Esta novela con la que Colson Withehead ha podido lograr su segundo Pulitzer -el primero lo obtuvo por una de factura similar, El ferrocarril subterráneo, hace tres años- es de una actualidad inusitada. Llega hasta el corazón de la división racial que sufre el país desde su fundación, un problema que, lejos de paliarse en las últimas décadas, se ha agravado. Como otros autores contemporáneos -por ejemplo, la africana Chimamanda Ngozi Adichie- los miembros de las minorías no dudan en cuestionar el famoso “sueño americano”, realizable únicamente para los privilegiados o para quienes tienen suerte, porque el resto debe afrontar una lucha sin cuartel contra los estereotipos y la marginalización.
Puede que la narrativa belicosa no sea acertada y que, en realidad, lo que explica la disparidad entre blancos y negros sea, más que los prejuicios, el resultado de una desigualdad anterior. Withehead tampoco entra en ello ni se pronuncia sobre los sucesos ocurridos recientemente, es decir, sobre la muerte de negros a manos de la policía o los disturbios. A través de un protagonista bien perfilado y que deparará sorpresas al lector, el novelista americano cuenta la historia de lucha y superación de quien es inocente, pero se halla inexorablemente cosido a ese cruel destino que supone estar siempre en el lugar equivocado.
Es un error lo que conduce al niño de color que sueña con un futuro, educado al calor de la voz poderosa de Martin Luther King, a la Academia Nickel, un reformatorio que asegura enderezar a quienes han perdido la senda del bien, aunque esto último exija los castigos menos educativos que quepa imaginar. Tampoco rodeado de la brutalidad, ni siquiera en el centro mismo de un infierno repleto de discriminación y hostilidad hacia quienes menos culpa tienen de su propia desorientación, Elwood Curtis, que es el nombre que Withehead da al protagonista, desencamina su voluntad de convertir el mundo en un lugar más humano o menos adverso para quienes comparten su mismo color de piel.
La prosa de Withehead es rica y la narración avanza y retrocede, en un empleo magistral de los flashbacks. A la infausta trayectoria biográfica de Curtis se une la de sus compañeros, en especial, la de Turner, que es el encargado de pinchar la pompa de jabón en la que vive ingenuamente Curtis. Una novela, en definitiva, rica y especialmente atractiva para entender el pasado reciente de Estados Unidos y su futuro más próximo.