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Reseñas
literarias
Yaa Gyasi

Volver a casa

por:
Aurora Rice
Editorial
Salamandra
Año de Publicación
2017
Categorías
Sinopsis
Primera novela de la escritora estadounidense de origen ghanés Yaa Gyasi, una cautivante historia de hondo calado humano que se desarrolla en la costa suroccidental de África y en Norteamérica desde el siglo XVIII hasta la actualidad. Hijas de una misma madre y de padres pertenecientes a dos etnias distintas, Effia y Esi son dos hermanas de sangre que nunca llegarán a conocerse. Sus caminos están irremediablemente destinados a separarse: así, mientras Effia es obligada a casarse con un gobernador inglés y a residir en una fortaleza junto a la costa, Esi es capturada y enviada como esclava al sur de Estados Unidos. La narración va trazando, pues, el devenir de las dos ramas de la familia, protagonistas de conmovedoras historias de aflicción, esperanza y superación en el marco de una serie de relevantes acontecimientos históricos: las guerras tribales, el negocio del cacao, la llegada de los misioneros, la Ley de Esclavos Fugitivos de 1850, la Gran Migración Negra, la lucha por los derechos civiles y el renacimiento de Harlem en los años veinte, hasta llegar a la epidemia de heroína de los setenta. Recibida con entusiasmo desbordante en Norteamérica, Inglaterra y Francia, la crítica especializada de ambos lados del Atlántico celebró la llegada de una voz nueva, límpida y potente, dotada de un especial talento para acercar al lector el microcosmos de los sentimientos más íntimos del individuo en su desigual lucha ante la aplastante fuerza de la Historia. Una lectura apasionante, diríamos irrenunciable, que sirve de carta de presentación de una nueva generación de autores de origen africano que, sin duda, dejada huella en la literatura de este siglo.  
Yaa Gyasi

Volver a casa

«En mi aldea dicen de las hermanas separadas que son como una mujer y su reflejo, condenadas a permanecer cada una en su lado del estanque». Volver a casa (título que hace referencia a la vieja creencia afroamericana de que, al morir, el espíritu del esclavo vuelve a África) es un vaivén que va bordando un tapiz de variados colores a lo largo de dos siglos, entre siete generaciones descendientes de dos hermanas, la que se quedó en África y la que se llevaron los negreros a América.

Los colores son el motivo que se repite. «La necesidad de decir esto es bueno y esto es malo, esto es blanco y esto es negro, era un impulso incomprensible para Effia. En su aldea, todo era todo. Todo sostenía el peso de todo lo demás». Y sin embargo, hay infinitas maneras de ser blanco o negro: «Eran hombres blancos, los primeros que había visto Esi en su vida. Su piel no se le parecía a ningún árbol ni fruto ni fango ni tierra que hubiera visto nunca: «Esta gente no viene de la naturaleza”»; aunque luego dirá que el soldado tiene la piel «del color del interior de un coco», y de su futuro esposo, que tiene el pelo «del color de la corteza de árbol después de la lluvia». Para la piel negra hay matices sin fin: hueso de aguacate, caoba oscuro, té lechoso, negro carbón. Hay unos muebles de madera «del color de la piel de su padre». Y más adelante, cuando se van mezclando las razas, se nos habla del «chico negro más blanco que había visto jamás: su padre era color café, pero Robert era color leche… sus ojos se parecían a muchas cosas. A los charcos claros que se quedaban encima del fango, en que a ella y Hazel les gustaba saltar, o al cuerpo brillante de una hormiga dorada…»; y aún sigue habiendo, por supuesto, «piel oscura, de un negro azulado»; o «lustroso como el betún». Los colores se referirán también a otras cosas: «“Blanca” podía ser una forma de hablar; “negra”, la música que te gustara escuchar». Cuánto matiz, cómo se afina. A la protagonista de una de las historias se la somete a la prueba de la bolsa de papel: «Era demasiado negra para cantar en el Jazzing. Se lo dijeron la noche que se presentó a que la oyeran. Un hombre muy alto y delgado le puso una bolsa de papel junto a la mejilla: “Demasiado negra. Jazzing es sólo para las chicas más blancas”». Más blancas, se entiende, entre las negras. Las complicaciones interraciales nos traen a la memoria La mancha humana, estupenda novela de Philip Roth.

La novela consiste en catorce narraciones personales que recorren el hilo de la historia en los dos continentes, a partir del tráfico de seres humanos, una herida que tal vez jamás pueda cerrarse del todo. Los personajes africanos cuentan aquel horror que se origina en la Costa del Oro, en el África occidental, donde unas tribus cazan a otras para vendérselas a los ingleses y holandeses que esperan en el puerto; los americanos nos llevan a las plantaciones del sur de los Estados Unidos, a las llamadas leyes de Jim Crow de después de la Guerra de Secesión (cuando fue abolida la esclavitud, pero se inició en el sur la opresión de otra manera igualmente injusta), a la consiguiente Gran Migración (cuando millones de negros se marcharon del sur, huyendo de una situación de pobreza y violencia que no les permitía salir adelante), a la lucha por los derechos civiles de mediados del siglo veinte, y al presente. Los protagonistas hacen referencia unos a otros, apareciendo en sueños y en las historias familiares, en algún objeto, conformando un particular folclore. La autora, Yaa Gyasi, nació en Ghana en 1989 y creció en Alabama; escribe que «el problema de la historia es que no podemos saber aquello que no vimos ni oímos ni experimentamos en persona. No tenemos otro remedio que confiar en las palabras de otros. ¿A quién creemos?» Ella sigue muy dignamente la estela de los grandes: a Toni Morrison, desde luego, pero también cita entre sus inspiradores a García Márquez.

¿Hacía falta otro libro que mostrase la crueldad, la injusticia, la abyección y el horror de la esclavitud? Es un tema verdaderamente inagotable, igual que otros horrores de la historia de la humanidad. Este, en su propia estructura, nos comunica en especial el impacto de aquello en la vida actual: llega un momento en la narración en que empezamos a olvidar, en medio de tantísimos personajes. Ese olvido forma parte del libro: tal vez olvidemos, o deseemos olvidar, pero no podemos. Marcus y Marjorie, contemporáneos nuestros que cierran la novela, sienten en sus vidas la confusión producto de la historia; el lector, por muy remota que la sienta, también está implicado como miembro de una humanidad tan inhumana. Y es justo que sea así. ¿O acaso nuestro tiempo no tiene sus propios horrores? Volver a casa nos interpela, nos obliga a preguntarnos cuáles serán las injusticias y los horrores actuales que a nosotros tal vez nos parezcan normales, y que nuestros descendientes, ojalá, contemplarán con repugnancia.

¿Qué dicen del libro?

Lire

Hay libros buenos, libros hermosos y luego están los grandes libros. Hay libros que emocionan y educan, y luego están los que son menos habituales, los valiosos, los que tienen la fuerza de cambiar nuestra forma de entender la complejidad de este mundo extraño. Volver a casa pertenece a esa segunda categoría.

Le Monde

Trazar tres siglos en cuatrocientas páginas era una apuesta arriesgada y podría haber terminado en una novela didáctica o insulsa. Pero no ha sido así: Gyasi ha logrado esta proeza gracias a una inteligente combinación de política e intimismo, historia y magia, y a unas imágenes con un gran poder evocador.

The Guardian

La esclavitud es una herida abierta: nunca sanará. Y como tal, ha proporcionado una reserva inagotable de material para narradores, un pozo sin fondo de giros trágicos, traiciones épicas, trascendencias inesperadas y secretos desconocidos. [...] En ese mismo pozo de agua turbia se ha sumergido Yaa Gyasi, escritora novel de origen ghanés-americano, para crear Volver a casa, un retrato valiente del papel que desempeñó África occidental en el comercio transatlántico de personas.

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