Enamorarse es colocarse en disposición favorable hacia otro, una disposición exagerada en relación al resto de los semejantes. Es validar de antemano su relato, asumirlo como propio. «Nos ponemos inicialmente al servicio de quien nos ha dado por querer», dice Javier Marías, «como si decidiéramos vivir en una pantalla o en un escenario o en el interior de una novela, en un mundo ajeno de ficción que nos absorbe y entretiene más que el nuestro real». El enamorado es un preso aquiescente del amado y siempre, mientras dure el proceso, estará abierto a entender, justificar y hasta exaltar las razones de aquel que es su predilecto.
Javier Marías falleció en 2022 sin el Premio Nobel que muchos le auguraban, pero se llevó el galardón inestimable, definitivo, de la admiración del gremio y una legión de lectores que sigue leyéndolo con devoción. Durante años viví enemistado con Marías. Más que enemistado, de espaldas a él. Mis primeras tentativas no habían sido buenas: aún asumiendo la calidad de su prosa, me exasperaba su estilo, el continuo coito interruptus de la acción, esa forma en rocalla con que avanzan sus libros. Me reconcilié con Los enamoramientos, una novela excepcional sobre el amor, sí, pero ante todo sobre el lugar inexorable de los muertos, la mutabilidad de nuestras certezas y pasiones y lo factible de todo relato y toda coartada.
La novela presenta, una vez más, una voz narradora en primera persona, la de María Dolz, editora, que cultiva una simpatía teórica por Miguel Desvern y su esposa, a los que espía en su desayuno en un café. Cuando éste muere apuñalado por un enajenado, María se acerca a Luisa, su mujer, y, a través de Luisa acaba enamorada de Javier Díaz-Varela, quien mantiene un oscuro vínculo con la muerte de su amigo Desvern.
Como en tantas otras ocasiones, Marías coge el thriller por las hojas para hacer algo distinto a una novela de género. La trama es, en suma, secundaria, un pretexto para ese afán especulativo del madrileño, siempre atento a escudriñar el alma humana en fondo y forma. Los enamoramientos, que de hecho podría titularse Las especulaciones o Las posibilidades, presenta un puñado no muy grande de escenas que dan pie a digresiones y debates. Cada escena añade un pliegue o resta un motivo, de manera que la premisa cambia. Marías analiza obsesivamente, con su cautivadora prosa, el lugar en el que se sitúan sus personajes en relación a lo que saben y lo que sienten y a lo que creen o les hacen creer.
«La ficción tiene la facultad de enseñarnos lo que no conocemos y lo que no se da», señala el autor. Y es en parte el cometido de este libro, que es también una glosa sagaz y apasionante de otros libros: Macbeth, El coronel Chabert, Los tres mosqueteros. A través de ellos y de las nuevas revelaciones de su propia historia, Marías se demora en estudiar los pasos de sus personajes y agota las posibilidades de cada escena con esa minuciosidad obsesiva de Conrad.
Junto con la hondura reflexiva y la astucia del autor para indagar en los motivos que nos damos y la ductilidad de los hechos, destaca un estilo literario que, en este libro, ha encontrado el continente perfecto. Es imposible darle respiro al lápiz de subrayar; el lector se ve obligado a mantenerlo en alto, a la que salta, resaltando párrafos enteros de altísima literatura. Cuando ya hayamos olvidado en qué año y con qué ánimo leímos Los enamoramientos, y qué sucede y qué no con sus personajes, incluso quiénes eran, seguirán iluminando la memoria un puñado de frases perfectas sobre el amor, la muerte, las certezas y las justificaciones.