X
Reseñas
literarias
E.B. White

La telaraña de Carlota

por:
Paula Fernández de Bobadilla
Editorial
Destino
Año de Publicación
2017
Categorías
Sinopsis
Wilbur es un cariñoso y tímido cerdito que se hace amigo de una hermosa araña gris llamada Carlota. Un día Wilbur se entera del destino de los cerdos de la granja y el mundo se le viene encima. Pero su amiga está decidida a salvarlo como sea. ¿Lo conseguirá?  
E.B. White

La telaraña de Carlota

En una viga de un granero de Maine había una telaraña que brillaba en las mañanas de niebla como si la hubieran tejido con unos finísimos hilos de plata. El granero estaba en la granja de EB White, escritor y ensayista de la primera hornada de colaboradores de The New Yorker y autor de La telaraña de Carlota (Destino, 2017), uno de los libros infantiles más queridos –y vendidos– de los últimos 70 años.

 

Durante varios días de aquel octubre de 1948, White se paraba cada mañana a observar la telaraña fascinado con la habilidad tejedora de su dueña, siguiendo el progreso nocturno de la araña con mucho interés. Una tarde, el escritor encontró a su amiga muy atareada con lo que parecía una bolsita hecha de algodón de azúcar del color de un melocotón. Tras mirarla con atención durante un rato, cayó en la cuenta de que lo que estaba viendo era un saquito de seda que la araña estaba tejiendo para poner sus huevos. A la mañana siguiente, el saquito colgaba del techo del granero y no quedaba ni rastro de la araña. White tenía que volver a trabajar a Nueva York pero no quería perderse el desenlace de su descubrimiento, así que separó el saquito del techo con una cuchilla de afeitar, lo metió con mucho cuidado en una caja de cartón y se la llevó con él. En Nueva York la puso sobre su escritorio y se olvidó de ella hasta que un día, semanas después, creyó ver por el rabillo del ojo que algo se movía. Al acercarse, se encontró con un espectáculo: cientos de arañitas minúsculas, casi invisibles, escapaban por los agujeritos que había abierto en la caja y lanzaban sus telas de araña por todo el apartamento, del peine al cepillo, del cepillo al espejo, del espejo a las tijeras de uñas. El escritor las dejó hacer encantado y convivió con ellas durante varios días hasta que la señora de la limpieza decidió que ya estaba bueno lo bueno y las quitó de en medio. 

 

Este episodio de las arañas le sucedió cuando andaba dándole vueltas a una idea para un libro. Hacía mucho que a White le preocupaba el lado moral del trabajo en la granja. Le incomodaba particularmente su relación con los cerdos que criaba, cómo pasaba de ser la mano que los cuidaba a la que los ejecutaba, y le producía una gran inquietud esta contradicción, que veía como una traición a la confianza del animal. Quería escribir un cuento en el que el cerdo viviese, pero no daba con la forma de salvarle la vida. Las arañas le dieron la clave.

 

La telaraña de Carlota relata la historia de Wilbur, un cerdito que consigue eludir dos veces el fatal destino que aguarda a todo cerdo de granja. La primera gracias a Fern, una niña de ocho años que se empeña en criarlo y consigue que su padre no lo mate aunque es el más pequeño de la camada. Y la segunda gracias a Carlota, una araña con unos modales y un carácter maravillosos que se hace amiga de Wilbur y lo salva usando una mezcla fantástica de ingenio, esfuerzo y generosidad. La historia es preciosa y está contada divinamente, con un estilo limpio y conciso que la hace aún más conmovedora, quizá porque no parece que esté escrita para niños aunque los protagonistas sean un cochino y una araña que hablan. White pone muchísimo cuidado en la forma y así, sin darnos cuenta, nos lleva al fondo: una reflexión sobre el paso del tiempo, la muerte y el milagro de lo cotidiano pero, por encima de todo, una celebración de la amistad, y de la sorpresa y la alegría que sentimos cuando encontramos un amigo.

 

La edición española de Destino usa una foto para la portada –que no es fea–, aunque generalmente prefiero las ilustradas: suelen ser más evocadoras y aguantan mejor el paso del tiempo. Además, en este caso la historia que hay detrás de las ilustraciones originales de Garth Williams me gusta especialmente –y no sólo porque usase a su hija Fiona como modelo para Fern, que es el tipo de detalle que me chifla–. Williams había intentado, sin éxito, trabajar como dibujante en The New Yorker, pero sólo había logrado que le publicasen algunas viñetas. Sin embargo, esta pequeña colaboración resultó ser providencial, porque allí fue donde White se fijó en él. Y cuando el escritor entregó a su editora de Harper & Brothers el manuscrito de Stuart Little, el primero de sus tres libros infantiles, le sugirió que probase a Williams para los dibujos. Ursula Nordstrom, que tenía buen ojo, le hizo caso y gracias a esta feliz coincidencia y al éxito de Stuart Little, Williams pudo dedicarse a ilustrar a tiempo completo el resto de su vida. De hecho, siete años después ya tenía tantísimo trabajo que tuvo que hacer un hueco para La telaraña de Carlota

 

White pensaba que los libros eran como personas que habían logrado mantenerse vivas gracias al cobijo de sus cubiertas, de ahí que hicieran tan buena compañía en los buenos y en los malos momentos. Un libro es, al fin y al cabo, un amigo, esa frase que de tanto usarla parece que ya no significa nada, pero que sigue siendo cierta para tantos de nosotros. Un amigo en el que encontrar aquello que ni siquiera sabíamos que necesitábamos, que nos acompañe en la soledad y nos sirva de refugio alegre, como le sucede a Wilbur con Carlota, como nos sucede desde niños con los verdaderos amigos, con quienes vamos tejiendo relaciones con hilos que parecen invisibles pero a los que, según dé la luz, podemos ver muy bien.

 

 

De qué va:
La improbable –y maravillosa– amistad entre un cerdito y una araña 
Te gustará si:
Te apetece leerte un libro de un tirón
Dónde leerlo:
En el suelo, encima de un montón de cojines
Acompáñalo de:
Algo que no se estropee, porque se te va a olvidar comértelo
También te puede interesar