Rodrigo Olay ha cruzado el Rubicón. Por escandalosa que fuera su juventud hasta ahora, ya tiene varios libros publicados, varios premios interesantones, y no podemos seguir con la matraca de lo hábil que es con la versificación, la mucha cultura que tiene, etc. La técnica se le presupone a un poeta como el valor al soldado, me dijo Eloy Sánchez Rosillo cierta vez. Ya está bien de empezar la reseñas elogiando que un señor sepa poner el acento en la sexta sílaba. Olay, pese a lo que digan aquellos que miran el dedo en lugar de la luna, ha tocado con este libro el núcleo denso de su voz personal. No al margen de, sino a través de, por medio de, y alguna vez a pesar de su técnica depurada, conocimientos filológicos y cultura cosmopolita. Desde luego, se puede ser técnico, hábil y cosmopolita y aun así escribir un truño de poesía. No es el caso.
La poesía de Olay ha alcanzado en este Quizá yo un tono que resulta contradictorio con el academicismo que se le imputa. Tiene algo vallejiano, en el uso de pronombres, en el vigor de su sintaxis, y algo de Claudio Rodríguez, en su luminosa exaltación del amor y la familia, que es materia viva. Con este vigor y esta pujanza consigue transmitir emoción, al margen de Gonzalo de Berceo o los recuerdos juveniles de Erasmus.
Decía Orson Welles que hay dos cosas imposibles de filmar de manera realista: la cópula humana y el acto de la oración. Con el amor erótico sucede en poesía como a los sentimientos en política: es materia difícil y peligrosa, destinada al fracaso por principio. De tal manera que, cuando no fracasa, es excelente. Olay ha imprimido un ritmo, que dijimos vallejiano y claudiorrodriguesco, y que da cuenta de una urgencia, de una delectación y un agradecimiento ansioso, como en «A tu sabor de mí»:
«Y el amor hasta ya, resuelto en llamas,
irisa su blancura, luz sin horas,
ya no se si decir, no sé ya qué,
y el tiempo nos rodea sin el tiempo
y nunca de otra vez y lentamente
y hace ya doce años que te soy
y ni quiero ni voy ni podré ya
de otro modo existir, vivirte cómo.
Venga entonces, acércate y dispón
a tu sabor de mí, dame tu boca,
lengua de hierro de la medianoche
quiebra el albor, concédeme este día
e incéndiame los ojos (…)»
Comprobamos de nuevo que la sintaxis –el sonido en general– es el alma de la poesía, y no las metáforas o imágenes, cuando leemos el verso: «lengua de hierro de la medianoche». Con su acento en cuarta y octava sílabas, nos suena rotundo y, sin embargo, la imagen no puede ser más extraña y agresiva; una «lengua de hierro» sería harto inconveniente en el encuentro amoroso.
Es la familia un tema recurrente en la obra de Olay, especialmente el agradecimiento por sus hermanos. En «Alegría» nos alumbra con esta evocación:
«y mis hermanos cuentan
como si nunca fuera a pasar nada,
como como si nunca fuera,
y Victoria nos lleva en brazos a nosotros, uno a uno,
y en su boca una rosa de agua late
y mi madre le canta
por que duerma, allá adentro, en la penumbra».
No podemos no acordarnos de los momentos menos apagados de La casa encendida de Luis Rosales, cuando la evocación de nombres propios supera la gélida tristeza de la casa en penumbra. La cadencia de este fragmento tiene además la sonoridad de un Garcilaso moderno, en el modo en que los versos de once y siete sílabas preceden a un reposo, en tres «empujoncitos»: «por que duerma, allá adentro, en la penumbra». Como aquel «salid sin duelo, lágrimas, corriendo».
Un recurso que abunda en este libro es el uso de los pronombres interrogativos o exclamativos de forma muy singular, a veces retorciendo la gramática:
«–Esa voz de acunándola, a la niña.
Cuánto un día diré: memoria, tráemela–».
«y jamás / traspondrá los umbrales de nuestra morada qué herida».
A ratos es más clásico en los planteamientos, motivos y desarrollo del poema. Pero con gran sencillez consigue sacar igual agua del pozo. En «Cumpleaños»:
«Desde que éramos altos como sillas
y comíamos tarta en platitos de plástico que nuestras madres, jóvenes
como nosotros hoy,
cortaban con cuidado (…)»
«Ay, el tiempo. No todo se comprende».
Contiene el libro algunos pocos juegos de palabras, rimas consonantes y arte menor, que a un servidor apenas dicen nada. Por otro lado, lo libresco y cultureta se funde en algunos textos con la pura emoción, dando lugar a momentos muy líricos. «Póntica», por ejemplo, es un poema escrito en verso acentual: todos los versos están compuestos por cinco o seis pies métricos de la estructura átona, más átona, más tónica (o-tra-VEZ en-la-NO che-su-SU etc.). Todo este galimatías –que tuve que consultar– no tendría importancia alguna si no lograra, como logra, llevarnos de la mano por un poema, de nuevo de amor conyugal, y además de amor a nuestra cultura, tocado por una gracia especial:
«Otra vez estoy solo en mitad de las tierras del Norte,
otra vez en la sombra susurra tu nombre la lluvia,
(…)
en Capraria, abundante en lagartos, o en Iúnionia Minor
o también Aprositos, pues todos tres nombres la adornan,
celebramos el tálamo nuevo de los esponsales
(…)
A partir de Quizá yo muchos dejarán de mirar a Olay como al niño con gafitas de la clase que se sabe la lista de los reyes godos, y esperarán de él más poesía luminosa y honda como esta. Quizá Olay no les decepcione.