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Presa de un catarro, hipocondríaco y mal enfermo, pensé que mi día había sido lamentable. Pero me dio tiempo a ir a misa y ¿cómo va a ser lamentable un día en el que uno ha comulgado? Teologías aparte, me dio la impresión que no hice más que ir desde el antigripal a la siesta. Sin embargo, sin yo saberlo, estaba viviendo un día estupendo en los sueños de un amigo. Me cuenta:
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Esta noche me has visitado en sueños. Qué alegría.
Habías venido a dar una conferencia aquí, y te alojabas en mi casa.
Con un licenciado/becario que estaba organzando mi biblioteca (y al que tú ya conocías), después de que se fuese la limpiadora, que había cambiado la situación de las tuberías de la calefacción como si nada, nos tomábamos unos whiskies con queso manchego en una terraza (que no tengo), frente a una impresionante vista de montañas alpinas nevadas, entre las que estaba el Spitzberg (?) y el Monte Tabor, donde se produjo la Transfiguración del Señor.
Me llamó la atención lo mucho que sabías de los entresijos de la vida de Pontevedra.
Por cierto, te encontré corporalmente más chestertónico que las últimas veces.
Para que veas que hasta mi inconsciente te tiene presente.
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Me ha hecho una enorme ilusión. A veces, cuando tengo un día tonto, pienso que a lo mejor alguien lee un poema mío y entonces estoy viviendo en mis versos muchísimo mejor. Esto era igual, pero sin versos. El whisky, el queso manchego y la imposible terraza me sentaron de maravilla. Creí por un momento que lo que iba a ser llamativo era lo mucho que sabía de la Transfiguración, pero los entresijos de la vida social de Pontevedra me pegan bastante, la verdad. Y asombrosamente estoy más chestertónico, en efecto, que otras veces.
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Es extraordinario que alguien sueñe contigo. Hasta me encuentro mejor del catarro.