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Reseñas
literarias
Alejandro Martín Navarro

Una sabiduría salvaje. Nietzsche y la religión de la abundancia

por:
Jesús Beades
Editorial
Fundación José Manuel Lara
Año de Publicación
2023
Categorías
Sinopsis
Original análisis de una de las obras mayores de la filosofía contemporánea, el Zaratustra de Nietzsche, que indaga en su cualidad de texto sagrado. El presente estudio se origina en una pregunta: ¿en qué consiste ser religioso? Y el intento por responder a esa pregunta lleva a su autor a adentrarse en una obra paradójica, por ser la creación de un filósofo ateo y, al mismo tiempo, un texto que el propio Nietzsche consideró sagrado y un quinto Evangelio: Así habló Zaratustra. La interpretación de esta obra arroja luz sobre aspectos fundamentales del fenómeno religioso, que es analizado desde los ámbitos de la filosofía, la antropología y la ciencia de las religiones. Los primeros capítulos de la obra abordan el fenómeno religioso en cuanto tal. Allí se muestra que la religión puede ser interpretada como "arquitectura del valor", es decir, como técnica de construcción de valores y, al mismo tiempo, como "tecnología de salvación", es decir, como mecanismo de realización individual y grupal. En esta primera parte se destacan los aspectos "vitalistas" de la praxis religiosa y se dibuja la relación entre los conceptos de la sabiduría (frente a conocimiento teórico), lo salvaje (como retorno dionisiaco a la naturaleza) y la religión (como sistema de erección de valores y de sanación personal). A partir de ahí, Alejandro Martín Navarro analiza los grandes contenidos de la "sabiduría salvaje" predicada por el personaje Zaratustra: el pecado original del resentimiento, el paraíso perdido de la moralidad griega, la doctrina del hombre nuevo como Superhombre, entre otras. El resultado es una interpretación de la magna obra de Nietzsche y, al mismo tiempo, una reflexión sobre las posibilidades y alcance de una religiosidad postmetafísica, seguida de una antología comentada donde el autor profundiza en algunas de las ideas anteriores a partir de los textos originales.
Alejandro Martín Navarro

Una sabiduría salvaje. Nietzsche y la religión de la abundancia

Como niño repelente que fui, en 7º de E.G.B. (12 años) me leí Más allá del bien y del mal, preludio de una filosofía del futuro, de Nietzsche; y alguna obra suya más, que no recuerdo. Vamos, no recuerdo nada, salvo lo malote que me sentía al leer libros serios. En esa época omnívora me hubiera leído hasta una novela de Máximo Pradera. Todo era libro, todo eran palabras, y el universo entero me estaba esperando al pasar la página de portada. Andando el tiempo, alguien me aconsejó con mucho tino que lo mío no era la filosofía, que en filosofía había que estudiar mucho librote árido, y que a mí se me daría mejor algo como Filología, Historia o Arte. Y eso que en 1º de B.U.P. (14 años) me compré con mucha ilusión un ejemplar de Diálogos de la editorial Gredos, en que venía el Fedón, el Banquete y el Fedro. Cierto es que no me entusiasmó. Lo pasé mejor con El Silmarillion de Tolkien, comprado el mismo día, que con esas conversaciones sobre el origen del ser humano, el amor en dos mitades, la cicuta de Sócrates, el gallo de Asclepio y toda la pesca. Yo había pasado, curiosamente, muchos recreos charlando con un compañero, Antonio Javier Sánchez Risueño, cuya pasión era la filosofía (¡con trece años!) y que en vano intentaba transmitirme todos aquellos sesudos conceptos. Recuerdo bien cuando, con los ojos brillantes de pura exaltación, me explicó el concepto de Superhombre, escogiéndome pasajes de los libros de bolsillo que compraba con su paga semanal. Un día, estando en su casa, me leyó un párrafo del Zaratustra

«Amo a todos lo que son gotas pesadas cayendo una a una desde la nube oscura que flota sobre los hombres: anuncian que viene el rayo y, como anunciadoras, perecen. 

Mirad: soy el anunciador del rayo y una gota pesada que cae de la nube: pero ese rayo se llama superhombre».  

Tras unos segundos de arrobado silencio por su parte, y desconcierto por la mía, pensé que debía responder a aquello como si fuera una adivinanza, y exclamé: “¡y ese es Hitler! ¿no?”. Se conoce que yo había oído campanas. Aún me punza el recuerdo de su mirada desangelada, al no poder disfrutar de un interlocutor más apto.  

«Entonces, ¿cómo comenta usted (mis interlocutores imaginarios me hablan de usted) un libro de filosofía, y encima de Nietzsche?» Por varios motivos: En primer lugar, porque el asunto me resulta suficientemente interesante como para hacer el esfuerzo de mover mis oxidadas neuronas filosóficas. En segundo lugar, porque la Fundación José Manuel Lara publica unos libros tan atractivos –este, además, ha recibido el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2023– que dan ganas de romper a pensar. Y en tercer lugar porque Alejandro Martín Navarro es un poeta de muchos quilates y su prosa promete. Así que me he sumergido, sin bombona ni nada, en las procelosas aguas de la filosofía nietzscheana. Vamos allá. 

El punto exacto 

Ya en el prólogo se nos tranquiliza a los legos con palabras del propio autor, explicándonos que «Tantos intereses se mezclaron en este libro, que tuve que defender cada página del peligro de que pudiera resultar a algunos demasiado escolar; a otros, demasiado erudito; y a unos terceros, demasiado ambicioso». Yo, claramente, me identifico con esos «otros» que temían la excesiva erudición. Sin embargo, ya desde este pórtico la prosa de Martín Navarro nos anticipa un festín poético y que siempre (o casi siempre) estaremos en el punto exacto de cocción, entre lo demasiado abarcador y abstracto y lo que podemos leer los no iniciados. ¿Es la prosa con tintes poéticos contradictoria o ajena al propósito del libro? No lo creo. Nietzsche, como bien nos explica el autor en el arranque del ensayo, consideraba su Zaratustra como un libro sagrado, no como un tratado filosófico. Por eso su voz es la de los profetas, que hablan a través de la imagen y no de la idea: «Que Nietzsche es un autor ateo, anticristiano y antirreligioso es un hecho bien conocido. Pero justamente por ser todo eso resulta aún más importante contemplar qué hay de religioso en quien declaró su Zaratustra como un “quinto Evangelio” (Carta a Ernst Schmeitzner 13 de febrero de 1883, en: Nietzsche, [1880-1884] 2012: 318) y como un “libro sagrado”».  

La arquitectura del valor 

En el primer capítulo se define qué es la religión: «Cada elemento de la cultura tiene su campo específico de acción y su objeto propio. La religión es la técnica cultural que opera con los valores. Lo divino es así el lugar simbólico donde se encuentra lo más alto (lo sagrado), lo máximamente valioso, que significa y custodia lo más bajo (lo profano). La famosa frase de Max Scheler –“los valores no son, sino que valen”– viene a recordarnos el elemento propio en que tiene lugar la vivencia de los valores: lo que vale provoca una emoción. La religión es, en definitiva, una arquitectura emocional dentro de la cual el hombre construye el sentido del mundo y el valor de las cosas. Según esta tesis, lo contrario de la religión no es el ateísmo, sino la indiferencia». Siguiendo esta definición de la religión como «ténica de los valores» se entrevé por dónde van los tiros de la comprensión religiosa del Zaratustra. La religión, más que un sistema de creencias, es un sistema de valores que conforman nuestras emociones; así, la realidad es siempre más que la idea que la expresa. La realidad es abundante y la filosofía zaratrustiana da testimonio de esa abundancia y denuncia la religión y la filosofía post-platónicas como un proceso de secado y resquebrajamiento del prístino vigor de la filosofía griega arcaica. Por tanto, hay una recolocación del valor que tiene una raíz intrínsecamente religiosa, pues vuelve a unir lo que estaba separado, al hombre con la vida. «Y así, porque existe una arquitectura del valor, se puede desarrollar luego una tecnología de la salvación: la ascética entendida como el conjunto de instrumentos que sirven para restaurar el valor perdido, elevar al hombre de un posible estado de degradación y devolverlo de nuevo a su centro». A esta «tecnología de la salvación» dedica el autor el segundo capítulo, desarrollando la idea: «La humanidad puede perder su rumbo, puede dirigirse hacia lo que no es sagrado, puede olvidar, como Ulises, el camino de retorno a casa». 

Dioniso, la abundancia y el paraíso perdido 

La sabiduría salvaje de Zaratustra se presenta como un retorno al olvidado, desterrado Dioniso, al que el platonismo cristiano condenó por amenazar una existencia apolínea y recta. Lo que sostiene Martín Navarro es que el rechazo nietzscheano de la religión es un momento de su propia religiosidad, en cuanto que es veneración a la santidad de la vida. Así como el cristianismo denuncia el fariseísmo y rompe con él, queriendo restaurar el sentido original de la Antigua Alianza (a través de la Nueva); así como el protestantismo denuncia la iglesia corrupta de su tiempo y rompe con ella, creando un cisma; así como el pietismo, a su vez, se confronta con ese luteranismo; de esta manera Zaratustra (el Zaratustra de Nietzsche, claro está) denuncia toda la filosofía y religión, no ya cristiana, sino post-platónica, utilizando por primera vez el término pre-platónico en lugar de pre-socrático. El fuego original que enfriaron los primeros filósofos del ágora se reivindica ahora, en las jeremiadas de Zaratustra, como vuelta a la fuente primigenia de la vida. La filosofía del nuevo profeta es una filosofía de la abundancia, «una práctica religiosa que no tenga su origen y justificación en el resentimiento, sino en la afirmación de una existencia sobreabundante». 

En el siguiente capítulo se da cuenta del concepto nietzscheano de paraíso perdido. Curiosamente, en su denuncia anticristiana, no puede el filósofo evitar expresarse en términos análogos a la visión cristiana escatológica de la Historia: provenimos de una caída, de una pérdida, y ha de restaurarse el sentido original. Solo que para Nietzsche-Zaratustra el cristianismo es parte de esta caída.  

Pecado original y buena nueva 

Para Zaratustra, el profeta que desciende de la montaña al encuentro de los suyos, el Hombre es el eslabón intermedio entre el animal y el Superhombre. Zaratustra es el profeta del «sentido de la tierra». Dice Martín Navarro: «Nietzsche no hace sino avanzar en el reencuentro religioso con una veneración no idolátrica, una piedad del amor y de la verdad. El retorno de Dioniso, el dios de la tierra y de las pulsiones terrenas, configura el pathos escatológico del mensaje de Zaratustra: el reencuentro con la vida, la venida gloriosa del dios que baila». El pecado original del hombre es anterior al cristianismo y previo a los grandes filósofos griegos: «Parménides, Anaximandro, Zenón, Leucipo, Demócrito, Platón: todos tienen en común un concepto del ser en el que no tiene cabida el carácter absurdo, arbitrario, irracional, cambiante y, en definitiva, precario de la existencia. Ellos forjan una manera de interpretar la vida (la manera metafísica) en la que un trasmundo va a ser colocado en la cúspide de la jerarquía de valor. Lo que queda debajo –la vida, el río de Heráclito que fluye irracional, espontánea, creativamente– literalmente no vale nada». 

Conclusión 

El libro prosigue hasta su culminación en el concepto de «eterno retorno»: «La voluntad redimida que predica Zaratustra se encuentra consigo misma en el eterno placer de la afirmación del instante». (…) «Tal es la naturaleza exuberante de la vida. El acto primero de toda vida es regalar. El orgullo del poder se manifiesta en el darse a sí mismo, en el rebosar, en la abundancia». Me llama la atención que la entera predicación de Zaratustra apunte hacia este concepto, porque me conecta con la obra del gran teólogo Joseph Ratzinger. En Introducción al cristianismo afirma que el principio esencial del cristianismo, sin excluirlo, no es sacrificial. Que el aspecto sacrificial –Dios envía a su propio hijo para morir por los pecados de los hombres, en una suerte de trueque, de retribución vicaria– puede devenir en una visión jurídica, mercantilista, que produzca la falsa impresión de que no podía ser de otra manera, de que Cristo tenía que morir en la Cruz. Anulando así la libertad de Dios, su creatividad; y, por lo tanto, disminuyendo su amor. Ratzinger afirma que, aunque esos conceptos puedan haber sido valiosos para la comprensión del misterio, la Redención se ha producido de esta manera –cruenta, sorprendente, excesiva– por la naturaleza abundante de Dios. La vida íntima de Dios, la Trinidad, sobreabunda en gracia y en perdón, y se derrama hacia los hombres. Esta idea, correctiva de ciertas teologías secas y calculadoras, recuerda mucho al Zaratustra y su religión de la abundancia. La vida es abundante y nosotros hemos de serlo, en plenitud. 

Conclusión: atrévase, amigo lector, y lea este ensayo. Encontrará una prosa límpida, vigorosa, que no mira por encima del hombro al lector y que lo acompaña de manera sencilla hacia un terreno –la montaña de Zaratustra– de ideas estimulantes. Es el tipo de libro que, a través de un estilo inspirador, sacude nuestros cerebros y nos recuerda que los grandes filósofos, los grandes autores en general, están cerca siempre de la emoción. Cerca de la vida.