· Judy Abbot, que ha vivido toda su vida en un orfanato, tiene un misterioso benefactor que está dispuesto a pagarle los estudios. A cambio, ella solo tiene que enviarle una carta al mes, no hacer preguntas, y nunca esperar respuestas. · Pero sus cartas están muy lejos de ser las de una modosa huerfanita. Judy mezcla las anécdotas universitarias con sus ideas, dibujos y teorías sobre quién será su benefactor, al que llama Papá Piernaslargas. · Una novela epistolar llena de ternura, sentido del humor y un romanticismo muy poco convencional, que nos lleva hasta un final sorprendente y, por supuesto, feliz.
Me cuesta mucho ordenar mis libros. Lo hago cada cierto tiempo porque mis estanterías tienden al desorden y además lo disfruto mucho, a pesar de que nunca sé muy bien cómo ponerlos –¿autor, tema, editorial?– y me quedo paralizada delante de las pilas de libros como una liebre delante de los faros de un coche. Tardo una eternidad porque cambio de criterio doscientas veces y cuando termino siempre hay un montoncito que no sé muy bien dónde poner. Lo voy colocando al tuntún, repartiéndolo de cualquiera manera por los huecos libres que han quedado aquí y allá, sintiéndome un poco como la que barre el polvo debajo de la alfombra. Pero hay una categoría que aunque no tenga balda concreta tiene un sitio muy claro en mi cabeza: la de los libros que me hubiese gustado escribir a mí. Papá Piernaslargas, de Jean Webster, (Turner, 2015) pertenece a este grupo.
Lo leí hace años en inglés y le tenía echado el ojo a la versión española de Turner porque sabía que venía de la mano de la editora Pilar Álvarez y eso solo podía significar cosas buenas. Y así es. Pero debo reconocer que nunca pensé que lo fuera a disfrutar tantísimo porque sospechaba que por bueno que fuese, perdería muchísimo en español. Qué equivocada estaba y qué feliz me hace reconocerlo. Papá Piernaslargas se publicó por primera vez en 1912 y es la historia de Judy Abbot, una chica que se ha pasado toda su vida en un orfanato hasta que aparece de pronto un misterioso patrón que está dispuesto a pagarle los estudios. A cambio, ella solo tiene que escribirle una vez al mes, no hacer preguntas y no esperar respuestas. Las cartas de Judy son entretenidísimas y mezclan con muchísima gracia las anécdotas universitarias con sus ideas, dibujos y teorías sobre quién será su benefactor, al que llama Papá Piernaslargas. Si yo tuviera que explicarle a alguien cómo debe ser la carta perfecta, le daría este libro.
Judy es lista, simpática y tiene un sentido del humor fantástico, pero cuando realmente la encuentro más encantadora y la quiero como a una hermana es cuando la veo metiendo la pata. Porque ella es de natural alegre y le escribe unas cartas fantásticas al señor Smith contándole esto y lo otro y lo de más allá –y confirmando de paso que lo fundamental no es el qué sino el cómo–, pero a veces no puede más de no recibir nunca una respuesta de su benefactor y entonces le escribe en pleno arrebato diciéndole de todo y le manda la carta muy indignada y a los cinco minutos se está arrepintiendo y escribiéndole otra disculpándose a toda velocidad. Tiene una mezcla de naturalidad, gracia y ternura que hacen que te den ganas de darle un abrazo.
Papá Piernaslargas es de esos libros que te abren la puerta a otros, pero que no se hacen agotadores en su declaración de amor por la literatura. Aparecen las Brönte, Kipling, Dumas, Pepys y compañía, y Judy los va comentando a todos sin ningún complejo. Apenas ha leído hasta que llega a la universidad y una vez allí no quiere hacer otra cosa. La sorpresa que se lleva con Shakespeare la representa fenomenal: “No tenía ni idea de que en verdad escribiera tan bien, siempre sospeché que se aprovechaba de su buena reputación”. Me da una envidia tremenda cómo cuenta que está deseando que llegue la noche para colgar el cartelito de no molestar en la puerta de su cuarto, colocarse su bata roja y sus zapatillas de borreguito, y echarse sobre una pila de cojines en el sofá para leer y leer y leer: “Con un solo libro no tengo bastante, me pongo con cuatro cada vez”. Judy vive en una época en la que la mayor distracción contra la que tiene que luchar es la pesada de Ackerley, tonta sin interrupción –esta expresión me la guardo–, que se mete en su cuarto a darle la paliza durante una hora justo en el momento en el que está arrellanándose para empaparse Retrato de una dama.
Webster –y María Sierra, su traductora– te llevan de la mano desde el principio hasta el final sin soltarte ni un momento. Papá Piernaslargas es ingenioso, alegre y ligero, y no me sorprende nada encontrarme a Stevenson más de una vez entre sus páginas, porque el escritor y la protagonista tienen muchísimo en común. En especial, esa habilidad para enfocar el lado luminoso de las cosas y contagiar a los demás su entusiasmo por la vida. Me lo he leído de una sentada, me he reído en alto varias veces de puro goce, lo he subrayado de arriba abajo y yo diría que este libro no es para niños ni para mujeres o para hombres, sino más bien para cualquiera a quien le guste leer. Sin embargo, en España parece que no ha terminado de funcionar. Quizá haga falta contar más veces lo buenísimo que es. Yo, por mi parte, voy a intentar ponerle remedio repartiéndolo a diestro y siniestro, pensando muy poco en la edad y mucho en la persona a la que se lo regalo. Si me lo permiten, les recomendaría que hicieran lo mismo.