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Reseñas
literarias
Angélica Liddell

Solo te hace falta morir en la plaza

por:
Irene Domínguez
Editorial
La uña rota
Año de Publicación
2021
Categorías
Sinopsis
Liebestod significa «muerte de amor». Aquí el aria final de Tristán e Isolda de Wagner se cruza con Juan Belmonte. «Se cruzan para darle voz a mi oscuridad y al origen de mis obras. Es la historia de mis raíces y la historia de mis abismos», dice Angélica Liddell. Forma parte de Historias del Teatro III, un proyecto de Milo Rau producido por el Teatro Nacional de Gante y estrenado en el festival de Aviñón.
Angélica Liddell

Solo te hace falta morir en la plaza

«Que todo en mí es herida y ensangrentamiento, de esto me he convencido definitivamente. El sufrimiento me ha dado, sin embargo, el coraje de la afirmación, la osadía de la expresión y la tendencia a la paradoja».

Con esta cita de Emil Cioran se abre Sólo te hace falta morir en la plaza de Angélica Liddell, obra que recoge la editorial La Uña Rota y que se estrenó en julio de 2021 en la Ópera Confluence, con motivo del 75º Festival de Aviñón. La polifacética Ángélica Liddell es, a su vez, escritora, poeta, directora de escena y actriz, y sus obras siempre giran alrededor de temas más como la muerte, el dolor, el poder, el sexo, la violencia y la locura, y abarcan la crítica social y el expresionismo más desgarrador.

Esta obra teatral recoge once «cuadros» breves en los que el teatro, la poesía y la prosa se entremezclan, formando una especie de mosaico alrededor de la figura de Juan Belmonte, uno de los toreros más populares de la historia del toreo, cuya figura retrató Chaves Nogales en su Juan Belmonte. Matador de toros, una de las biografías noveladas más relevantes del siglo XX. El libro de Angélica Liddell, inspirado en esta lectura, comienza con una primera parte titulada «Se torea como se es» donde, reflexionando sobre la muerte, escribe: «Lo único que nos libra de la muerte es desearla. […] No es para divertirse la fiesta. No es para divertirse. La fiesta es para ponerle nombre a los dolores, nos matamos de puro amor. Lo que se hiere es la vida, el que mata es el que sufre, y el que muere resucita a los tres días». La parte IV, «Mi alma no es de cobardes», recoge un poema donde se desarrolla esa idea de la muerte mediante el amor, haciendo alusión a una de sus influencias, Rimbaud:

Te cantaré las nanas turcas todas las noches,
te leeré las cartas de Rimbaud,
y te hablaré de la gloria de Ezequiel.
Por muchas lágrimas que tengan nuestros ojos.
Tenemos que dormir juntos con la pistola.
Me imagino muerta cada mañana.
Te imagino muerto cada mañana.

En la parte VI, Liddell se escribe una carta a sí misma, donde juega con la autocrítica y se compara con la figura de Juan Belmonte: «El público se ha vuelto moderno, Angélica, el público se ha vuelto moderno, el público está harto de ti, de tu maldito ego, de tu maldito yo, de tu maldito Dios […] Tú quieres ser Belmonte en los teatros de París». En la parte IX, titulada «Blanco», se rescata un pequeño fragmento del torero Ignacio Sánchez Mejías —cuñado de Joselito, el famoso «rival» de Belmonte—, también escritor y conocido por ser amigo de los poetas de la Generación del 27: «Porque el toreo, el milagro, cuando se realiza no tiene ya sangre. Cuando se realiza plenamente no es rojo, es blanco».

Al final del libro se recogen unas notas sobre la obra, tituladas «El placer de los dioses», que se inician con dos citas sobre Juan Belmonte, una de José Bergamín y otra de Federico García Lorca. La autora cuenta que incluso José Bergamín, uno de los grandes detractores de Belmonte, reconoció que el torero sevillano fue «el inventor de la espiritualidad artística del toreo, descubridor consciente de ella». Y, debido a esa espiritualidad —que tan bien retrató Chaves Nogales—, Angélica escribe: «Si no respetaba las distancias con la bestia, distancias que exige lo virtuoso, era precisamente para dialogar con Dios de hombre a hombre, con el alma rozando los pitones sacros […] En Belmonte no había virtuosismo, sino transfiguración». Termina con una última parte, «Una pelea que se precie», donde utiliza ese mito de Belmonte para hacer una fuerte crítica social hacia las convenciones actuales y, en concreto, hacia el mundo del teatro; aunque Angélica no es aficionada a los toros, utiliza el toreo en esta obra como forma de alcanzar un arte que muestre lo verdadero, donde encontrar la poesía y la belleza. Critica, también, la idea de lo «ético» en nuestra sociedad, y considera que ya no se admite la violencia como catarsis, siendo la violencia una de sus principales obsesiones artísticas. Así, se conforma una obra en la que numerosas voces y referencias se reúnen —Cioran, Quignard, Rimbaud, Artaud, Bergamín, Nogales, Unamuno, Lorca, Valle-Inclán— para confluir en un diálogo entre la autora y la figura de Juan Belmonte, un diálogo en torno a la idea de la tragedia y la verdad: «Aquel que da más sangre que la que su cuerpo contiene, tal que Belmonte, nos hace santos […] La sangre derramada precisa de la poesía».

Temática
La idea de «catarsis» en el arte
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Empatizas con los temas de Angélica Liddell y/o te interesa la obra de Chaves Nogales
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