora lo tengo que escribir, aunque sea por la fluidez de la comunicación conyugal. La cosa es que una vez, comiendo en casa de Aquilino, donde le gustaba reunir a escritores y artistas, yo, jovencito, asistía con cierto complejo de recién salido del cascarón. De pronto, se me ocurrió una ingeniosidad a lo Oscar Wilde. Estaba encantado con la ocurrencia, y seguro de que iba a dar el campanazo. Hablaban de Luis Antonio de Villena y yo solté mi frase: «Luis Antonio es el Antonio Gala de mi generación». Miré a mi alrededor, orondo, esperando el aplauso y ya casi se arrancaban a algunos, pero Aquilino soltó un bufido tremebundo: «Que más quisiera De Villena… Gala es un poeta auténtico». Yo tomé nota. Hacer el Wilde es jugar con el fuego.
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Ayer leía un soneto suyo que está muy bien. Y lo recordaba a él y el bufido de Aquilino Duque, con el que defendió al que fue su amigo de juventud.
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