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Reseñas
literarias
Antón Chejov

Pabellón nº6 y otros relatos

por:
Carlos Marín-Blázquez
Editorial
Alianza
Año de Publicación
2015
Categorías
Sinopsis
Comparable a otras cumbres narrativas salidas de la mano de Antón Chéjov (1860-1904), como -La señora del perrito-, "El pabellón n.º 6" es no sólo el prodigioso relato que describe la amistad que van anudando un joven paranoico recluido en un manicomio y el director del establecimiento, quien termina siendo acusado de demente e internado en la misma sala que su paciente, sino también una fábula acerca de la situación de frustración e impotencia de los intelectuales rusos a finales del siglo xix. Completa el volumen una magistral trilogía de relatos del autor ruso acerca del amor, integrada por -El hombre enfundado-, -La grosella- y -Del amor-, además de un extenso prólogo de Maxim Gorki.
Antón Chejov

Pabellón nº6 y otros relatos

Nacido en 1860 y muerto a la edad de cuarenta y cuatro años, víctima de una tuberculosis que había contraído a los veinte, Anton Chejov es, junto a Maupassant y Poe, uno de los creadores del cuento moderno. Sus narraciones (en total más de 250 cuentos y relatos cortos) integran un completo mosaico de la Rusia zarista de su época, toda vez que por sus páginas desfilan personajes pertenecientes a los estratos sociales más diversos. Sin embargo, y aun cuando la integridad de su obra se adscribe al más estricto realismo, por encima de su interés sociológico despunta su hondo significado humano.

Maxim Gorki, que fue su amigo, escribió sobre él: “Nadie ha comprendido tan clara y sutilmente como Anton Chejov la tragedia de las pequeñeces de la vida, nadie hasta él ha sabido dibujar a los hombres con tan implacable veracidad: el cuadro vergonzoso y desalentador de su vida en el opaco caos de su mezquindad de cada día”. Se deduce de lo escrito por Gorki la particular atmósfera de melancolía que envuelve sus relatos. Los personajes de Chejov aparecen con frecuencia atrapados en sus conflictos sentimentales, incapaces de tomar las riendas de sus vidas. No hay por lo general en sus historias dramas extraordinarios ni desenlaces apabullantes, sino más bien un tono sostenido de discreto aplastamiento, el reflejo fidedigno de unas vidas que, en su intento por cambiar de rumbo o mejorar las condiciones en que discurre su existencia, acaban por darse de bruces con su propia incapacidad.

La frustración es, por tanto, una de las notas dominantes de la narrativa de Chejov. Médico de profesión, debemos presumirlo dolorido testigo de las durísimas condiciones en que se desarrollaba la vida de la mayor parte de sus compatriotas en la Rusia de finales del siglo XIX. Pero el sentido de su obra llega mucho más lejos de donde alcanza su propósito de denuncia: Chejov conjuga la crítica a la coyuntura de un sistema agotado e ineficiente con una mirada que nos sumerge en la intimidad del ser humano para iluminar desde ahí las limitaciones de su condición.

Esta doble dimensión de su obra, social y humana, alcanza una síntesis insuperable en El pabellón número 6. Con su característico estilo depurado, exento de toda floritura o alarde, pero a través de cuyo dominio es capaz de dibujar en unos pocos trazos certeros el perfil psicológico de cada personaje, Chejov nos relata la historia de Andrei Efímich, director de un establecimiento para enfermos mentales, y de la insospechada amistad que traba con uno de los internos, Iván Dmítrich, en quien reconoce una inteligencia fuera de lo común. En lo que atañe al doctor, de esa relación se desprende un giro en el modo de percibir tanto su propia vida como las circunstancias en que hasta ese momento ha permitido que transcurra. Al mismo tiempo, y en lo que constituye la dramática paradoja del relato, la amistad con el enfermo demente actúa como el desencadenante de un final en el que el médico se verá absorbido por el mismo sistema carente de piedad en el que él ha actuado durante tanto tiempo como uno de sus necesarios engranajes.

El pabellón número 6 puede leerse, pues, en la línea de una crítica a quienes, como el doctor Efímich, adoptan frente a la realidad más inmediata una postura fatalista bajo la que se oculta una crónica debilidad de carácter: “Andrei Efímich –refiere el narrador- sentía un amor profundo por la inteligencia y la honradez, pero le faltaba el carácter suficiente y el convencimiento de estar en su derecho para rodearse de esa vida inteligente y honrada. Positivamente no sabe ni ordenar, ni prohibir, ni insistir. Parece como si hubiera hecho la promesa de no levantar nunca la voz y no emplear el modo imperativo en los verbos”. No faltan en el fuero íntimo del doctor argumentos filósoficos con los que justificar su apocamiento y garantizarse la continuidad de una vida pautada de cómodas rutinas. Desde esa perspectiva, estaríamos ante un relato focalizado en la censura de una clase social, la burguesía, a cuya parálisis y ausencia total de compromiso se deberían la mayor parte de los males que aquejaban por aquel entonces a Rusia.

Pero la historia se impregna de un significado más profundo en la medida en que de la relación entre los dos personajes principales de la historia asistiremos al surgimiento de una amistad que desafía los límites de lo posible. Ese vínculo de comunicación que se establece entre ambos quedará pronto malogrado por el ambiente de incuria y corrupción, de miseria moral e ignorancia autosatisfecha en el que hozan el resto de personajes. En un final de pesadilla, veremos difuminarse la distancia entre cordura y demencia, y llegaremos a dudar de nuestro propio criterio para enjuiciar de qué lado cae cada una. Detectamos así en El pabellón número 6 rasgos que lo vinculan a las escalofriantes narraciones de Kafka, una atmósfera hasta cierto punto común urdida mediante la  combinación de delirios fantásticos y lógica inexorable, y que de alguna manera anticipa los peores horrores del siglo XX. No deja de resultar irónica, a propósito de este dato, la anécdota según la cual el mismo Lenin, después de leer esta breve novela, se vio impulsado a salir a la calle porque también él se sentía “encerrado en un manicomio”.

En El pabellón número 6, con una sutileza que bordea lo prodigioso, Chejov trazó el contorno de un mundo que se descomponía a la vez que –como sucede en el resto de su obra- penetraba en ese fondo arcano donde reside la esencia inmutable del alma humana. Quizá nadie como Eduardo Galeano, otro escritor, haya definido de manera más concisa la virtud primordial de esta labor deslumbrante: “Escribió como diciendo nada. Y lo dijo todo”.

Temática
Novela sobre la relación entre un enfermo mental y el médico que lo trata.
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Dónde leerlo:
Algún espacio abierto, por si acaso (a Lenin le produjo claustrofobia)
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