Totalidad sexual del cosmos, la última novela de Juan Bonilla, mereció el Premio Nacional de Narrativa el año pasado. Esto, para muchos lectores, tiene un efecto disuasorio. Algo programático habrá, se dicen, en una obra así encumbrada por el Poder. No ayuda que en la edición de 2019 el laurel ciñera las sienes a medio rapar de Cristina Morales, la cual incendió las redes al defender a los que, a su vez, andaban incendiando entonces cajeros en Barcelona. La sospecha se agranda si pensamos que tanto Lectura fácil como Totalidad sexual del cosmos están en sintonía con el tiempo al fijar la mirada en mujeres que podrían ser tildadas de feministas. Y si bien es cierto que Nahui Olin, personaje histórico y protagonista de hoy, se revolvió contra lo que llaman el yugo del patriarcado, más que feminista fue nahuista, o, por decirlo de otra manera, fue feminista siempre y cuando el nahuismo se lo pidiera.
¿Y qué es el nahuismo? Pues el modo de vida resultante de seguir lo que, en cada caso, a Nahui Olin le salía de dentro. ¿Y quién es Nahui Olin? Una de las hijas del general porfiriano Manuel Mondragón, bautizada como Carmen y renombrada luego por el Doctor Alt, quien tenía experiencia en la cuestión porque, nacido como José Gerardo, ya se había renombrado antes a sí mismo. Y respondiendo al quién hemos cometido una doble traición al personaje: primero porque ella siempre había sentido su nombre, cualquier nombre de hecho, como un constreñimiento y como una grieta por la que se nos va colando la muerte; segundo porque al definirla a través de los dos hombres más importantes de su vida, se da la sensación de que Nahui fue una especie de accesorio, la mujer en la sombra y todo eso. Y no lo fue, al menos no en esta novela que, más que centrada en Nahui Olin, parece emanar de ella.
Como ya hiciera con la figura de Maiakoski en Prohibido entrar sin pantalones, Bonilla fija la mirada en un espíritu fascinante, que todos lo son, es cierto, pero algunos más que otros. Y en este caso, además de protagonista, podríamos decir que la mejicana es coautora. Es lo que tiene la condición vampírica: “Porque potestad de los vampiros es convertir en igual a aquellos a los que cazan”. Así, la prosa de la novela muestra una continuidad entre la cita directa, la paráfrasis y la recreación. El estilo parece, por tanto, mordido por la propia Nahui: tiene ese revoloteo desesperado en torno a la inefable, la constante lucha entre lo místico y lo carnal. Está escrita, en suma, desde el cuerpo y contra el cuerpo, cárcel y al mismo tiempo paraíso.
Aunque la acción transcurre en varios puntos de América y Europa, lo mollar de la trama se encuentra, o mejor dicho gravita, alrededor del corazón y la cabeza de Nahui, alrededor de su lucha dialéctica y a cara de perro en pos de una síntesis de los contrarios que se intuye, pero jamás, ni siquiera en el éxtasis, se deja alcanzar. Se ha dicho, dialéctica entre el cuerpo y la mente: “A veces todo mi cerebro está en mi sexo y a veces todo mi sexo está en mi cerebro, recibo el semen de tu miembro como tu propio pensamiento y tu pensamiento se derrama en mi cerebro como tu propio semen”. Pero también dialéctica entre la entrega y la posesión, lo sensible y lo abstracto, la totalidad y el infinito.
Podría añadirse que la protagonista fue una figura importante en los años de oro de la vanguardia mejicana; o que fue una poeta singular, una pintora incomprendida y la primera en considerar que un posado se podía considerar como obra propia; y si Borges se enorgullecía de los libros que había leído, Nahui lo hacía de las obras que había inspirado. Y todo eso es cierto e interesante, pero, a nuestro parecer, el mayor atractivo de la obra, además del torrencial estilo, es el encerrar y trasmitir, en la medida de lo posible, la voracidad de un alma que sintió la vocación de exprimirse y fue fiel a ella hasta la devastación. Vale que también se trata de una novela que ha merecido el Premio Nacional, pero quién está libre de pecado.