«La villa estaba en una colina. Desde la terraza delantera se disfrutaba de una vista soberbia de Florencia; detrás había un jardín maduro, con pocas flores, pero con unos árboles espléndidos, setos de boj recortado, senderos de hierba y una gruta artificial en la que el agua caía en cascada de un cuerno de la abundancia con una sonoridad fresca y argentada. Había construido la casa en el siglo XVI un noble florentino cuyos empobrecidos descendientes se la habían vendido a unos ingleses, que eran precisamente quienes se la habían prestado durante un tiempo a Mary Panton.»

Hace unos días me topé con un perfil de Twitter que se definía a sí mismo como descreído, a sus apenas 40 años.

Presa del pánico, recurrí a nuestra Real Academia Española, no sé si para darle una oportunidad a la persona en cuestión o más bien al adjetivo. La RAE lo define como: «incrédulo, falto de fe». ¿Se puede ser así por norma? ¿Desde cuándo nos hemos vuelto tan distantes con todo y al mismo tiempo tan emocionalmente cursis?

Sobre eso quiere precisamente hacernos reflexionar William Somerset con la historia de Mary, una viuda venida a menos que es invitada por unos amigos a pasar una temporada en una deliciosa casa en Florencia, por aquello de cambiar de aires.

El contexto en el que transcurre la pequeña novela es apasionante. Esos años del siglo XX en los que pequeñas tribus urbanas de gente sofisticada y sugerente poblaba las ciudades más apetecibles del mundo, desde Florencia hasta Corfú, pasando por el protectorado de Marruecos, envueltos en su exotismo y sin ahogarse en estrecheces mundanas y vulgares.

Mary era una de ellas. Descreída y desengañada de la vida a sus apenas 30 años, de vuelta de todo y con ganas de nada. Con esa situación, el autor describe magníficamente bien su rutina de ‘señora bien‘, espantando pretendientes con altanería y debatiéndose continuamente entre una vida sentimentalmente mediocre pero cómoda o un nuevo camino emocionalmente libre y quizá mucho más auténtico. Las descripciones de Somerset son excepcionales y casi puedes disfrutar del olor a ciprés del magnífico jardín o tocar las telas de algunos de sus soberbios vestidos de muselina.

Pero su distanciamiento con la realidad y su forma superficial de vivir hacen que de pronto la historia de un giro de 180 grados y Mary se enfrente a un escenario crudo e inesperado, donde probablemente no pensó verse nunca, y teniendo que escapar de ese foso de los leones en el que ella misma se ha metido por no tomarse en serio la vida.

Lo que le pasa a Mary podría pasarle a mucha gente hoy. Vivimos en la época del desapego y la desafección. Hemos dejado de creer, de confiar y de comprometernos. ¿Por qué no soñamos más y planeamos menos en la resignación, con tal de no hacernos preguntas? Preferimos verlo todo con equidistancia para tener siempre la posibilidad de salir de ese foso de los leones de las verdades incomodas, pero vivimos a medio gas.

El trabajo de William Somerset en este pequeño cuento es magnífico, no puedes despegar el ojo hasta el final. La editorial Ediciones Invisibles hace que sea difícil no juzgar el libro por su portada en este lanzamiento llamado Pequeños Placeres, en el que parecen haber reinventado el libro joya. Sin duda, es una opción para llevarte en verano a una playa desierta o a un jardín en Florencia.