Éric Vuillard, uno de los novelistas franceses más reputados y premiados -ha recibido el Gouncort- de la actualidad, nos brinda esta aproximación literaria a la novelesca vida de Thomas Müntzer, el fanático protestante que galvaniza al campesinado y lo lleva a una guerra sangrienta contra los nobles germanos. Vuillard escribe con un estilo impresionista, en capítulos cortos, y muestra la efervescencia espiritual del la época, así como el alma justiciera del reformista religioso.
El deseo del escritor francés es afrontar un tema contemporáneo, el del populismo, apelando a sus raíces históricas. En este sentido, Müntzer tenía conciencia de que recogía un testigo bastante antiguo, es decir, enarbolaba el atizador político que, con anterioridad a él, habían empuñado Wykilf, John Bahll, Tyler o Hus, en Bohemia. Todos fueron considerados herejes y algunos llevados a la hoguera, aunque en esta decisión pesaron también motivos políticos, y no solo religiosos.
Vuillard expresa el fervor y el puritanismo que consumía el alma de Müntzer, desde que subiera por primera vez al púlpito. Hay un deseo de desinfección, de saneamiento y de pulcritud del mundo que lleva a estos radicales religiosos a la condena. Pero su figura es capaz de alimentar la misma rabia y pasión en las masas. Es este el peligro que descubre el lector: la posibilidad de que el virus del extremismo se contagie. Y si quienes se encuentran desheredados no reciben respuestas, puede aparecer un mesías que se arrogue su representación-
Porque a Müntzer no le bastan ni las enmiendas de Erasmo ni la reforma de Lutero. “Está sediento”, explica Vuillard, pero la sed que siente es la de la destrucción. En él, actúa la ira de Dios, tan violenta que es difícil diferenciarla de una fuerza demoniaca, y se dirige supuestamente contra la impiedad. Pero el pueblo lo interpreta como un mandato divino para imponer la igualdad entre los hombres.
Su error no estriba solo en que entiende de forma literal el mandato bíblico que exhorta a matar a los sacrílegos, sino que depende de una enfermedad del alma: el mesianismo y la intolerancia. Añade a su firma una apostilla: “Müntzer, armado con la espada de Gedeón”. Es un revolucionario, cuenta Vuillard, que organiza el levantamiento de los campesinos contra los señores. ¿Quién no encuentra entre los deseos igualitarios del revolucionario germano reivindicaciones extrañamente contemporáneas?
La novela de Vuillard es breve, pero de una tensión insuperable. La clave está en leerla no desde un prisma religioso, sino político, revolucionario, social. Leída así es una advertencia de lo que puede ocurrir cuando la conciencia de elección penetra en la contienda electoral y el líder reclama hacer la voluntad de Dios. O la justicia. Aunque perezca el mundo.