Ocultos en el bosque (Kalandraka, 2021) es uno de esos libros que se pueden mirar una y otra vez y cada vez que los abres y los ojeas descubres algo nuevo, pero de verdad. Su autor, el ilustrador japonés Mitsumasa Anno, escondió en cada una de las preciosas acuarelas a doble página que lo componen un sinfín de animales –y alguna sorpresa más–. Hay renos, armadillos, hipopótamos, cigarras, tucanes, pingüinos, marabúes, rostros humanos, calaveras y hasta un mapa de la isla de Kyũshũ –que por si alguno no lo sabe es la tercera isla más grande de Japón– entre las ramas, troncos y hojas de este fantástico bosque. Me gustan particularmente la niña y el niño que, en la portadilla, están punto de adentrarse en la espesura para empezar su paseo, y cuando me los vuelvo a encontrar entre los árboles saliendo por un camino serpenteante en la última página me hace una ilusión tremenda. Siempre me ha parecido que este tipo de detalle hace que los libros estén aún más vivos.
Las ilustraciones de Anno son delicadas y elegantes, pero la tinta negra les da mucha fuerza también, lo que a mi modo de ver las hace muy atractivas y les da un punto de misterio que me encanta. Están perfectamente enmarcadas en la preciosa edición de Kalandraka –que tiene pensado recuperar la obra del ilustrador japonés, cosa que no me puede gustar más–. No suelo tener mucha paciencia para ver vídeos, pero el que ha colgado la editorial en su web sobre Ocultos en el bosque es hipnótico, ver cómo van surgiendo los animales de donde en principio no había más que árboles es fascinante.
El libro tiene un tamaño perfecto, no pesa y el arroyo que corre por su portada y continúa por el lomo hasta la contraportada invita a entrar. Al final hay una lista con los animales y elementos que se esconden en cada página, por si quieres comprobar si se te ha escapado alguno. Si tuviera que ponerle un pero, se lo pondría a las guardas: yo habría escogido otro tipo de papel, algo más recio, no satinado y de otro color –quizá del azul sobre el que se apoyan el título y el nombre del autor en la portada–. Pero es una edición muy bonita de todos modos.
Anno murió a los 94 años, el diciembre pasado. No conocía su obra, o más bien no me había fijado en él, porque muchos de sus libros me son muy familiares. Ahora no puedo dejar de verlo y estoy deseando ver por dónde sigue Kalandraka, cuál será el próximo que publiquen. Ojalá continúen por El viaje de Anno, su serie, también sin palabras, sobre distintos países: Gran Bretaña, España, Dinamarca o Italia, entre otros, que ya publicó Juventud en su momento. Se me antoja una barbaridad hacerme con la colección entera.