Dos años después de No todo vale (Espuela de Plata, 2019), Víctor Espuny vuelve al relato corto con Una vida acomodada y otros cuentos, publicado en la editorial malagueña Ediciones del Genal. Antes de continuar confesaré que el autor es mi tío por parte de madre, pero, como suele decirse en estos casos, él no tiene la culpa.

Tendría yo 12 o 13 años cuando me destapé como poeta precoz, afectado y malísimo. Forcejeaba con las sílabas, suponía dialefas y me desmoralizaba al descubrir que había palabras que rimaban, pero no lo suficiente como para rematar los endecasílabos de un soneto. Los mayores, en el achispamiento de la sobremesa, me requerían para que les recitara. Era algo curioso, como si pudiera dislocarme el hombro a placer.

Por entonces empecé a rondar la casa de Víctor –no ya un hombre de letras, sino un hombre-letra– y cada visita marcaba un antes y un después en mi forma de ver la literatura. La sola cercanía de su biblioteca despertaba en mí un hambre que aún estoy intentando saciar. Me explicaba, me instruía, me recomendaba a César Vallejo y corregía, con amorosa delicadeza, mi cacharrería pseudorromántica y mis pretenciosas ideas en verso y prosa; para bien del verso, cada vez más en prosa. Así que todo agradecimiento por mi parte es poco.

A día de hoy, Víctor es dueño de una monumental bibliografía centrada en la ficción y la investigación histórica. Y en su caso están entrelazadas porque ambas responden a una misma curiosidad, concreta, meticulosa, por la vida; poco amiga, por tanto, de abstracciones o nebulosas filosóficas. Su prosa siempre está escrita desde aquí, aunque ese “aquí” pueda ser el siglo XVIII. Es terrenal en el buen sentido, en el sentido palpable y humano, y eso la hace especialmente sensible al sufrimiento. Su literatura es la de un escritor que mira a los ojos. Y aunque no sea ese el único sitio donde mirar, quizá sea el mejor, o al menos el más fraterno.

Su última obra, Una vida acomodada y otros cuentos, vuelve al que, a mi parecer, es el género que mejor le sienta. 12 relatos cuya facilidad de lectura evidencian la mano madura que los escribe. Todos giran en torno a la desigualdad, sobre todo cuando deviene injusticia. Siguiendo a Pieper, podríamos decir que estas historias demuestran que la prudencia conoce la verdad, la justicia la realiza y la templanza y la fortaleza la conservan.

Es un compendio que protesta contra la sociedad, las leyes o las costumbres cuando no están, o estuvieron, hechas a la medida del hombre, de todos los hombres. También es un libro contra el escepticismo. Y ahí me he sentido apelado porque soy de esos que, para no caer en maniqueísmos o simplificar problemas, acaba diciendo que, como nada es claro, nada es, y como nada es, lo mejor es no hacer nada. Abstracciones de las que este libro está felizmente exento. Enhorabuena.