Cuando murió Aquilino Duque hace unos días, escribí mi obituario. Pero ahora, leyéndole con obsesiva melancolía, me he dado de bruces con un poema suyo de Las nieves del tiempo que dice todo lo que se puede decir. Qué hermosa verdad:
KEATS Y LEOPARDI
¿La vida absurda? ¿Fango el mundo?
Si aún estáis vivos hoy, en Roma,
a dos de junio del ochenta y seis
¿no lo estaréis también allá
donde en el fin está el principio,
en el todo la nada,
y el tiempo y el espacio se disuelven
en lo infinito y en la eternidad?
No escribe Dios los nombres en el agua.
Y, además, Aquilino me hace un guiño por encima del muro. Cita en su poema el lema eliotiano de María Estuardo que también había citado yo un poco instintivamente.