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Recomiendo vivamente tener un hermano poeta, aunque también recomiendo tener un hermano que no sea poeta, como celebraba Wislawa Szymborska en un poema precioso. Lo bueno es tener hermanos y tener poetas, coincidan o no. A fin de cuentas, si uno lee bien y el poeta es bueno, se crean lazos de fraternidad y el lector es un fingidor. Estoy leyendo la poesía de Jaime, como ya habrán adivinado.
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Tiene en Libro de viejo un poema que se titula «28 de marzo» y que celebra el cumpleaños de mi madre, años después de muerta. Con el arranque no puedo estar más de acuerdo:
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Hoy era el cumpleaños de mi madre.
Los que creemos en la vida eterna
nacemos para siempre,
y no venimos a morirnos nunca.
Morirse es de paganos, y de pobres
de espíritu.
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Yo no lo habría expresado mejor y, por eso, estoy agradecido al poeta. Pero lo asombroso de verdad viene después. Dice que «la eternidad es ese instante, pleno/ de gracia irrebatible». Y se pregunta: «¿Cuál sería ese instante de mi madre?». Sigue un verso rotundo, aproximativo, maravilloso: «Seguro que mi padre estaba cerca». Pero después viene el asombro del descubrimiento: «Ya/ lo sé». Lo cifra en unas de esas navidades en que íbamos a Murcia, a la que fue su casa, y nos recibían sus padres. Y realmente yo no lo sabía, pero ahora no tengo dudas. El poema de Jaime ha hecho caer la venda de mis ojos: la felicidad de mi madre en su casa era absolutamente rotunda. No hay duda. Y lo he leído ahora, recién llegado de Murcia, y todavía lo veo más claro.