Malos tiempos para ser sevillista. Al equipo le ha dado una pájara y ahora todos son pulgas. La cosa se agrava porque el Betis está de dulce, de modo que ya ni siquiera tenemos la desgracia del vecino, que hasta ahora no había faltado, para paliar la nuestra. En un principio no habría mucho de qué preocuparse porque la temporada es larga; el problema son mis niños. Con 5 y 6 años, José y Manuel no tienen muy claro lo del fútbol, aunque he de admitir, mea culpa, que tampoco he sido insistente. Son del Sevilla, sí, pero Manuel, por ejemplo, dice últimamente que primero es del España, y no consigo hacerle entender que son compatibles. José, por su parte, empieza a hacerse preguntas: no llega a entender que el Betis, si es tan malo como yo digo, gane tanto de un tiempo a esta parte.
Hay que andarse con cuidado porque atraviesan una edad crítica. Muchos de los defectos en la crianza son corregibles, pero en lo tocante a los equipos, un mal paso puede no tener marcha atrás. Mis hijos tienen que ser sevillistas a toda costa, lo cual, en realidad, apenas tiene que ver con el fútbol entendido como deporte. Pueden ser zurdos de los dos pies o vivir en la ignorancia de cómo funciona el fuera de juego, pero tienen que ser sevillistas. Lo contrario sería una traición a sus raíces. De hecho, y lo digo con la tranquilidad de que no va a pasar, sería preferible que acabaran siendo béticos a, qué se yo, madridistas. Lo primero sería una traición a su casa, lo segundo lo sería además a su tierra. Ser verderón es mal, pero es de aquí. Pero ser madridista en el corazón de Andalucía… no sé… bueno, lo sé, pero me lo callo.
Como fuere, queda claro que el fútbol no es solo fútbol, al menos en Europa y buena parte de América. Lo que quiera que sea entonces es algo que se discute: espectáculo, negocio, circo a falta de pan, medio para adormecer a las masas… Aunque no es el primero, el profesor Enrique Carretero, en su libro La religión esférica, lo liga no tanto a la religión directamente, y en ese sentido el título es equívoco, sino a la religiosidad, ya que el fútbol no está sujeto a un cuerpo dogmático, sino que más bien se trata de una cierta disposición que crea una comunidad por medio de unos ritos. En nuestro caso, la comunidad del sevillismo.
La tesis de Carretero parte de que la desacralización del mundo, así como la secularización de la sociedad, no pueden en última instancia desterrar lo religioso, el cual, al ser connatural al hombre, si se le cierra la puerta, entra por la ventana y siempre halla huecos en los que manifestarse. Así, cuando lo sagrado se seculariza, lo profano, o alguna parte de lo profano, en este caso el fútbol, se consagra.
De este modo, el partido de fútbol, especialmente en el estadio y en menor medida frente a un televisor, abre un paréntesis en el tiempo cotidiano y crea un contexto propicio para la excepción, tal vez para la liberación, en algunos casos incluso para la hierofanía. En una sociedad posreligiosa, el hombre sigue necesitando de lo que Carretero denomina un imaginario instituyente que facilite «una experiencia nueva de la realidad circundante», en la que abandonamos por un tiempo nuestra condición atomizada de individuos aislados, productivos, para diluirnos en una comunidad. En otras palabras, nos perdemos para encontrarnos, explicarnos, para procurar salvarnos.
Asimismo, este imaginario, amén de instituyente, es instituido en tanto que ha creado una asociación entre personas que, en lo que a mí respecta, queremos de forma vehemente que el Sevilla gane hasta el punto de que una parte de nuestra felicidad depende de ello. Ahora bien, que no lo haga, que no gane ni en los entrenamientos, como de hecho está pasando, no implica que podamos abandonar nuestra pertenencia, pues el vínculo es «íntimo, afectivo, emotivo y pasional». Como dice el autor, esta asociación «se distancia de los habituales criterios de maximización del interés o la utilidad por los que se rigen gran parte de las relaciones sociales». Y eso es precisamente lo que temo que aún no hayan entendido mis hijos. Lo dice el personaje de Sandoval en El secreto de sus ojos: se puede cambiar de todo a lo largo de la procelosa vida ―casa, cara, novia, religión…―, pero jamás de equipo, manque pierda, que dicen los de enfrente.