Fórcola fía al subtítulo el éxito de un libro cuyo nombre no servirá de ejemplo en las escuelas del márquetin de bestseller. Consuela que la obra es una escuela en sí misma y que los grandes habitualmente pasan al recuerdo por su apellido. Aquí, en su apellido —Guía para perplejos—, es donde reposa la idoneidad de Las cosas de la vida.
Amorós, autor de sobra conocido y habitual crítico taurino en ABC, le reveló a J.A. —chisporroteante Seagram’s tónica mediante— que el germen de esta guía es la relectura. Las cosas de la vida se compendian en poco más de una treintena de capítulos. Su valor queda repartido a partes iguales entre el tema central de cada uno —el silencio, el arrepentimiento, la boutade del éxito sin esfuerzo, la tradición heredada, el entrenamiento de la memoria, la eternidad o la espiritualidad— y las citas.
Un sinfín de ellas encuentra el lector en Las cosas de la vida. Asistirá atónito a una reunión exclusiva y variopinta entre muertos y vivos. Amorós traza «unas pocas palabras verdaderas» con el pasado para dotar a su obra de un carácter atemporal. Un diálogo imperceptiblemente ordenado, en el que saca a relucir lo mejor de su cultura, que es la nuestra.
¿Lo apasionante? Recrearse en la atención delicada, cuasi maternal, con la que Amorós habrá releído estas obras y repasado sus notas conservadas. Agarra al lector de la pechera y lo zarandea de Lalanda a Diógenes, de Zweig a Irene Vallejo, o de JRJ a Shakespeare. Esto al tiempo que abre un hueco para sus maestros más personales. Y todo sin ruborizarse —quién osaría epatar autores de monta tan dispar—, presto de la confianza exclusiva del que conoce su jardín por haberlo cultivado con mimo.
Decíamos que lo atractivo era el subtítulo, Guía para perplejos, porque es en la perplejidad donde yacemos. Lector que se reconoce perplejo e indefenso ante el estímulo barato, sírvase de Las cosas de la vida y sitúese ante este periplo humanista como punto de partida hacia una cultura eterna por redescubrir.
Como acostumbra el patrón de Lo leído y lo liado, este libro obliga a recopilar algunas de las citas recogidas por Amorós, aunque sea sin orden ni concierto:
«Los hijos se educan por lo que el padre es, no por lo que el padre dice».
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«Señores, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño hay pájaros de hogaño».
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«Nadie es una isla, completo en sí mismo».
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«Cuando vibres todo entero
soy yo, lector, que en ti vibro».
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«Naturalmente, esto no es una novela, sino la purga de mi corazón».
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«Ignora dónde irá a parar pero, si no tuviera la esperanza de que alguien lo recogiera, no lo hubiera escrito».
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«Los hombres aprenden poco de la experiencia de otros».
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«Conviene apuntar muy alto porque luego, inevitablemente, nuestra flecha trazará un arco y acabará cayendo más baja».
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«¡Qué gran fiesta, señores, comprender!».
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«¿Es verdad que la lucidez no enfría nuestra pasión?».
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«Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad, siempre avanzando,
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
habrá poesía».
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«Tantas prisas tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad, que olvidamos lo único realmente importante: vivir».