Confieso que aquellos que tenemos una excesiva sensibilidad nos acogemos a la música como como uno de los mejores refugios. Por no caer en el tópico, más bien algo que nos da la vida. Perseguimos un algo que nos pellizque con que combatir contra poses, modas y contra los intentos de alienación. Si hay algo que me conmueve son las cosas sencillas como el sonido de un piano, un objeto que te lleva a la infancia…
La música nos mantiene no sólo vivos, también felices y eso lo comprendió pronto Sonia Simmenauer quien creó su propia agencia de representación en Hamburgo, el ‘Impresariat Simmenauer’. Sonia actuaba a modo de aquellos secretarios del siglo XVIII que resolvían a los artistas sus asuntos administrativos. El gusto innato y apasionado de Sonia por la música y por la buena administración generó tal interés que rápidamente prestigiosos cuartetos llamaron a su puerta como Guarneri o Alban Berg, entre otros. Les facilitaba la valiosa facultad de poder dedicarse sólo a su arte y olvidarse de la áspera burocracia, que no es asunto baladí. La experiencia supuso este aprendizaje que plasmó en Vivir en cuarteto. Retrato íntimo del cuarteto de cuerda (Antoni Bosch Editor) y ahora nosotros, sus lectores, también hemos aprendido que un cuarteto de cuerda no es sólo una escuela musical, sino sobre todo una educación en sociedad cuyos miembros son instrumentos de diferentes hechuras, texturas y musicalidad, pero uno solo. Un diálogo a cuatro voces cada una con la misma importancia, ni uno más ni uno menos.
Más de uno se verá identificado con algunas de las situaciones cotidianas que suponen a diario algún quebrantamiento de cabeza. Hay días que son como un campo de batalla. Llega a compararlo con un matrimonio, no les digo más. Con diligencia y eficacia, Sonia Simmenauer se ha encargado del aborrecible papeleo que representa resolver gestiones de gastos, horarios de vuelo, imprevistos tales como enfermedades, huelgas… ¿El secreto? Encontrar el equilibrio entre la cercanía afectiva y la distancia laboral. Seguro que coincide, amigo lector, en que al trabajar en equipo todo queda al descubierto, hasta las más íntimas decisiones familiares, como un divorcio incluso un parto; es inevitable que la vida se entrometa en la carrera común. Para mantener la estabilidad son necesarias cuatro personas con las mismas ganas y metas así como capacidad de sacrificio.
Ninguna tecnología ni inteligencia artificial podrá sustituir al placer de tocar música en directo o escucharla en vivo. Nos seducirá descubrir la fuerza que cada uno de nosotros llevamos dentro. ¿Quién no ha intuido desde su asiento cómo sobre el escenario se produce ese contacto visual a veces de la viola con el violín, a veces el violonchelo con la viola hasta que, de repente, como una bandada de golondrinas forman una caligrafía y vuelan juntos. En el fondo, la música tiene que ver con la generosidad. Saber cuándo se está en primer plano y cuándo hay que dejar brillar al otro. Para Goethe representaba el culmen de la concordia como una conversación entre personas racionales.
Valorará el lector esa sensación en armonía durante un brevísimo, pero liberador, espacio de tiempo que dura esa obertura o ese cuarteto en la menor de Schubert. Me reafirma en aquello que me explicaron desde bien pequeñita: hay que entender a la gente como es. Tratar de entender sus peculiaridades, intentar comprender a cada individuo en particular. Jamás hacer juicios y ser tolerante con las distintas formas de ser, de pensar, trabajar, gozar e incluso de odiar que tienen las personas. Después, sobre el escenario, defenderás a muerte tu personaje o el instrumento; pero, en la vida debe ser uno mismo: sin máscaras, sin falsedades. Y eso, si lo transmites, llega espectador. Vaya que si llega…
Anne-Sophie Mutter decía que la música le había hecho mejor persona. Aprendió a sentirse parte de un grupo. También aprendió a ser líder al mismo tiempo que parte del grupo. Aprendes a escuchar, a comunicar. Y eso, les aseguro, Sonia lo ha logrado transmitir en este magnífico Vivir en cuarteto. Para muestra esta conmovedora anécdota: el primer violín del cuarteto de Cleveland olvidó su frac en un armario del hotel en Recklinghausen. Cayeron en la cuenta cuando ya volaban a Heilbronn, donde tendría lugar el siguiente concierto. Aunque reaccionaran rápidamente empaquetando el frac en el siguiente tren a Heilbronn, estaba claro que no llegaría a tiempo. Para colmo, era imposible encontrar uno de alquiler porque era día festivo. La organizadora del concierto de Heilbronn se ofreció, entonces, a prestarles el frac de su marido que había fallecido unos meses antes. Encontraron en ella un alivio acompañado de unas emocionadas lágrimas. El violinista ensayaba de pie, mientras la mujer cosía para ceñir provisionalmente a su cuerpo los anchísimos pantalones. ¡La velada estaba salvada!
El maravilloso mensaje que nos deja Vivir en cuarteto es, en el fondo, la suma de cosas que te reconcilian no sólo con tu vocación de músico o cualquier disciplina artística, sino con la vida. La importancia de los valores que llenan nuestra existencia, desde la intensidad vital, la aventura, la camaradería, el poder del perdón, la fascinación que provoca ese progreso que haces colectiva e individualmente lento y, por último, la sensación de que formas parte de algo que va mucho más allá de ti mismo y que te ofrece más de lo podrás conseguir solo.