Resulta curiosa la fortuna (infortunio, realmente) que ha corrido la Primera República española. Aquella experiencia breve, caótica, asediada desde dentro y desde fuera, cayó rápido en el olvido incluso entre sus propios protagonistas, la mayoría de los cuales se reintegraron a la vida pública en el nuevo orden diseñado por Cánovas.
Quizás por su cercanía en el tiempo o porque se ha mantenido como un periodo útil y maleable para el debate sobre el futuro de España, la Segunda República se ha llevado todos los focos. En general, todo nuestro siglo XX, tan traumático, partido en dos por la Guerra Civil, ha opacado a un XIX apasionante por lo convulso que fue, tirado por fuerzas antagónicas, atravesado por conflictos coloniales, civiles y regionales, y plagado de protagonistas de distinto pelaje: románticos, liberales, castizos, pragmáticos, caudillos, libertadores…
En 1935, en medio de la II República, Ramón J. Sender (Huesca, 1901-San Diego, 1982) se dispuso a rescatar uno de los episodios hoy día más desconocidos de aquella Primera República “exprés”: la rebelión cantonal de 1873. Estos sucesos, que coincidieron en el tiempo con la Tercera Guerra Carlista y la Guerra de los Diez Años en Cuba, precipitaron la caída del nuevo régimen, superado por la izquierda y obligado a sofocar a sus radicales.
Míster Witt en el Cantón se escribió con un ojo en el siglo XIX y otro en el siglo XX, en el presente del autor. La II República ya andaba entonces (el libro se escribió en 1935) tensionada por movimientos extremos y las voces disonantes auguraban un final inevitable que, en este caso, derivó en sucesos aún más dramáticos que los de la anterior experiencia republicana. En el prólogo a la segunda edición del libro, de 1968, Sender reseña que «algunos críticos han dicho que la novela resultó profética, porque muchos de los sucesos de 1873 se repitieron poco después de su publicación».
La obra de Sender responde perfectamente al patrón de novela histórica de tipo galdosiano. Podría pasar por una adenda a los Episodios Nacionales del ínclito canario. En este libro se entreveran la historia general de España, y en concreto de la revuelta cantonal de Cartagena, y la historia particular de dos personajes inventados, prácticamente los únicos: el flemático Míster Witt, ingeniero con autoridad ante el cónsul británico, y su esposa Milagros.
Más allá de oscuros actores del pueblo, el resto de figuras de esta función son históricas. El estallido del cantón despierta en el ingeniero unos celos retrospectivos hacia Froilán Carvajal, republicano fusilado en 1869 y que en la novela es primo (quizás amante) de la esposa de Mr. Witt, y le lleva a preguntarse sobre su postura ante los indescifrables hechos de España. De un corresponsal británico dice Sender que «al final salía con la impresión de que la revolución española era complejísima». Esa misma complejidad se refleja en los sentimientos de Mr. Witt hacia Milagros como exponente del pueblo cartagenero y, por extensión, de esa España «primaria e instintiva».
El trazo sentimental de Mr. Witt—quizás un inglés demasiado canónico, con idea de contraponerlo a esa España visceral que tanto gusta dentro y fuera de nuestras fronteras—resulta en general atractivo: un hombre que siente poderosamente la llegada de la vejez al tiempo en que las calles reverdecen con la primavera revolucionaria; un tipo seducido por el caos del entorno, pero consciente de su papel eminentemente victoriano, arrastrado a pesar de todo hacia iniciativas contradictorias. Más débil es el dibujo de su esposa, Milagros, diluida en una especie de emblema del pueblo llano. Paralelamente corren con pericia apasionantes descripciones de aquella Cartagena bulliciosa y piquetera, con las fuerzas «de Madrid» tratando de reconducir las cosas: el asedio marítimo comandado por el almirante Lobo y el terrestre liderado por ese general-para-todo de nuestro siglo XIX, Martínez Campos.
El propio Ramón J. Sender reconocía que la novela tiene algunos descuidos en lo estilístico, ya que la escribió en apenas 23 días. Con todo, es amena, tiene fuerza y es una obra inmejorable para adentrarse en uno de esos episodios mayoritariamente olvidados de nuestra historia. Los galdosianos de pro (en concreto, los amantes de sus Episodios Nacionales) no pueden ni deben dejarla pasar. El jurado del Premio Nacional de Literatura de 1935, en el que figuraban Antonio Machado y Pío Baroja, estimó la importancia de esta obra al galardonarlo. Poco después, Sender, como tantos otros escritores de izquierdas, marcharía al exilio.