Lo único que había leído de Chris Bachelder hasta ahora era su diario de crianza, A propósito de Abbott, publicado por Libros del Asteroide. El libro me gustó, y aunque no recuerdo haber hablado con nadie al respecto, las cookies se enteraron de algún modo y se han dedicado durante meses a meterme por los ojos la novela de Bachelder Oso vs. Tiburón, en su edición española de Automática Editorial. En los resquicios de la web de As o en los laterales de la de Abc, una y otra vez, la dichosa novela. Y como toda resistencia tiene un límite, como la cubierta era llamativa y la sinopsis prometedora, como, en fin, sus paternidades me habían gustado, me hice con Oso vs. Tiburón, en parte para que las cookies descansaran.
Por si alguien siguiera mi itinerario con la obra de Bachelder, primero he de advertir que la novela no tiene nada que ver con sus paternidades. En A propósito de Abbott emplea, lógicamente, un tono hogareño para presentar los hallazgos cotidianos y esa mezcla de fascinación y desconcierto propia del padre primerizo. Oso vs. Tiburón, en cambio, es una novela de ímpetu posmoderno, en la que se “narra” el viaje de una familia a Las Vegas para asistir al espectáculo del siglo: una lucha a muerte entre un oso y un tiburón, generados por ordenador, «en un terreno de juego relativamente equilibrado (es decir, con suficiente profundidad de agua para que un Tiburón pueda maniobrar debidamente, pero no demasiada, para que un Oso pueda hacer pie y manejarse con su característica destreza».
El libro es una sátira sobre la sociedad del espectáculo, el consumismo, el centelleante adormecimiento de las tecnologías, el poder idiotizante de los medios, el triunfo del simulacro… Una crítica ácida y humorística a los rasgos más detestables de nuestro tiempo, los cuales, según parece, se hallan exacerbados en los Estados Unidos, cuyo epítome, en ese sentido, sería Las Vegas. Y como tal, es decir, como sátira, funciona. Hay pasajes brillantísimos sobre la publicidad o sobre los archipiélagos en que devienen las familias por culpa de las pantallas; también dardos lanzados con muy mala baba y como el que no quiere la cosa: “¡El tiempo está en todas partes! La meteorología está asaltando este planeta indefenso y parece que a nadie le importa un pimiento”.
Ahora bien, la novela evidencia achaques, un cierto envejecimiento, sobre todo en el protagonismo que concede a la televisión y sus formatos, hoy en serio peligro de extinción. La televisión, y muy especialmente la programación de la misma, ha cambiado mucho en los últimos tiempos, y eso merma la imagen que está en el centro de la novela. Publicada por primera vez en 2001, Oso vs. Tiburón fue demasiado actual en su día como para que lo siga siendo ahora.
Luego está el asunto de la forma. La novela, decía, es posmoderna y solo a ratos narrativa; «Como Don DeLillo pasado de ácido», se entrecomilla en la contracubierta. Esa temeridad formal a veces resulta fascinante, por ejemplo cuando consigue dar una apariencia zapeada a los capítulos o alcanza una disposición cubista donde los objetos se intuyen y encabalgan en un mejunje sugerente. Otras veces, como es natural, el asunto queda en exceso confuso, cuando no agota al lector hasta el punto de que se pregunte si no debería estar haciendo otra cosa, como leer El club de la lucha, de Chuck Palahniuk, con la que Oso vs. Tiburón tiene mucho en común. La diferencia está en que el estilo lisérgico y sonámbulo de Palahniuk resulta indisociable del fondo, mientras que en Bachelder uno y otro no siempre están bien entrelazados. Y si bien, se ha dicho, en ocasiones alcanza logros indudables, otras, da la sensación de que la forma, exasperada en un denodado esfuerzo por no tomarse en serio a sí misma, boicotea el contenido.