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Carmencita viene encantada del colegio. La razón: me ha estado leyendo. No en clase, en el recreo y en el autobús. Se ha descubierto en el diario y ha leído todas las entradas en las que hablo de ella. Las otras no, me precisa, preadolescente. Para mí ha sido una alegría porque siempre te queda el miedo de que no les guste cuando adolescentes que tú contases tantas cosas de ellos de pequeños. Ahora está encantada, más con ella que con mi prosa, pero eso me da igual. No se acordaba de casi nada y me pregunta y yo tampoco me acoerdaba y nos reímos juntos de sus cosas de entonces. Qué maravilla la memoria. Llevad, a poco que podáis, un diario. «¡Qué graciosa era!», dice. «Y lo eres, ya verás dentro de diez años», le profetizo. Se ríe, dubitativa.
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