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Reseñas
literarias
Joseph Brodsky

Marca de agua

por:
Aurora Rice
Editorial
Siruela
Año de Publicación
2023
Categorías
Sinopsis
En Marca de agua, un mosaico de cincuenta y una breves secuencias, Joseph Brodsky se sirve de sus visitas anuales a Venecia para meditar sobre la relación entre el agua y la tierra, la luz y la oscuridad, el tiempo presente y el pasado, el deseo y su satisfacción, la vida y la muerte. Estampas poéticas, estampas venecianas, estas reflexiones acerca de la ciudad abren brechas en la memoria del escritor, que entrelaza recuerdos personales con hechos acaecidos en esta ciudad de agua, agua que, como él mismo dice, «la golpea y la rompe en pedazos, aunque al final la recoja y la lleve consigo hasta depositarla, intacta, en el Adriático». Esa percepción y ese contrapunto entre imágenes y pensamientos se asociarán para siempre en la mente del lector con el nombre de Venecia.
Joseph Brodsky

Marca de agua

Joseph Brodsky (según él mismo, poeta ruso, ensayista inglés, ciudadano americano), sueña que sueña Venecia, pero el sueño es real, pues visitó la ciudad unas veinte veces, siempre en el corazón del invierno. Marca de agua es resultado de su enamoramiento, mil reflexiones sobre mil cosas que parten de Venecia, pero no se sabe adónde van a parar:

Entonces nunca sabes al moverte por estos laberintos si persigues un objetivo o huyes de ti mismo, si eres el cazador o la presa. Un santo no, desde luego, pero tal vez tampoco un dragón… ni un Teseo ni tampoco un Minotauro hambriento de doncellas…

Muy pronto declara Brodsky su objetivo (caudalosamente desbordado): contar Venecia a cuatro horas distintas del día, ya que en cuatro estaciones no la conoce. Pero además, por mucho que repite varias veces que en esta ciudad la vista lo es todo, cuenta la Venecia de cuatro sentidos (de la comida no habla): el olor a algas heladas, que para él es sinónimo de felicidad absoluta; las campanas al amanecer, como si un gigantesco juego de té de porcelana vibrase sobre una bandeja de plata en el cielo gris perla; el tacto por sinestesia: si hay algo erótico en las fachadas de mármol, es «la sensación causada por el ojo que se fija en cualquiera de ellas, una sensación similar a la de las yemas de los dedos al tocar por primera vez el pecho de la amada o, mejor aún, su hombro».

Brodsky cuenta las premoniciones venecianas de sus primeros años, en Leningrado, y el juramento que se hizo de venir a esta ciudad en cuanto escapase del Báltico; el Muelle de los Incurables le da pie para reflexiones medievales; se fija en los «monstruitos», los angelotes, los ubicuos leones que «en invierno nos iluminan el atardecer». En este rosario de sueños habla de los sueños en Venecia, donde pesadillas no hay, y sueña con otra vida veneciana, una vida con amigos venecianos que lo reciben en sus casas.

Y el tiempo, y Dios, y la música, y el agua («gigantesco espejo líquido» que «guarda nuestros reflejos para cuando ya no estemos»): Dios es tiempo, el agua es imagen del tiempo y ofrece a la belleza su doble, la música es gemela del agua, que «también es coral, en más de un sentido. Es la misma agua que transportó a los cruzados, a los mercaderes, las reliquias de san Marcos, … sobre todo, reflejó a todo el que vivió en esta ciudad o la visitó, todo el que paseó o vadeó estas calles como haces tú ahora». Y los espejos sucesivos (apagados, polvorientos) en las salas de un palacio. El cuello de violín de las góndolas. La niebla y el acqua alta y la ciudad laberíntica donde no hay norte y sur, este y oeste, arriba y abajo, imposible no perderse.

Venecia, paraíso, amada del ojo: después de ella, todo es desilusión: «Esta ciudad es una obra de arte en sí misma, la obra maestra más grande creada por nuestra especie». Venecia de noche, vacía, perfecta, en cuyos cementerios ya no cabe nadie más, pero donde está enterrado Joseph Brodsky, que murió en Nueva York en pleno invierno.

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