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Reseñas
literarias
Paula Fernández Bobadilla

Tinta

por:
Paula Fernández de Bobadilla
Editorial
Anaya Infantil
Año de Publicación
2015
Categorías
Sinopsis

Tinta es una perrita revoltosa que pone la casa del revés. Lo mismo roba un pollo en la cocina que se pone a jugar con una camiseta recién planchada. A veces la castigan, pero a ella le da igual y no dudará en escapar al parque para retozar entre las hojas caídas.

Paula Fernández Bobadilla

Tinta

El día que murió Tinta hacía sol. La perra famosa, como la llamaban mis hijos desde que publiqué sus historias en Tinta (Anaya, 2015), ha terminado su vida del mismo modo que la empezó: haciendo lo que le daba la gana. Los últimos meses los ha pasado enferma pero contenta: con los pelos en pie, los bigotes desordenados y la mirada alerta. Parecía una vieja loca, le faltaban una bata y unos rulos. Su repertorio transgresor, amplio aunque moderado, fue aumentando desde verano a medida que comprendía su nueva situación: por alguna razón que se le escapaba, las normas en cuanto a su conducta se habían relajado. No perdió tiempo en adaptar su comportamiento debidamente. 

 

A sus clásicos de siempre –escaparse cuando abríamos la cancela para meter el coche, repechar por la valla de dos metros para colarse en el jardín, entrar por la ventana de la cocina saltando por encima del fregadero– se fueron uniendo algunos más. “Esta perra está desatentá”, decía mi madre cuando la veía subirse al sofá con todo el descaro del que era capaz –mucho– y enroscarse dispuesta a echar un sueñecito. “Esta perra lo que tiene es muy poca vergüenza”, contestaba mi padre. “Tinta, baja de ahí.” Y se bajaba –o la bajábamos–, pero en seguida volvía a subirse en un sillón, por ejemplo, y se quedaba de pie, muy quieta, con cara de qué hago yo por aquí. Ya no se molestaba en disimular sus intenciones, y todo el mundo estaba dispuesto a hacer la vista gorda con la perrita enferma.

 

Tinta siempre me ha hecho gracia porque era como una perra con una misión que cumplir. No daba mucha lata, pero las normas de la casa no iban con ella. Tenía, además, una inquietud de mejora en la vida que la llevaba a querer estar siempre donde no estaba. Encarnaba a la perfección aquello de que la hierba es siempre más verde al otro lado de la valla. Un espíritu gatuno le indicaba si el cojín sobre el que se había echado la galga era algo más mullido que el suyo, o si en el salón la temperatura era ligeramente más agradable que en la cocina, y entonces no descansaba hasta que conseguía restaurar el orden en el universo. 

 

Era una perra lista, simpática, bien despierta. Curiosa como una liebre y buena cazadora –las salamanquesas eran su especialidad–, tenía las orejas algo más grandes de la cuenta y eso le daba cierto aire de murciélago. Le gustaba comerse las peladuras de manzana, escarbar cualquier cosa que estuviese recién sembrada y echarse a dormir en el parterre de la entrada, preferiblemente en lo alto de alguna planta a la que mi madre le tuviese especial cariño. Paciente con los niños –noble, como dicen por aquí–, era una perra-niñera perfecta que no tenía nada que envidiarle a la Nana de Peter Pan. Le encantaba cuando la enterraban en el arenero dejándole sólo la cabeza fuera; que le pusieran una manta a modo de capa ya le gustaba menos, pero se dejaba hacer con resignación porque nada la hacía más feliz que un poco de caso. Los niños la adoraban. 

 

A Tinta se la encontró mi padre perdida en el campo. Vino a pasar unos días y se acabó quedando para siempre. No era la perra más bonita –que no me oigan mis hijos–, pero sí muy cariñosa, y tenía un temperamento fácil y un carácter propio que la ayudaron a hacerse un hueco en la familia rápidamente. El gato del vecino va a descansar por fin, pero nosotros la vamos a echar mucho de menos. 

 

De qué va:
Las andanzas de una perrita a lo largo de las cuatro estaciones
Te gustará si:
Te gustan los perros y el ritmo pausado
Dónde leerlo:
En cualquier rincón tranquilo
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Un perrillo a tus pies (aunque sea de peluche)
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