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Reseñas
literarias
Manuela Partearroyo

Luces de varietés

por:
Jesús Beades
Editorial
La uña rota
Año de Publicación
2020
Categorías
Sinopsis
Este libro es un cruce de caminos, de nombres insospechados, ideas peregrinas y binomios imposibles; de países vecinos y afinidades irremediables, de mundos creados a imagen y semejanza de una carcajada que se hiela en la boca. Mundos que, ya sea por f (de Fellini) o por v (de Valle-Inclán), participan de un abrasivo sentido del humor. Y también de lo grotesco.  El grotesco necesario, como lo es este ensayo que despieza minuciosamente un edificio estético que empezó a cobrar forma en la década de los cincuenta a partir de un probable plagio que tuvo lugar en 1948, cuando un jovencísimo Fellini se encuentra con el fantasma de  Valle-Inclán. Fue un secreto a voces apenas investigado con suficiente detalle y que  a la autora le sirve de pretexto para desentrañar cómo a mediados del  siglo xx los aires de modernidad procedentes de Italia confluyeron milagrosamente bien con nuestras raíces del teatro popular y las luces  de variedades; y por qué resurgió en el cine un modo de mirar tan nuestro, una manera auténticamente mediterránea de pensar, de crear, de reír.
Manuela Partearroyo

Luces de varietés

Este libro de Manuela Partearroyo (Madrid, 1988) –iba a decir «de una jovencísima Manuela Partearroyo», pues tiene diez años menos que yo y eso es un escándalo–, este libro, digo, es una gozada inclasificable. Aunque editado en 2020, fue–pandemia mediante–apenas distribuido y se ha presentado recientemente en la Academia de Cine de Madrid. Se perfila, desde luego, como una de las novedades más interesantes del año. Este libro es una gamberrada feliz y erudita, un chisporroteo de iluminaciones personalísimas.

¿De qué trata? El subtítulo reza: lo grotesco en la España de Fellini y la Italia de Vallé-Inclán (o al revés). En realidad, trata de lo que apasiona a la autora y de ella misma. Pues uno se retrata mejor cuando habla de lo que le entusiasma que cuando intenta definirse a propósito, y aquí Partearroyo (qué apellido más envidiable, por cierto) rezuma entusiasmo y conocimiento. Transmite ese tipo de devoción que se alimenta con los leños del estudio, y esa forma de sabiduría que crece y crece como una hoguera alimentada por el combustible del entusiasmo. Es una experiencia que reconozco y que es suficiente para llenar la vida, es decir, para dotarla de contenido, al margen de su monetización, que dicen los youtubers, de lo rentable de nuestras pasiones. Admirable actitud que podría devenir, desde luego, en solipsista manía personal, pero que en este caso da frutos jugosos y nutritivos para todos nosotros.

Variedad de luces

Luces de varietés es un libro demasiado poco sistemático para ser una tesis doctoral; demasiado divagatorio y arriesgado en sus propuestas interpretativas para ser una pieza más en el engranaje del escalafón académico; con –por suerte para nosotros– solo las notas a pie de página necesarias y con una fuerte impronta personal, es, sin embargo, 

un trabajo demasiado riguroso y cuajado de documentación y referencias para ser tomado como un ensayo ligero o una mera colección de opiniones.

Partearroyo–se nota desde la primera página–ha leído mucha buena literatura, ha visto mucho cine y ha pensado largo y tendido sobre ambos. Lo que nos deja vislumbrar en esta obra es el encendido entusiasmo que produce ver la relación entre una obra de Valle Inclán y el neorrealismo italiano; entre Fellini y Azcona; entre Berlanga y de Sica. Entre Fernán Gómez y Marco Ferreri.  El fervor de poder detectar al momento la semejanza, y también la diferencia, entre la Italia y la España de posguerra y sus respectivas cinematografías y literaturas. Cómo los escritores de tiras cómicas de La Codorniz serán posteriormente guionistas en Cifesa, y cómo de entre los fumettistas italianos surgirían algunos de los más influyentes escritores de Cinecittà. Pero el libro es mucho más que un continuo engarzar semejanzas, como quien abrocha los botones de un abrigo a los ojales de otro. Como todo lo importante, empieza por un milagro.

El milagro italiano

De todas formas, este abrochar botones es parte de la estructura del libro y lo primero que engarza es a nuestro Valle-Inclán–omnipresente a lo largo del texto y en la bibliografía final–con Fellini. Comienza la autora hablando del mediometraje El Milagro, del que Fellini fue guionista, ayudante de dirección e «insospechado actor», y cuya trama es más que parecida a Flor de santidad, de Valle.

Al margen del anecdotario y rosario de citas sobre este presunto plagio, le sirve el caso a Partearroyo como punto de partida de la conexión hispano-italiana, no solo en la inspiración de un guion aquí o allá, sino en algo más profundo. Los espejos deformantes del callejón del gato son vistos en la otra orilla mediterránea como la estilización y posterior complicación filosófica y estética del neorrealismo primitivo, tosco y puro.

En realidad, El ladrón de bicicletas–ojo, opinión mía, pero que veo emparentada con las de la autora–no nos conmueve en cuanto que realista, sino por la belleza poética, simbólica, de su paupérrima sencillez. Lo realista no es la esencia, sino vehículo de algo más.

Y, tras ese algo más se lanzaron Rossellini, Fellini, de Sica, con mayor o menor fortuna, hasta llegar al paroxismo de expresividad grotesca de La dolce vita. ¿Es menos realista esta que El Ladrón de bicicletas? Depende de a qué llamemos realidad, si a lo tangible cotidiano, o al centro del corazón del hombre, que no se sacia con una bicicleta; que necesita pan, sí, pero que cuando lo tiene se da cuenta de que necesita mucho más.

El neorrealismo puro dura muy poco, pero ha influido tanto porque nos pone ante la necesidad de pensar qué es lo real, dónde está la vida. Este proceso lo inicia, con la deformidad de la mirada, Valle en sus Luces de bohemia, donde se destila sordidez humana, esa humedad pringosa en las paredes de una buhardilla que hace imposible no mirar con conmiseración al prójimo, apartando la repugnancia por un momento. El grotesco surge de la realidad misma. Somos nosotros, pobres mortales, riéndonos de nuestra condición pre-cadavérica. Pero riéndonos, al fin y al cabo.

Continúa la autora de una a otra orilla y va desmenuzando los pormenores simbólicos de las mejores películas de Bardem, Azcona, Berlanga, señalando al cada vez más esclarecido lector sus raigambres italianas, sus concomitancias de ida y vuelta. Las confluencias que nos hacen formar parte de eso que Valle-Inclán preconizó para el cine hispano: lo mediterráneo como mirada y realidad primordial.

El grotesco

Partearroyo utiliza la expresión «el grotesco», en lugar de «lo grotesco», como quien dice «el surrealismo» o «el Renacimiento», y escarba en la tierra húmeda, apartando malas hierbas y buscando las raíces, y reflexiona así sobre el carácter universal y catártico del Carnaval. Indaga en la naturaleza esencial de la pantomima, el slapstick, el títere y la polichinela, del teatro de varietés y la bufonada como medios necesarios de conexión del pueblo llano, del común de los mortales, con la verdad que reside en muchas facetas de este lacrimarum valle (puta vida, en román paladino).

La indagación de Partearroyo procede por pespuntes intuitivos, referencias al vuelo y saltos en el tiempo de un libro a una película, pasando por una obra de teatro, y nos envuelve en su pujante discurso de una claridad convincente, de un fervor que no suscita impugnaciones. Con un estallido aparentemente caótico–caos que queda desmentido, entre otras cosas, por la contundente bibliografía final–, la autora elabora un retrato puntillista en el que acabamos viendo qué significa el concepto «el grotesco necesario». Las referencias son múltiples, apabullantes incluso, pero el resultado es nítido.

Prosa sin prisa

Por último, he de nombrar lo primero que me llamó la atención de este libro: su estilo. Es difícil hoy día encontrar una prosa de tan apretada economía lingüística, con semejante tensión expresiva, con tamaña concentración de significado en el mínimo significante sin que resulte pedantona ni gafapasta, algo muy común esto último en los cinéfilos de festival.

A menudo, Partearroyo se eleva sobre el tema de su estudio y brilla con luz propia como escritora, dejándonos perlas que nos hacen desear más libros de la misma mano. Como botón de muestra y colofón les dejo un par de fragmentos:

De hecho, fueron tantas las provocaciones de la cinta (La dolce vita), que le valieron a Federico una resultona excomunión (60).

Ese último adjetivo vale un Potosí.

Cuando las máscaras caen y nos miramos las cicatrices, la risa vuelve a dejarnos desnudos (87).

Así terminan un párrafo y un capítulo. Y qué mejor manera de terminar esta página.

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