Ya amenacé en su momento con traer aquí Todo es comparable (1998)de Oscar Tusquets Blanca. Advertí que me había gustado Sin figuración, poca diversión (2022) y encantado Contra la desnudez (2007). Y como no hay dos sin tres, me lancé a por el libro que hoy les traigo. Al interés por el autor, se sumaba en este caso lo mucho que me atrae el tema de las comparaciones y las metáforas. No sé si la analogía es el resorte principal de la literatura, pero sin duda es uno de los más importantes, diría que uno obligado. Leemos en las primeras páginas de Todo es comparable: «El misterioso mecanismo de creación […] nace de relacionar dos fenómenos aparentemente inconexos; y cuanto más inconexos aparecen, más imaginación hace falta para descubrir una afinidad oculta, y más original resulta la creación».
Nada más fascinante que una buena comparación. Irrumpe y de primeras parece descabellada, traída por los pelos; sin embargo, en el acto de ser formulada con belleza, se carga de sentido hasta volverse inexpugnable, ineludible en adelante. Te acaban de iluminar una relación de la que ya no podrás desprenderte, que te ha enriquecido la mirada y el pensamiento. Lo dice José Mateos en uno de sus aforismos: «Las buenas metáforas desnudan los ojos». Es el arte inmiscuyéndose y completando la realidad. Y para que la metáfora funcione tiene que ser, en palabras de Miguel d´Ors, «cierta pero inadvertida», de modo que lleve al lector a la sorpresa y, acto seguido, al asentimiento. Ambos requisitos estaban formulados ya en Aristóteles, cuando en su Retórica hablaba de la necesidad de la viveza en las imágenes, así como de la posibilidad de hallar lo desconocido por la afortunada colisión de dos elementos consabidos, pero hasta ese momento distantes.
Ahora bien, por más interesante que sea el tema y por más prometedor que se antojara Todo es comparable en ese sentido, he de confesar que me ha decepcionado. El título no se justifica a nivel temático, ya que las disquisiciones sobre las analogías finalizan en la cuarta página, ni a nivel formal, pues si bien hay algunas comparaciones intrépidas, no son suficientes para justificar el título. En realidad, el libro consiste en un conjunto heterogéneo de escritos en torno a los temas predilectos del autor: la arquitectura, el diseño, el arte… Nada ilegítimo hay en agrupar textos variopintos en un mismo volumen. Lo ilegítimo empieza cuando las editoriales encubren este hecho, sobre todo en las contracubiertas. Mientras más críptica sea esta, más posibilidades hay de que el libro se trate de un compendio receloso de venderse como tal.
Aunque también cabe la posibilidad de que el problema sea mío. He empezado a leer a Tusquets Blanca por el final, es decir, por Sin figuración, poca diversión, donde advierte a través de Ramón Gaya: «yo no me repito, insisto». Pero insistir es repetir, solo que con énfasis. Por lo tanto, salvo en monográficos como el ya reseñado Contra la desnudez, las misceláneas del autor catalán vuelven, con pequeñas variaciones, sobre los mismos temas, de modo que la lectura de su última publicación hace redundantes las anteriores. Eso sí, redundante no quiere decir necesariamente inútil, ya que leer a Tusquets Blanca jamás es perder el tiempo, ni siquiera cuando se limita a parafrasearse.