El flirteo que durante toda su vida Philip K. Dick mantuvo con la locura, hacen de él una figura atractiva y también peligrosa para el género biográfico. Su manera esquizoide de ver el mundo tiene el atractivo de lo morboso, pero al mismo tiempo supone un desafío para el escritor que ha de volver inteligible lo que, fuera de la mente del propio Dick, no lo es. Supone un mérito grande, por tanto, que Emmanuel Carrère salga victorioso de la difícil empresa. Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos consigue asomarnos al abismo mental del escritor estadounidense sin dejarse absorber por él.
Como tantos otros enajenados, a Philip K. Dick, más que faltarle, le sobraba raciocinio. Para él la realidad tenía que estar cerrada como un orbe, cada uno de sus elementos conectados en un entramado de causalidades a veces ocultas, otras ocultadas. Esa voracidad explicativa le podía llevar a creerse un androide de sí mismo, o el san Juan Bautista de la tercera y definitiva época cristiana, o un Solzhenitsyn llamado a desenmascarar el colosal y pérfido montaje de la administración de Richard Nixon.
Pero lo que hace pertinente la figura de Philip K. Dick no es su locura discontinua ni sus delirios de grandeza, ni siquiera que bautizara a su hijo con chocolate y a hurtadillas. Su atractivo radica en que, combinado o solapado con la anterior, Dick fue un escritor prodigioso a su manera. No destacó en ninguno de los aspectos técnicos de la novela, sin embargo tenía un don, quizá maldito, para lanzar interrogativos trascendentales y formular hipótesis. Bajo su desaliño estilístico, siempre bulle una pregunta candente, puntiaguda, insoslayable. Por ejemplo, a propósito de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, dice Emmanuel Carrère:
“Es curioso que nazcan de la pluma de un autor de ciencia ficción, un autor de un estilo mediocre para colmo, esos pasajes memorables que no sólo son sobrecogedores, sino que nos dan la certeza de aferrar algo esencial, fundamental. Nos hacen vislumbrar un abismo que formaba parte de nosotros y que nadie todavía había sondeado. En Blade Runner encontramos uno de esos momentos: el grito de horror del androide que descubre su condición. Horror absoluto, sin remedio ni consuelo, a partir del cual todo resulta pavorosamente posible.”
Emmanuel Carrère
Si bien, cuando pensamos en biografía y en Carrère, de forma automática se nos viene a la mente la figura de Limónov, no creo que Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos salga perjudicada con la comparación, por más que no abunde en trepidantes acontecimientos como la otra. Aquí, decíamos, el francés consigue trasladar de modo inteligible, que no comprensible, la mirada de alguien que siempre tuvo un pie en la realidad y el otro vaya usted a saber dónde. Una biografía sobre Philip K. Dick siempre se enfrentará a la tentación de resultar phildickiana, pero Carrère, en buena hora, resiste.