Nos vamos a Kentucky, en el corazón del continente norteamericano. A los Montes Apalaches, zona de minas de carbón, una de las tierras más hermosas del planeta; a la década de los treinta. Las condiciones de vida, durísimas ya de por sí, son más duras aún por la Gran Depresión que afecta los Estados Unidos en estos años de entreguerras.
A este lugar tan remoto llega Alice Wright, inglesa de aristocrática familia. Viene por amor pero pronto se verá desengañada; parece que está en un callejón sin salida. Cuántas veces nos dicen que ayudando a los demás nos ayudamos nosotros: Alice encuentra motivación en un proyecto maravilloso, auspiciado por la Works Progress Administration del presidente Roosevelt. La historia de Alice le sirve a Moyes de pretexto para acercarnos al proyecto, que consistía en que mujeres, a lomos de mulas, llevaran a las personas que vivían en aquellas montañas, no provisiones, ni medicinas, sino libros.
Qué gran cosa que se tuviera conciencia, porque así es, de que los libros no son un lujo, sino una necesidad. Aquellas mujeres salían cada día al amanecer, daba igual que estuviera nevando, o diluviando, o que cayera el sol a plomo. Llenaban de libros las alforjas y emprendían el camino, cada una el suyo; tenían sus rutas, conocían a las familias que iban a visitar, sabían qué libros les gustarían. Carreteras no había, y por eso iban en mulas por ese terreno peligroso. Se jugaban la vida por llevar letra impresa a donde hacía falta, y cobraban veintiocho dólares al mes.
De vuelta a casa, después de pasarse el día repartiendo material, las mismas mujeres se ocupaban de reparar los libros deteriorados. También llevaban revistas con consejos, trucos y recetas para el ama de casa; cuando estaban rotas ya sin remedio, confeccionaban con ellas álbumes de recortes que pasaban a formar parte de los fondos de la biblioteca itinerante.
Esas mujeres valientes y fuertes son las autoras de un capítulo interesantísimo de la historia de los Estados Unidos. Eran una gran ayuda para las maestras rurales. Leían a los enfermos. Los niños las esperaban, ilusionados; sabían qué día tocaba y salían a recibirlas. Gracias a ellas, llegaba la literatura a lugares remotos donde, si no, no habría nada. La novela de Jojo Moyes, protagonizada por cinco mujeres, es un homenaje a estas personas humildes, abnegadas y valerosas, que en un tiempo muy difícil acercaban las estrellas a los habitantes de las montañas de Kentucky.
Escucha. Si te adentras cinco kilómetros en el bosque, justo debajo de la Cresta de Arnold, te encuentras en medio de un silencio tan denso que parece que lo atraviesas vadeando. Después del amanecer no cantan los pájaros, ni siquiera en pleno verano, y mucho menos ahora que el aire frío está tan lleno de humedad que calla las pocas hojas que se aferran animosas a las ramas. Entre los robles y las pacanas no se mueve nada: los animales duermen bajo la tierra, sus suaves pieles entrelazadas en angostas cuevas o troncos ahuecados. La nieve es tan profunda que las patas de la mula se hunden hasta el corvejón, y cada pocos pasos el animal trastabilla y bufa con suspicacia, pisando con cuidado por si hay piedras sueltas o agujeros bajo el blanco sin fin. Sólo el riachuelo corre con decisión, su agua clara murmurando y saltando por el lecho pedregoso, dirigiéndose hacia abajo, hacia una meta final que no ha visto nadie de por aquí.