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Realmente estoy dormido. En el dilema entre si el aforismo es el sprint o la siesta, Julio Llorente defendía la siesta y yo me la pegaba. Dije en mi última tanda en Vozpópuli que el aformismo era ambas cosas, alternativamente como en el cuento de la carrera entre Ulises [sic] y la tortuga. A última hora, un amigo culto y bueno (valga la redundancia) me preguntó que si me estaría refiriendo a Aquiles, por eso de la paradoja de Zenón. Escribí corriendo cual una libre recién despierta a Víctor Lenore pidiéndole la corrección y disculpas. Pero esta mañana, he caído que ni Aquiles ni Ulises, sino Esopo. Mi referencia es la fábula de la tortuga y la liebre. Claramente, entre sprint y sprint estoy dormido.
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Tras el mea culpa, mea maxima culpa, y sin la pretensión de que sirva de excusa ni de fermosa cobertura, pienso que la liebre de Esopo, en parte por la tradición y en parte por la vanidad, bien pudo soñar que era Aquiles, el de los pies ligeros. Le pega bastante. Y por esas metamorfosis de los sueños acabar pensando en Ulises y en sus muchas tretas cuando la cosa se le transformase en pesadilla, y temiese que ya por Zenón, ya por Esopo, matemáticas o moralejas, la tortuga iba a ganarle la carrera. Se despertaría sobresaltada, como yo cuando caí en la cuenta. Donde menos se espera salta la liebre.
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Mi ángel tutelar, sin embargo, no descansa y, para que tamaño desastre no se me impute, ha conseguido, Dios sabe cómo, que el artículo me lo firme un chivo expiatorio, llamado Grego Casanova. Que él, la liebre, Ulises, Víctor Lenore y Aquiles me perdonen.
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