“17 de noviembre de 2019. Por la mañana un virus desconocido entra en el cuerpo de un hombre de 55 años cuyo nombre también desconocemos. Por la tarde empieza el siglo XXI”. Semejante puñetazo abre Lo viral, un libro escrito con la urgencia de constatar que el mundo, tal y como lo conocíamos, había quedado noqueado por el coronavirus.
Jorge Carrión es un crítico cultural infatigable, con la oreja siempre en tierra para escuchar el tam-tam de las primicias editoriales, periodísticas, audiovisuales y tecnológicas. Ha escrito ficción (Los muertos) y ensayos sobre series de televisión (Teleshakespeare), sobre el ecosistema del libro (Librerías, Contra Amazon) o sobre su ciudad (Barcelona. Libro de los pasajes). En todos ellos, su mirada aspira a cubrir los 360 grados y, para ello, se afana en instaurar relaciones de lo más variopintas y provocativas entre invenciones artísticas, sucesos políticos, terremotos culturales y modas ideológicas.
Precisamente por eso su último libro resulta difícilmente clasificable. Emboscado en la apariencia de un (falso) diario, Carrión erige un ensayo que explora el concepto de viralidad, una metáfora multitasking: procede de la medicina, pero su significado ha ido mutando para adaptarse al ámbito informático, cultural o de las redes sociales. Así, mediante una escritura precisa, tersa, Carrión va disparando ideas y reflexiones que suturan su apariencia fragmentaria con hilo infeccioso, multiplicador: “los virus son los memes” (p. 11), “el virus es la telebasura” (p. 19), “la viralidad es matemática, de hecho: periódica” (p. 156) o “el virus, por supuesto, es la ficción: la literatura” (p. 21).
Lo viral se articula siguiendo la cronología de la pandemia, lo que genera en el lector una sensación de profecía autocumplida. Aunque produce un vértigo retrospectivo, es fácil verse en el espejo de aquellos primeros días de febrero y marzo, cuando la palabra rutina aún conservaba su significado y todo parecía sólido. Interrogar un tiempo tan crucial e inédito con el retrovisor de una tragedia aún humeante e inacabada habilita a Carrión para repensar el papel de la cultura, el ascenso imparable de las plataformas o la naturaleza de las apps. Son reflexiones inspiradoras y agudas que, aunque a veces caigan en modas que se esfumarán rápido, siempre invitan a darle la vuelta al calcetín, a echarse un paso atrás y buscar la vista panorámica.
Sin embargo, lo que insufla a Lo viral un aroma único, embriagador, es la potencia narrativa del autor. El formato del diario sabe trocar lo íntimo –la educación remota de los niños, la desinfección de la compra, las relaciones de escalera– en una experiencia universal. Hay entradas que se mastican por la finura de su prosa, pero su escritura es deliciosa, también, por la facilidad para dialogar con todo tipo de referentes. La voracidad cultural del autor regala un torrente de sugerencias que discurren del podcast zombi al dietario de Hannah Arendt, del redescubrimiento de la película Contagio al trantrán de Rosalía, de la conversación fragmentada de Whatsapp a las clases de Zoom.
Carrión cuenta que en los primeros días del confinamiento sintió miedo. Insomnio. La escritura le permitía un antídoto, una forma de buscar sentido a todo lo que estaba ocurriendo. Lo viral es un intento estimulante y atractivo por pensar lo inédito, por auscultar el presente desde la conciencia de que “el latido del devenir contemporáneo lo están marcando las actualizaciones de nuestros dispositivos” (p. 59).