Escuché hace poco a Ignacio Peyró decir que su crianza literaria debe mucho a las recopilaciones de artículos. En Un aire inglés manifiesta su predilección y entusiasmo por este formato, «de Azorín a Ortega, de Trapiello a Llop, de Morand al periodismo americano». Seguro que Peyró incluiría a más de una autora que hoy muchos ya reconocen y admiran como a los hombres de la época que cambiaron para siempre el panorama cultural español.
Desde el Siglo de Oro, la mujer ha explicado sus realidades a través de la expresión literaria en cualquiera de sus manifestaciones. La editorial Carpe Noctem acaba de publicar Lo que yo iba escribiendo. Las mujeres de la generación del 98, de Carmen Estirado. Un ensayo que va de mujeres, sí. Y de esperanza, libertad y valores. Un libro formado por historias y relatos de siete mujeres que han dejado su marca no sólo desde la literatura, la fotografía o el periodismo, sino desde un patio de escuela o la Residencia de Señoritas, dirigida por María de Maeztu, donde alzaron su voz desde Victoria Kent, directora general de Prisiones (no se pierdan la entrevista de Soler Serrano en A fondo, donde le pregunta si es feminista y ella contesta contundente que no, entre otras afirmaciones que hoy a más de una les provocarían sarpullidos) a Carmen de Burgos, Sofía Casanova o profesores de María, José Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno.
El legado que aporta cada una es diferente: María Lejárraga es el adiós al amor romántico; Sofía Casanova, la mujer profesional en el extranjero; Carmen Baroja habla de los privilegios, al ser hermana de Pío Baroja; Belén de Sárraga luchó por la emancipación en forma de cooperativa que podría dar independencia a la mujer y María de Maeztu crea esa habitación propia, a lo Virginia Woolf. Historias de mujeres que esperaron más de sus parejas y de sus compañeros. La decepción y la pérdida son los grandes temas de estas vidas que, siendo tan diferentes, poseen rasgos comunes: ser perseverantes y constantes, pues les movía una enorme pasión y el deseo de saber más. Se descubre así mucho talento olvidado, que ha dado como consecuencia la normalización de su presencia, de su conocimiento y de su reconocimiento en la actualidad.
«Todos recordamos los nombres masculinos que aparecían en los libros de texto cuando estudiábamos la Generación del 98», pero no fueron, ni mucho menos, los únicos. A su lado estaban mujeres como Josefina Carabias, primera mujer periodista profesional, cuyos artículos en forma de reportaje y entrevista, en los que reflexionaba sobre trabajo, pobreza e infancia, convivían con otros de la crónica social diaria. Textos tocados con la más fina ironía, hablando de cine, o aquellos de tono costumbrista; Joyas como La primera Feria del Libro del Paseo de Recoletos, Los inconvenientes que presenta esa gentil primavera que los poetas cantan o los dedicados al Ateneo. Toda una constelación de escritoras, actrices, poetas, articulistas, traductoras, pintoras, compositoras e ilustradoras que escribieron guiones que llegaron hasta Hollywood, protagonizaron marchas por los derechos políticos de la mujer, fueron corresponsales de guerra e ideólogas de conceptos económicos como las cooperativas. Nombres, al fin y al cabo, que jamás conoceremos, porque decidieron que era mejor quemar sus novelas porque ¡bah… no merecían la pena!.
Lo de María Lejárraga, casada con Martínez Sierra, se define como una herida sin cerrar. «Fue romanticismo de enamorada», justificó ella, que inspiró a Manuel de Falla. Fue una relación que se fue cocinando a fuego lento a través de colaboraciones, al principio pequeñas, hasta grandes éxitos como El amor brujo. Así, María luchó por una igualdad de la mujer fundada en dos pilares: educación e independencia. A Carmen de Burgos le propuso Augusto Fernández de Figueroa, director del Diario Universal, «usted debería firmar Colombine». Prodigó su buena pluma en múltiples obras pero ocupó un lugar «tan sólo» por ser la amante de Ramón Gómez de la Serna, ¡qué de actualidad este argumento!
¿Y qué me dicen de Sofía Casanova y María de Maeztu? Sofía fue la voz de la mujer en la Guerra durante la primera mitad del siglo XX. Desarrolló un pensamiento único y valiente que se traducía en sus apasionantes crónicas. Desarrolló también una labor humanitaria, ofreciéndose como enfermera, pero en sus escritos destacaba el lado menos visible, a través de la mirada de las mujeres que quedaban con los niños esperando a sus maridos: «todas las guerras habidas y por haber son, para mí, prueba irrebatible de la bancarrota espiritual de la humanidad»… Cartas a las mujeres de España, de María Lejárraga o La mujer moderna y sus derechos, de Carmen de Burgos, fueron obras tremendamente adelantadas en cuanto a la conquista de los derechos de la mujer. Asimismo, María de Maeztu hizo del pensamiento su razón de ser: «Lo que cambiará el rumbo del mundo será la educación de la mujer», afirmó.
Fueron mujeres que vivieron en un mundo al ralentí, y Benito Pérez Galdós trasladó esta realidad en Tristana: «¿Y de qué vive una mujer no poseyendo rentas? Si nos hiciéramos médicas, abogadas, siquiera boticarias o escribanas, ya que no ministras y senadoras, vamos, podríamos…; pero cosiendo, cosiendo… Calcula las puntadas que dar para mantener una casa… Di otra cosa: ¿y no puede una ser pintora y ganarse el pan pintando cuadros bonitos?… ¿Y no podría una mujer meterse a escritora y hacer comedias…, libros de rezo o siquiera fabulas, Señor?». Esa sensación de no pertenencia a ningún lugar, ese sentimiento de no encajar en ningún sitio. La enseñanza que te queda es que dejarse llevar por los sentimientos no es buena idea.
Parecía que había un desierto, un vacío, en el que las mujeres no entraban. No hace mucho pude charlar con el dramaturgo Alberto Conejero, director del Festival de Otoño de Madrid. Para Conejero, el feminismo es sobre todo una oportunidad de multiplicar subjetividades: «El teatro, precisamente, lo que hace es anular la idea de género. Es el ser humano lo que debe prevalecer. Lo que no habría que reproducir serían lógicas binarias: un teatro de hombres y un teatro de mujeres; no. El teatro versa sobre seres humanos».
«En las últimas décadas se está desempolvando del olvido el trabajo y la aportación artística de estas mujeres». Tanto en la Biblioteca Nacional como en los archivos regionales, se está empezando a añadir la coletilla «colaboradora».