En cierto modo llego tarde a La levedad (Impedimenta, 2018), que ya tiene unos años, aunque en realidad creo que lo hago en el momento exacto. La historia de su autora, Catherine Meurisse, que se libró en una tabla de morir en el atentado de Charlie Hebdo, es bastante conocida: la mañana del 7 de enero de 2015 llegó tarde al trabajo y eso le salvó la vida. A lo largo de aquel año horrible tanto ella como el resto de los supervivientes se vieron obligados a afrontar la violencia de aquella matanza que los dejó sin algunas de las personas más importantes de sus vidas. En el caso de Meurisse, además, la búsqueda de un nuevo punto de partida, de algo sólido sobre lo que apoyarse para continuar, la llevó a emprender un viaje en busca de la belleza que puede leerse –y disfrutarse– aquí.
La introducción, de Philippe Lançon, otro de los supervivientes, dice un par de cosas que me apunto enseguida. La primera se refiere a la forma de mirar de Meurisse, que se refleja en sus ilustraciones, cómo no, que al fin y al cabo son el resultado de dónde posa su mirada, y que explica en parte el título del libro: “Catherine no opone jamás lo trivial y familiar a la creación y la belleza (…). Quita a la belleza todo el peso que con demasiada frecuencia nos impide disfrutarla”. Sospecho que Catherine y yo venimos de mundos muy distintos, y es probable que no nos hagan gracia las mismas cosas. Por eso leo sus cómics con un poco de sensación de vértigo, pensando que en algún momento voy a llegar a la viñeta que hará que lo nuestro –nuestra relación de lectora y escritora– sea imposible. Me pasó también al leer Los grandes espacios. Pero nunca llego a ese momento porque hay una calidez en ella que impregna todo lo que toca, que difumina lo que nos separa y me hace sentirla muy cerca a pesar de todo.
La segunda cosa que subrayo de Lançon también está presente en todo el libro: “Cada uno cuenta con sus pequeñas estrategias de supervivencia, aunque estrategia es otra palabra excesiva: cada cual se las apaña como puede, como un marino de agua dulce atrapado en una tormenta que lo supera”. Si yo hubiese llegado a este cómic en el año que se publicó en España, habría estado en un momento de mi vida radicalmente distinto al que estoy viviendo ahora. Creo que mi yo de 2018 habría pasado volando por encima de estas palabras y, desde luego, no habría leído la búsqueda de paz de la autora, su intento desesperado de recuperar la levedad, de volver a disfrutar de la vida, con la misma mirada de hoy.
Pero independientemente del momento vital en el que se encuentre cada uno, creo que este es un cómic para cualquiera que esté vivo y sepa leer. No todos hemos sufrido una experiencia tan devastadora como el atentado de Charlie Hebdo, pero ya se sabe que los problemas de cada uno no admiten comparación y que todos nos hemos sentido abrumados, angustiados, tristes, perdidos. Todos hemos tenido la sensación de que algo no tiene remedio, de que no se va a acabar nunca. Todos hemos sentido alguna vez que estamos avanzando por un túnel bien negro y larguísimo que parece que no tiene final. Y, como bien dice Lançon en la introducción, todos tenemos nuestros trucos para intentar escapar de la negrura –aunque a veces no haya más truco que aguantarse y dejar que pase el tiempo–. Así que de alguna manera este cómic está dirigido a todos nosotros.
Estéticamente, además, es una preciosidad. Me encanta el sentido del color de Meurisse, me gustan muchísimo sus ilustraciones grandes, a toda página, y la mano que tiene cuando se pone a copiar alguna obra de arte en serio. Me entusiasman sus cambios de estilo, su sentido del humor en medio de la desgracia más grande, su sensibilidad, su forma de relatar. Qué mujer, qué capacidad, qué buen gusto. La edición de Impedimenta es, como siempre, fantástica. Mi único pero, por ponerle una faltita, son las –falsas– guardas blancas, pero porque tengo una debilidad especial por las de color y tengo grabadas en la cabeza las azul petróleo de Los grandes espacios, que ya les recomendé vivamente hace unos meses. Si me hicieron caso entonces, háganmelo de nuevo y láncense a la calle a por La levedad. Si no me lo hicieron, láncense igualmente y háganse con los dos. Merecen la pena.