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Reseñas
literarias
Manuel Moya

Pessoa, el hombre de los sueños

por:
Jesús Beades
Editorial
Ediciones del Subsuelo
Año de Publicación
2023
Categorías
Sinopsis
Uno de los tópicos más consolidados en torno a Fernando Pessoa tiene que ver con su vida o, mejor, con su ausencia de vida. Sin embargo, su apariencia de hombre tímido, solitario, incapaz de abandonar esa jaula-universo de Lisboa no le impidió convertirse en uno de los poetas de referencia. Manuel Moya, traductor de Pessoa y estudioso del personaje, nos presenta en esta biografía una visión que se aleja de muchos de los clichés que han rodeado la figura del poeta portugúes. Con este ensayo, Moya intenta dar una interpretación cabal de la desasosegante peripecia vital e intelectual de este escritor singular que intentó pasar de puntillas, no siempre con éxito, por una vida muchísimo más rica y extraordinaria de lo que se suele creer.
Manuel Moya

Pessoa, el hombre de los sueños

¿Qué no se habrá dicho ya de Fernando Pessoa? Es el portugués un autor que todo el mundo cita, del que se tiene una figurita de recuerdo en la estantería o la consabida foto junto a su estatua sedente en el café A Brasileira, en el Chiado. Y, sin embargo –sospecho, pocos lo han leído. Sucede igual con la peli Blade Runner, o el Ulises de Joyce: no se puede no apreciar en público, por vergüenza cultural. Llama la atención su popularidad, toda vez que Pessoa no es un autor fácil, antes al contrario: es un laberinto de espejos rotos, de rostros diferentes. Una salva de artillería –será por metáforas– que dispara hacia todos lados, en caótica dispersión y producción desbordante. Un auténtico grafómano que apenas llegó a publicar un libro en vida, Mensagem, y porque se empeñaron unos amigos, y que vivió una vida de pobreza y nomadismo urbano, de piso en piso conforme no podía pagar la renta.

Intuyo que Pessoa ha devenido en cliché turístico al mismo ritmo que Lisboa en topos literario, desde que la decadencia y la suciedad de sus calles nos empezó a parecer encantadora a los letraheridos del continente. La mugre de sus azulejos verdiazules, al igual que los desconchones de barrios basurientos en Roma o los colores chillones que intentan disimular la miseria en La Habana o São Paulo, en algún momento del siglo XX empezó a ser un lugar común de la poesía española (también de la narrativa, recordemos El invierno en Lisboa de Muñoz Molina) hasta el punto de que Miguel d’Ors, tan antimoderno, empieza su poema «Cosas que no soporto en un poema» con el siguiente verso: «Que suceda en Lisboa».

Publica Manuel Moya ahora este voluminoso trabajo sobre Pessoa y se adentra uno en sus páginas a medias atraído por el personaje del bigotito y las gafas, a medias interesado por la excelente prosa del autor, pero con el temor de enfrentarnos a «las fuerzas de orden tópico» (Enrique García-Máiquez dixit). El título ya nos parece blandengue, por el abuso que del sustantivo «sueños» se hace en tazas para el desayuno y frases de Instagram: persigue tus sueños, cumplir tus sueños, etc. Es un título ambiguo, pero supongo que todas las demás frases pessoanas estaban cogidas: «El fingidor», «El hombre de los mil rostros», y así. Entiendan ustedes que cada vez que haga una crítica a algún aspecto del libro siempre partirá de mi rendida admiración por quien es capaz de investigar tan a fondo, quemando pestaña en libros y revistas para después sentar el culo horas y horas a fin de ofrecernos semejante tocho. Desde esta línea me quito el cráneo como punto de partida de los pequeños o grandes peros que le podamos poner.

Biografía o qué cosa

¿Qué cosa es una biografía? Estrictamente hablando, lo que pone en Wikipedia. Datos, nombres, números. Si vamos más allá ya es un ensayo y, por lo tanto, se aventuran tesis, se refutan las de otros, se critican interpretaciones anteriores y se revelan nuevas luces a partir de documentos recién aparecidos, o no suficientemente ponderados hasta entonces. Chesterton tenía la poca vergüenza de saltarse la parte de los datos (o despacharla en tres páginas) para pasar directamente a la tesis, a sus ideas sobre ese autor. Así, sus ensayos biográficos sobre Shaw, Watts, Dickens, Stevenson o San Francisco de Asís, entre otros, son de los mejores textos que escribió. Pero Chesterton citaba de memoria (y mal) y no tenía ningún afán de exhaustividad. Tampoco tenía Internet. Manuel Moya parece haber manejado todos los libros sobre Pessoa disponibles en español y portugués, todas las monografías, ensayos y traducciones, en libro y en revistas. Al menos lo parece, y esto ya conforta conforme se va leyendo el tocho. La sensación de que nos cubre el paracaídas de la erudición es grata y no abruma, sino que está envuelta todo el tiempo en una como simpatía.

Moya despliega una prosa entusiasta –a veces demasiado entusiasta– que demuestra pasión por la materia, más allá del frío y polvoriento académico, compilador de bibliografías. El autor a veces se abona a tesis más o menos plausibles y comunes: «Se hace evidente que la desaparición del padre es fundamental para la comprensión de la figura y la obra de Pessoa. Para su fragilidad. En mi opinión constituye el hecho axial de su vida». Esta afirmación no está especialmente documentada, pero es de sentido común. ¿Quién no lo pensaría? Pero Moya vierte también otras opiniones menos comunes y que intentan deshacer tópicos que tienen más de leyenda que de historia: «Uno de los tópicos que más se ceban con Pessoa es su carácter de autor casi inédito, de hombre no apreciado ni entendido por sus contemporáneos, incluyéndolo así en esa exclusiva nómina de genios a los que el silencio artístico –cuando no el fracaso– persiguió durante toda su vida. Con Pessoa, esta extendida adscripción al silencio y al fracaso habría que ponerla muy entredicho (…) Desde la irrupción de Orpheu, la revista que conmocionó el pacato panorama literario portugués, donde Pessoa y sus heterónimos publicaran algunos de los textos más provocadores que se recuerdan en Lisboa, su figura gozó del respeto de sus coetáneos. Respeto de unos y desconfianza de otros, claro. Un respeto que no le faltó hasta su muerte, en 1935, como se advierte por el gran número de colaboraciones y entrevistas que le fueron pedidas y publicadas mientras vivía y los repetidos obituarios tras su fallecimiento». Esta defensa la reiterará Moya varias veces en el libro.

Mirada empática

Por su extensión, tiene la virtud este libro de presentarnos a los personajes secundarios sin prisa y con detalle. Desde el autodestructivo Mário de Sá-Carneiro, íntimo amigo –principalmente por vía epistolar– del poeta, hasta el siniestro Aleister Crowley, mago, escritor, estafador, viajero, al que tratará por carta y conocerá en persona. Pasando por todos sus compañeros en la revista Orpheu o Presença, entre otras, en cuyos detalles bio-bibliográficos se demora el autor sin prisa alguna. Y, por supuesto, su amor (o lo que sea) por Ofélia Queiroz, la pobre, que no logró nunca que el rarito oficinista-poeta pasara a mayores, ni de jóvenes ni de talluditos. Moya maneja a este respecto los epistolarios publicados hasta la fecha, analizando su estilo y conjeturando acerca de los vericuetos del alma del creador de heterónimos, y consigue que entendamos a ambos con una suerte de, por así decir, mirada empática que es de agradecer. Porque muchos investigadores, por el contrario, destripan la intimidad más menuda de autores muertos de una manera que recuerda a profanadores de tumbas. Moya muestra cariño y respeto por las personas de las que habla, y no cae en la falacia de superioridad cronológica (salvo en la política, en que no duda en dejarnos clarísimo que Pessoa estaba en el bando de los malos).

Poetiquerías

Se nota que Moya es grafómano y que escribe de todo y con facilidad, en varios géneros. No siempre logra contener esa facilidad, que a los que somos verbosos nos lleva al enrolle y la poetiquería que decora, que hace bonito. Enumeraciones caóticas bellísimas, que hacen que imaginemos Lisboa una mañana bulliciosa de 1920, por ejemplo. Pero en esos momentos no está Pessoa presente, sino Moya, que es un buen poeta, y el ensayo biográfico se interrumpe un momento para dar paso a ese esparcimiento verbal. Son poetiquerías más propias de un blog personal o un libro de poemas en prosa, que a menudo se le escapan y sin las cuales el libro hubiera tenido setenta o cien páginas menos, cosa de agradecer en ladrillos semejantes.

De igual modo sucede con las frases redundantes, a base de sinónimos, o añadiendo epítetos del tipo «el esclavo de su sombra, el fingidor que nunca conoció la felicidad…», etc, para no decir «Pessoa» otra vez, y alargando así el texto. No es un fallo fatal, porque al menos esta prosa extendida es buena, y se lee con gusto. Pero son meandros, dilataciones que en realidad no hacen falta. Por lo demás, es un libro que contagia el afán por saber y las ganas de leer, que no es poco. Y también nos espolea a algunos para recuperar el viejo proyecto de aprender portugués.