A través de todo el siglo XX, el escritor alemán Ernst Jünger dedicó su quehacer literario a levantar acta de un mundo en permanente transformación. No obstante, su obra trasciende el ámbito testimonial, pues en ella aparece planteada uno de los temas cruciales de nuestro tiempo: hasta qué punto, en mitad de la vorágine de las ideologías y del poder avasallador de la técnica, el ser humano, entendido en los términos en que lo ha moldeado nuestra civilización, puede sobrevivir como tal.
Fruto de su imaginación especulativa, nos queda una magna obra en la que la ficción narrativa se alterna con el ensayo filosófico, la literatura de filiación autobiográfica y los diarios. Tan vasto legado plantea al lector potencial que desee adentrarse en él dudas comprensibles acerca de por dónde abordarlo. Más aún si consideramos que la lectura de Jünger precisa de un grado de atención que sobrepasa los estándares a los que estamos acostumbrados.
Jünger es dueño de un universo muy particular, plasmado además en un estilo deudor por momentos de una más que apreciable exigencia conceptual, lo que puede derivar en una experiencia lectora hasta cierto punto frustrante. Sin embargo, si se superan esos escollos iniciales, el paso siguiente es acceder al núcleo de su visión del mundo y de la persona, y, en lógica consecuencia, aprender a valorar la grandeza de una figura que, tanto por su papel de testigo como por su genio visionario, representa una de las cumbres intelectuales del pasado siglo.
Por todo lo expuesto anteriormente, uno estaría tentado de aconsejar la lectura de sus diarios -cuya escritura le ocupó hasta casi hasta el final de su dilatada y fecunda vida- como vía de iniciación a su obra. En Jünger, tanto como su dimensión de artista, importa su faceta de observador minucioso de la realidad, una dimensión esta que, por lo demás, un deslumbrante dominio de la palabra escrita le permite de ordinario transmutar en arte. De ahí que sus diarios, lejos de constituir un mero acopio de anécdotas, se abran a una exposición integral de su pensamiento y nos permitan de paso asomar a una intimidad tantas veces puesta a prueba por el rigor de las circunstancias a las que fue sometida.
Al margen de los diarios, he aquí, en Los titanes venideros, un libro que por la naturaleza de su formato puede contribuir a descubrirnos al Jünger más personal. Se trata de una serie de tres entrevistas que, coincidiendo con su centésimo cumpleaños, el escritor alemán concedió en 1995 al periodista Antonio Gnoli y al filósofo Franco Volpi, ambos italianos. Los encuentros tuvieron lugar en la casa de Jünger, en Wilflingen (Alta Suabia), en el entorno natural que el escritor había elegido desde hacía años para vivir en un régimen de casi total apartamiento del mundo.
Incluso para quienes se cuenten entre los lectores asiduos de Jünger, el contenido de las entrevistas no decepcionará. La personalidad magnética del escritor, esa aura patriarcal que irradia la presencia de una figura que ha sabido sobreponerse a las múltiples turbulencias de la época y a los golpes tremendos que removieron los cimientos de su vida privada, despunta en cada respuesta a sus interlocutores. En un hombre centenario, asombra el temple sereno ante la adversidad, la disposición ascética de los pormenores de su acontecer diario, el ansia inextinguible de curiosidad y, ante todo, la impresión que sus palabras transmiten de haber alcanzado el fondo del abismo al que se ha precipitado Occidente y, no obstante, haber hallado el modo de trascenderlo.
El gran solitario, el hombre que ya en las postrimerías de su vida afirma que «La superación del miedo a la muerte es el deber de un escritor que se entrega: su obra ha de irradiarlo», deja, en la figura del Anarca que él mismo encarna paradigmáticamente, un testimonio lúcido y perdurable de lealtad irreductible a su propia conciencia: «El Anarca –dice- conoce y evalúa bien el mundo en que se encuentra y tiene capacidad para retirarse de él cuando le parece. Sabe que la libertad tiene un precio, y sabe que quien quiera disfrutarla gratuitamente da muestra de no merecerla. El Anarca no tiene sociedad. La suya es una existencia insular».
Una existencia insular mitigada por libros como este.