X
Reseñas
literarias
Pedro Ugarte

Una ciudad del norte

por:
Carlos Marín-Blázquez
Editorial
Sloper
Año de Publicación
2021
Categorías
Sinopsis
Retrato de la fragilidad de la condición humana pero también de la extrema crueldad del contexto social moderno.El patio de un colegio es un espacio inici300ático donde el miedo se hace visible por primera vez, una encrucijada en la que la vida se muestra inflexible ante la flaqueza. En este escenario de una ciudad de rasgos inconfundibles se emplaza el inicio de la epopeya del protagonista, que nos muestra una galería de personajes, una fauna variopinta propia de las abigarradas ciudades contemporáneas.
Pedro Ugarte

Una ciudad del norte

El patio de un colegio es el recinto donde comienza a fraguar nuestro carácter. Desprovistos por primera vez de la sombra protectora de nuestros mayores, la vida se nos revela allí con una crudeza en ocasiones lacerante. Todos hemos experimentado en alguna circunstancia el oscuro sentimiento de sabernos abandonados a nuestra suerte cuando todavía no estábamos preparados para ello. Por eso mismo nos resulta tan cercana la primera imagen con la que se abre Una ciudad del norte, la estupenda novela de Pedro Ugarte que acaba de ser reeditada, el instante en que Jorge, su protagonista, accede de la mano de su padre al patio del mismo colegio en el que su progenitor había estudiado muchos años atrás.

A partir de ese momento, la historia de Jorge consiste en un proceso de descubrimiento de sí mismo a través del modo en que va consiguiendo abrirse paso en la vida. Sin embargo, ubicado desde niño en las filas de los pusilánimes, abocado por efecto de su personalidad irresoluta a emplear las armas de la inteligencia y la observación mucho antes que las propias de una personalidad avasalladora, lo que Jorge va encontrando en el transcurso de los años, tanto en su interior como en el medio social en el que debe aprender a desenvolverse, compone un fresco en el que los trazos sombríos predominan sobre los luminosos. Así planteada, la novela bascula entre lo íntimo y lo colectivo, entre el plano de las experiencias personales y el trasfondo de una sociedad profundamente dividida por décadas de violencia y discordia. Ambos niveles se influyen mutuamente, de manera que lo que va configurándose ante el lector no es un cuadro costumbrista al uso o una radiografía de interés sociológico o político, sino el retrato de una personalidad compleja, irónica, crecientemente desengañada (de su entorno, pero también de sí mismo), por momentos ácida y por momentos tierna, y siempre perfilada contra el telón plomizo y desangelado de una ciudad que acaba erigiéndose en símbolo de la podredumbre de un tiempo saturado de mentiras.

A pesar de esta síntesis un tanto amarga, el autor acierta a suavizar el tono de desolación imperante a través de un muy bien modulado sentido del humor. El enfoque irónico de la realidad que rodea al protagonista está presente en numerosos pasajes de la novela, pero resulta en especial pertinente cuando Jorge accede, a través del cargo de asesor personal con que le distingue un amigo de la infancia, a ese mundo regido por sus propios arcanos que es la política. Sirva el siguiente botón de muestra para marcar el tono aproximado de la sátira: “La sonrisa del viceconsejero tenía esa configuración mecánica de quien se ve obligado a sonreír muchas veces al día, uno de esos gestos, de evocación estalinista, que pueden preludiar con la misma naturalidad una medalla al mérito proletario o una deportación a la tundra siberiana”.

Mención aparte merece, por la variedad de matices que el autor introduce en su tratamiento, la relación de Jorge con las mujeres. Hay aquí también un reflejo de la desorientación vital del protagonista, de sus vacilaciones e inseguridades acerca de la verdad última de sus sentimientos, de su debilidad para apostarlo todo a una única y definitiva carta. Sin embargo, pese a esta zozobra casi constante, el personaje es capaz de diseccionar sus emociones con mirada crítica y en absoluto complaciente, y fruto de esa visión acerada afloran digresiones de una hondura poco común: “Ésta es la más profunda barrera que divide a los seres humanos: a un lado, los que aman con esfuerzo, con un gravoso sentido del deber (…). De otro lado, los que jamás se plantearían estas cosas, los que aman (y sufren por amor) de forma verdadera (…). Son los segundos los que aman, los que no se detienen a reflexionar sobre la naturaleza de su sentimiento, sino que sencillamente deciden sentirse enamorados, los que aman a la chica que conocieron en el instituto como si antes hubieran recorrido el mundo entero en su busca”.

Vamos viendo, por tanto, cómo Una ciudad del norte desemboca en la pintura de un antihéroe producto a partes iguales de los condicionamientos sociales y de la predisposición íntima de su carácter. No deja de resultar irónico que el autorretrato del personaje principal, nada autoindulgente, atravesado en determinados pasajes por una sinceridad implacable, tenga como marco una sociedad poseída por una persistente tendencia a la idealización de las identidades colectivas. También este aspecto es puesto en tela de juicio por el protagonista. Así, frente a la versión aperturista que el político para el que trabaja se esfuerza en sostener, Jorge le rebate: “Es fácil sentirse extranjero entre nosotros. No sabemos sonreír. No somos especialmente hospitalarios”. Para, unas páginas más adelante, acabar sentenciando: “Creo que, en el fondo, no nos gusta demasiado vivir. Duramos, simplemente duramos en ciudades frías e inhóspitas, en horribles pueblos industriales (…). Somos calvinistas: demasiado serios, demasiado estrictos. Y eso no está ni bien ni mal. Sencillamente es así”.

Pedro Ugarte es un narrador experimentado, dueño de una prosa tan sólida como sugerente y de una visión del mundo y de su tiempo en la que confluyen la dureza de un espíritu mordaz con la humanidad y la compasión hacia unos personajes que, la mayor parte de las veces, resultan náufragos de una vidas extraviadas. Una ciudad del norte es una novela rica, abierta a múltiples vertientes, y en la que el tiempo opera como destructor inmisericorde de los escasos ideales que pudieran haber sobrevivido tras el abrupto abandono de la infancia. Todo se revela precario, transitorio, inconsistente. En este sentido, puede decirse que la verdad de la historia nace de la supuración constante de una herida, del dolor por la resignación a las cosas que ya no tienen remedio: de que el lugar en que uno vive nunca será como lo habría querido, ni la persona que somos ahora se parece a aquélla que, en algún momento de nuestro pasado, imaginamos que podríamos llegar a ser.   

Temática:
Retrato de un tiempo y una sociedad a través de la peripecia de un personaje que se ve obligado a adaptarse a la madurez
Te gustará si te gusta:
La novela realista de calidad
Léela debajo de:
Un cielo plomizo, de tungsteno
Acompáñalo de:
De alguna bebida que te ayude a entrar en calor
También te puede interesar