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Reseñas
literarias
Cormac Mccarthy

No es país para viejos

por:
Alberto Nahúm García
Editorial
DeBolsillo
Año de Publicación
2012
Categorías
Sinopsis
Una magnética historia de perdedores, narcotraficantes y sueños rotos, obra del genial autor de la Trilogía de la frontera. El cazador y veterano de Vietnam Llewelyn Moss descubre por casualidad la sangrienta escena de una carnicería entre narcos en algún lugar de la frontera entre Texas y México. Entre los cuerpos y los paquetes de heroína, descubre también algo más de dos millones de dólares. A partir de este momento comienza la violenta carrera de Moss por escapar de los que quieren darle caza: Wells, ex agente de las Fuerzas Especiales contratado por un poderoso cartel; Anton Chigurh, una implacable máquina de matar, para quien recuperar el dinero de sus jefes es apenas la excusa para descargar una y otra vez su arma y poner en práctica su máxima: no dejar nunca testigos, y un sheriff veterano de la segunda guerra mundial que añora los viejos buenos tiempos y esconde un doloroso secreto que lo mantiene vivo. El resultado es una novela que es -mucho más que un thriller corriente- (Time Magazine) que -te dejará jadeando y atemorizado- Sam Shepard).  
Cormac Mccarthy

No es país para viejos

“Si supieras que alguien va por ahí a pie con dos millones de dólares que te pertenecen, ¿en qué momento dejarías de buscar? Exacto. No existe tal momento”. En efecto: no existe. Tan solo es posible la huida hacia delante, un largo adiós donde el peso de tanto dinero resulta cada vez más difícil de soportar. Y ahoga. Y quema. Y dispara. Y mata.

Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933) es un novelista de frontera, ese espacio indómito, vaporoso, con reglas propias… o, ¡qué demonios!, sin reglas. Un territorio salvaje, un ambiente lacónico; el sur y Faulkner; México y la violencia; la droga y los disparos a la garganta; los narcos y el maldito dinero. Ahí, el cazador Llewelyn Moss se topa con los restos de una masacre entre cárteles: varios traficantes muertos, heroína como para simular la nieve en una película de serie B y más de dos millones de dólares. La nueva cacería ha comenzado y nadie dejará escapar la presa: ni la jauría de narcos mexicanos; ni el sanguinario Antón Chigurh contratado por un jefe de cuello blanco; ni Carson Wells, exagente de las Fuerzas Especiales; ni el sheriff Bell, un héroe cansado de conciencia atormentada.

Esta estupenda y vibrante novela de uno de los escritores estadounidenses más reconocidos –no en vano, Harold Bloom lo “canonizó” en su día como uno de los cuatro grandes escritores contemporáneos, compartiendo podio con Don DeLillo, Thomas Pynchon y Philip Roth– ofrece una lectura ágil, lacónica, muy cinematográfica en su estilo… hasta el punto de que los hermanos Coen la llevaron al cine en 2007, con un inolvidable Javier Bardem como un malísimo y desternillante gigantón asesino que huele la sangre allá donde pisa.

Con No es país para viejos, McCarthy propone una suerte de western contemporáneo, de inconfundible aroma Peckinpah, en el que el habitual carácter violento del novelista estadounidense se mezcla con un pesimismo vital que rememora a Edward Hopper en el rudo Oeste. Porque la historia exhala tristeza, desesperación y un viaje agónico donde la última parada solo puede ser el cementerio. Sin embargo, la gravedad moral de los temas de fondo, con la voz del Sheriff Bell como brújula, se combina con una peripecia narrativa apasionante. McCarthy levanta una novela de acción memorable, infartada a ratos, que se devora con el ansia del relato por entregas.

“Hace tres semanas era un ciudadano respetuoso con la ley. Tenía un empleo de nueve a cinco, o de ocho a cuatro, da igual. Las cosas pasan porque pasan. No te preguntan primero. No te piden permiso”. Estas palabras del protagonista certifican que No es país para viejos sigue el rastro de una huida imposible para reflexionar sobre la fatalidad, el destino y la naturaleza del mal. Es la poética de Cormac McCarthy. Hay espacio para la crueldad y la sangre, pero también para el heroísmo, la compasión y, lo que es más importante, para un aliento moral muy a contracorriente de lo que mandan los cánones biempensantes: “¿Qué le dices a un hombre que reconoce no tener alma? ¿Qué sentido tiene decirle nada? –afirma el sheriff Bell–. Cuando digo que el mundo se está yendo al infierno la gente simplemente me sonríe y me dice que me estoy haciendo viejo. Que ése es uno de los síntomas. Pero lo que yo creo es que cualquiera que no vea la diferencia entre violar y asesinar gente y mascar chicle tiene un problema mucho mayor que el que tengo yo”. El sheriff Bell envejece ante los sinsentidos del presente; esta novela, sin embargo, se conserva tan fresca y vibrante como cuando se publicó, hace quince años.

 

¿Qué dicen del libro?

El País

No hay manera de soltar el libro. Es duro, duro e impactante.

Alison Block, Booklist

La mezcla de narrativa lírica, diálogo corto y escenas de acción consigue que en No es país para viejos resuenen ecos de Dostoievski, Hemingway y Faulkner.

Temática:
Western y narcotráfico
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