He aquí la historia de un hombre detestable. Destestable según los cánones que rigen la moral biempensante, pero detestable también, por momentos, según la moral a secas. Un ególatra inconforme con su vida y decidido a arriesgarlo todo en busca de su estrella.
He aquí la historia de un hombre admirable: audaz, talentoso, ascético, imbuido de una desconcertante tendencia a ponerse siempre del lado de los perdedores. Un hombre de acción y, a la vez, un escritor notable. Un trotamundos descastado y, simultáneamente, alguien que sufre como pocos cuando comprueba el abismo de degradación en que, tras la caída del comunismo, se ha hundido Rusia, su patria.
Esta amalgama de contradicciones se proyecta sobre su peripecia vital y, aparte de hacer de ella una aventura extraordinaria, le sirve al autor del libro para justificar su interés por el personaje: “Se preguntó si habría muchos hombres como él, Eduard Limónov, cuya experiencia incluyese universos tan diversos como el de preso de derecho común en un campo de trabajos forzados a orillas del Volga y el de escritor de moda que se mueve en un decorado de Philippe Starck. Llegó a la conclusión de que no, sin duda, y extrajo de ello un orgullo que yo comprendo, que es incluso el que me ha despertado el deseo de escribir este libro”.
No es de extrañar ese deseo. Para un escritor como Carrère, que sabe destilar hasta de lo más bizarro materia literaria de muy alto nivel, la figura de Limónov resultaba una tentación demasiado poderosa. Pero lo que escribe no es una biografía al uso. En los libros de Carrère es Carrère quien está en el centro. Hay que aceptar esta singularidad de partida para adentrarse con buen pie en sus creaciones. Carrère esta siempre allí, con discreción la mayor parte de las veces, pero sus tramas no están cosidas con la fría imparcialidad del cronista, sino filtradas a través de su propia escala de valores, de su manera concreta de ver el mundo. El resultado, en el caso de Limónov, es una historia llena de desmesura, rabia e intensidad, como el personaje que la protagoniza, áspera y sensible, cruda, sórdida, ambigua y, a su manera, extrañamente heroica.
No en vano, es el anhelo de heroicidad lo que vertebra la vida de Limónov: “La única vida digna de él es la de héroe –escribe Carrère-, quiere que el mundo entero le admire y piensa que cualquier otro criterio, ya sea la vida de familia tranquila y armoniosa, ya sean las alegrías sencillas, el jardín que cultivas al amparo de las miradas, son justificaciones de fracasados”. El ansia por sobresalir se convierte en Limónov en una pasión enfermiza. Pero es también la obsesión de la que obtiene la energía necesaria para no claudicar en las circunstancias más adversas. Un intento de suicidio, con apenas veinte años, lo lleva al psiquiátrico. En 1968 se instala en Moscú y allí no piensa en otra cosa que en impresionar a todos con sus versos. Su sed de reconocimiento es excluyente: “No le gustan los cultos profesados a otros. Piensa que la admiración que le dedican se la roban a él”. Entre 1975 y 1980 está en Nueva York. Allí verá cómo, en compañía de su bella novia rusa –que lo abandonará unos meses más tarde- sus expectativas de incorporarse al mundo de los ricos terminarán esfumándose. Entonces, con todo perdido, en lo más bajo y arrastrado de su experiencia de exiliado en un país que ni comprende ni le gusta, recostado un día sobre la hierba de un parque, se le ocurre empezar a escribir la historia de su vida. Ésa será su salvación.
Limónov resulta una obra fascinante porque su personaje, tal y como acierta a retratarlo Carrère (pedenciero, megalómano, indomeñable, salvaje), lo es sin duda. Pero además aporta un valor añadido: su biografía sirve de hilo conductor para guiarnos a través de algunos de los más convulsos escenarios donde se ha escrito la historia reciente de Europa. La novela adquiere por esta vía un cariz de documento vivo, pues es el propio protagonista quien se sitúa en el meollo mismo de la Historia, con mayúscula, y al que incluso vemos entablar relación con algunos de los personajes que forman parte esencial de los acontecimientos que han desgarrado nuestro continente. Desde esa perspectiva, la historia compone un mosaico que se va completando a medida que nuevas piezas hacen su aparición en escena: Solzhenitsyn, Milosevic, Arkan, Gorbachov, Yeltsin, Duguin… para finalizar con Putin, la última figura en agregarse al drama.
Con todo, quizá el aspecto más profundamente conmovedor de Limónov, y donde su carácter acredita una cierta cualidad expiatoria, estribe en lo que atañe a su relación con las mujeres. Es ahí donde se deja adivinar la vulnerabilidad del personaje. En lo que ama fuera de sí mismo reside la fuente de su debilidad. Tanto en la Rusia a la que regresa en plena hecatombe por la anarquía económica de la era de Yeltsin como en esas mujeres en las que busca un punto de sujeción que una y otra vez se le escapa. Una debilidad, por lo demás, a la que intentó sobreponerse desde niño, desde que precisamente una mujer, su madre, consciente del ambiente de brutalidad en que estaba destinado a crecer su hijo, le comunicó la lección decisiva que iba a marcar su existencia: “Comprende una cosa esencial, y es que hay dos clases de personas: a las que puedes pegar y a las que no puedes, y que éstas no son las más fuertes o las mejor entrenadas, sino las que están dispuestas a matar. Éste es el único secreto, y el amable y pequeño Eduard decide pasarse al segundo bando: él será un hombre al que nadie pega porque se sabe que puede matar”.
Limónov: un personaje inclasificable, un libro asombroso.
Un libro asombroso, inclasificable. Y conmovedor. ¿Cómo hay que considerarlo? ¿Como una novela? ¿Como un retrato? \"Limónov no es un personaje de ficción\", nos advierte Emmanuel Carrère. Existe y yo lo conozco. Entre las mil y una maneras de existir, hay una que consiste en escribir historias. Y otra, no menos perdurable, que consiste en ser el héroe de una de ellas.
Mucho más que el retrato de un hombre inverosímil, es una historia de los últimos cincuenta años de Rusia. Y contiene páginas memorables.
Una novela de aventuras y una travesía por la historia rusa. Imposible soltarla, porque está escrita con un tono seco y crudo, con frases de una densidad fulminante, repletas de detalles explosivos.
Audaz y apasionante.
Un libro excepcional. Carrère firma una deslumbrante narración biográfica con la engañosa apariencia de un espejo deformante.