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Reseñas
literarias
Lutgardo García Díaz

Senderos de Gloria

por:
Jesús Beades
Editorial
Fundación Altair
Año de Publicación
2023
Categorías
Sinopsis
Los poemas de Senderos de Gloria tienen una densa entidad reflexiva, representan la búsqueda de una trascendencia que está sostenida por el poder de las imágenes (que ya caracterizaba sus libros anteriores), por el hallazgo de la palabra exacta, tanto en su sencillez como en su solemnidad estética.
Lutgardo García Díaz

Senderos de Gloria

No se puede decir que no lo vaya avisando; en la bibliografía de este autor los títulos son elocuentes: El caudal infinito, Lugar de lo sagrado, Senderos de Gloria… Lo trascendente, lo religioso está colocado como frontispicio, en un lugar visible para todos. «Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido o cubrirla con un cajón, sino para ponerla en una repisa, a fin de que los que entren tengan luz», dice Jesús según el Evangelio de San Lucas. Así que ya llegamos a esta poesía advertidos de la presencia de, si no una confesionalidad –que a veces también– sí un afán de trascendencia, de transitar entre ambos mundos a pecho descubierto. Que no se engañen aquellos que conocen a Lutgardo García por su condición de médico (médicos escritores hay centenares, desde Pío Baroja a John Keats), pues no es ningún amateur en cuestiones de poesía. Ni tampoco aquel que conozca su faceta de pregonero de la Semana Santa y devoto de las procesiones. No hay en su lírica ni gota de patetismo ripioso, de ese rictus estreñido que a menudo imprime al rostro el declamador de octosílabos, y que tanto gusta en las tertulias cofrades y a los adictos al incienso. Los que somos católicos-no-capillitas (cosa incomprensible para el devoto sevillano) no encontramos en la obra de Lutgardo García nada de esa ranciedumbre de estampita congelada y topicazos con pan de oro. La poesía es enemiga del lugar común y de la exageración. Y la de Lutgardo García es poesía de muchos quilates.

Palabras mayores

En el prólogo de Juan Lamillar –que, más que prólogo, es una amplia y fundamentada reseña– leemos: «se trata de un libro de palabras “mayores”, que representan valores cada vez más difusos en nuestra sociedad: Dignidad, Perdón, Esperanza, Temor o Belleza, y que apuestan por la salvación a través de la mirada poética, de la palabra(…)». Escribe Lamillar estás palabras con mayúsculas, para recalcar más su intención, pero Lutgardo García rara vez se expresa en términos lapidarios, con aforismos marmóreos, sino que se desenvuelve con sencillez y con los recursos comunes del lenguaje poético, teniendo la humildad de no innovar. Su poesía es novedosa porque es buena. Su despliegue de metáforas es sencillo, con las manos abiertas y las palmas expuestas:

Una llave de luz que abre las cerraduras.

Un reloj que echa a andar de forma misteriosa.

En pleno mediodía

la sombra de una nube tiene el rostro de Dios.

Todo eso es el perdón.

Respecto a las «palabras mayores» hay dos tipos de poetas, de personas: hay quienes, como Borges, hablan de la eternidad con espanto y de la mortalidad con alivio. Una persona muy querida por mí afirma que le horrorizaría seguir existiendo tras la muerte (yo, que quiero que exista mucho más, rezo por lo contrario). Y hay quien, como el poeta José Luis Tejada, exclama: «Deje de ser quien a ello sea conforme; / no haya más vida para quien más vida / no necesite. Yo sí necesito / saciar mi sed desaforada, enorme, / de eternidad, mi hambre desmedida / de infinito elevado al infinito». De este segundo tipo es Lutgardo García, y sus senderos, sus versos, aspiran a ser todos de Gloria (con valiente mayúscula), pues ve cada camino, cada palabra, como flecha que apunta hacia el infinito. Es una raíz teológica, por otro lado, del más radical conservadurismo:

Bendito (…)

el que sabe que amar cuando todo envejece

es proteger el oro del naufragio del tiempo.

Bendito porque sabe que haber nacido hombre

es andar por la tierra buscando el infinito.

Y no podrán quitarle la perla de las manos.

Culturalismo bien

Es largo el debate que tenemos los poetas, entre nosotros, sobre el culturalismo en los poemas. José María Jurado suele decir que la diferencia entre sus referencias a Tchaikovsky y las mías a los Beatles o a Star wars es que las suyas se entenderán dentro de trescientos años. Aparte de que para entonces estaremos todos calvos, ese debate nunca terminará porque siempre una referencia cultural puede ser un inconveniente para la eficacia emocional del poema, si el lector no comparte esa vibración o no entiende ese significado que el autor le atribuye. Y, sin embargo, cuando funciona, esta referencia puede tener mucha potencia expresiva. Ludgardo García tira por la calle de en medio y, al igual que es parte de su vida la belleza de su jardín en el pueblo, o parte de su ansiedad la guerra de Ucrania, también pertenece a su vida la música de Fauré o de Bach, y por eso aparece en su poesía de manera natural. El culturalismo, por tanto, es biográfico, como en la obra de Miguel d’Ors (o del propio Jurado). Así, uno de los mejores poemas del libro, para mí gusto, se titula «Escuchando el Requiem de W. A. Mozart»:

Y vendrán a abrazarnos aquellos cuyo abrazo

va dentro de nosotros

como hay viento y hay tierra y sol y lunas nuevas

en el alma del vino…

Mientras suena el metal de las trompetas. Y no tendremos miedo.

Si se fijan, a menudo la poesía confesional o filosófica va disfrazada de culturalismo sin serlo. En este poema el culturalismo se limita al título, y el resto discurre como un encendido alegato de esperanza por el fin de nuestros días, incluso por el fin del mundo. Pero no hay ni sombra de Mozart, ni elementos musicales (salvo las trompetas, pero estas son las que los ángeles tocan en el Apocalipsis anunciando la apertura de los siete sellos).

Requiem y plegarias

El libro, aparte de los requiem –incluso uno por Simone Weil–, contiene oraciones en varios momentos. El poema llamado «Plegaria» está entre los mejores de esos momentos y se dirige, sin nombrarla directamente, a la Virgen María:

Madre de los silencios,

Tú que abres en la noche senderos de luciérnagas

y enciendes carromatos en el cielo de agosto,

ayúdame a encontrar

dónde están escondidos los milagros.

Aquí hay todo un programa de vida pero también una declaración de intenciones poética, para aquel que no crea en Dios o en la Virgen. La poesía sería aquella que nos ayuda a encontrar «dónde están escondidos los milagros». El libro desemboca en un signo de esperanza, de fin del diluvio, que es la rama de olivo. El último poema, dedicado al día en que murió el gran poeta y escritor Aquilino Duque, contiene una rama de olivo como apertura al milagro, y nos recuerda que la poesía de Lutgardo García ayuda a vivir.