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Reseñas
literarias
Virgilio

La Eneida

por:
Jesús Beades
Editorial
Edaf
Año de Publicación
1990
Categorías
Sinopsis
La Eneida narra las guerras y desventuras que debió afrontar el piadoso Eneas a causa de los dioses, el destino, desde su huida de la incendiada Troya hasta su llegada al Lacio (Italia) llevando sus dioses patrios para fundar allí "la soberbia Roma".
Virgilio

La Eneida

Reino de Cordelia

Vaya por delante que no hay que ser un experto en grandes poemas de la antigüedad, ni latinista, ni historiador, ni cosa que se le parezca, para abrir La Eneida. Mi acercamiento a los versos de Virgilio se debe, primero, a la querencia por la poesía y, en segundo lugar, a la fe que deposito –cada día mayor– en la tradición, que consiste al fin y al cabo en el siguiente lema: millones de personas, a lo largo de los siglos, no pueden estar equivocadas. Un best-seller puede vender como churros, pero el siglo que viene no lo recordará, si no es bueno; y dentro de tres tampoco, si no es clásico. También por un afán conocer la propia cultura, porque nuestra civilización se funda en tres pilares: Grecia, Roma y la Cruz. Lo grecorromano como estructura jurídica y civil, como cauce por donde la Cristiandad (se entiende que judeocristiandad) se difunde a los cuatros vientos, llevando el amor a la Verdad y la Belleza a todos los rincones del mundo, recuperando a los autores clásicos, creando los estilos Románico y Gótico, fundando el método científico-experimental, las universidades, los Derechos Humanos, la poesía romántica y moderna. Sin Homero, sin Virgilio, sin el Cantar de los Cantares ¿qué narices entenderíamos sobre nosotros mismos? Todo está ahí, o casi todo. Así que no debería uno desdeñar el tocho de diez mil versos, por mera pereza. Miramos esta portada –esta bellísima edición nueva de Reino de Cordelia– y el tomo nos interpela, diciéndonos «¿Cuándo te vas a meter “para lo hondo”, perezoso amigo contemporáneo? ¡Deja de mirar los likes y los comentarios y sumérgete aquí». Esta edición nos lo pone fácil, aunque no tan fácil como el texto de la faja publicitaria nos promete.

¿Divertida la Eneida?

«Nos ha costado más de 2000 años lograr que te diviertas leyendo la Eneida», reza la faja del libro. Entendemos que el marketing obliga a prometernos el oro y el moro, porque lo importante es vender. Pero hasta en los eslóganes publicitarios se ha colado la desastrosa creencia falsa de los pedabobos de que hay que «aprender divirtiéndose». Mire usted: el Quijote es muy divertido, pero lo es para aquel que tiene cierta cultura (y esto ha requerido mucho tiempo y esfuerzo) y además hay que aplicar atención continuada durante mucho tiempo. El que busque divertirse encontrará estos requisitos inaceptables. Así que tampoco podemos pasarnos de guays y posmodernos; la lectura de un clásico de esta envergadura requiere una de dos actitudes: o bien se leen fragmentos sueltos, aquí y allá, como quien da buchitos a una inmensa tinaja de vez en cuando. O bien se hace uno un plan, como un canto al día, durante tres meses. Pero esto no es un novelón de suspense y trama palpitante que no podemos dejar y que nos provoca falta de sueño. Los clásicos nos cambian la mente, pero en obras de esta envergadura, además, van a contracorriente de la sociedad de la inmediatez y la atención a vídeos de quince segundos.

Vino viejo en odres nuevos

Esta edición, como decimos, lo pone más fácil. ¿De qué manera? Para empezar, hablemos de la traducción. Huelga repetir lo de traduttore traditore, y más para nosotros los castellanoparlantes. Hablar español no es más que un modo raro de hablar latín. Un español nunca encontrará en la sintaxis latina y en su vocabulario una lengua extraña. Es como ver los huesos del cuerpo de nuestro idioma, los raíles sobre los que nos han llegado, desde hace dos mil y pico años, la lengua que ahora hablamos y leemos. Tenemos esta ventaja sobre el hablante de lenguas no romances, sobre el inglés y el alemán. En la presente edición tenemos el texto original colocado en la parte inferior de la página, pero no en un cuerpo de letra diminuto; pequeño, pero perfectamente legible, algo no tan habitual en este tipo de maquetación (pienso en la poesía de Raymond Carver de Anagrama, qué pena). La versión española que ofrece Luis T. Bonmatí ha tirado por la calle de enmedio del endecasílabo, lo cual tiene sus ventajas y sus inconvenientes. En cierto sentido, el endecasílabo viene a ser un ritmo opuesto al hexámetro. La machacona cantinela –para nosotros, tras siglos de sonetos de once sílabas– que tiene el hexámetro latino se transforma en la suavidad italiana del acento en la sexta sílaba. El endecasílabo, además, tiene menos sílabas que el hexámetro y, por lo tanto, necesita un esfuerzo de compresión que no puede evitar del todo ciertas fugas de contenido; pero a su vez consigue algo muy importante: que el lector de poesía en español lo lea con naturalidad actual, como las traducciones de Ángel Crespo de la Comedia de Dante. Aunque bien es cierto que el Dante escribió su obra en endecasílabos. Esto tendrá sus detractores, claro, ya que convierte el sonido original en algo muy diferente, pero desde luego consigue acercarse, si no a una diversión descacharrante prometida por la faja, sí a una musicalidad agradable y cercana.

Una cuestión diferente, aunque relacionada, es la de la sintaxis. Sabemos que la estructuración de la frase latina tiende a colocar el verbo al final. Para los que no estudiaron latín en B.U.P.: como habla Yoda en Star Wars, o como tienden a hablar en español los vascos que hablan euskera. En las traducciones más relevantes de La Eneida ese literalismo o respeto excesivo al original –típico del XIX; he llegado a leer «decimoséptima centuria», volcando del inglés– convertía algunas versiones en verdaderos galimatías o trabalenguas. Es el tipo de enrevesada ordenación de los elementos de la frase, llamada hipérbaton, que cultiva Góngora en las Soledades, precisamente como búsqueda de semejanza con el latín, propia del culteranismo barroco. De nuevo, el purista echará de menos esto y dirá que la versión actual no es fiel. Pero es que lo que pretende no es sólo ser fiel al original sino que funcione como poesía en castellano. Y esto lo logra, desde luego. Es incluso «demasiado moderna», pero para el que tenga esta sensación hay un remedio inmediato, mirar abajo en la página y leer el original, utilizando la versión castellana como orientación y traducción literal. Las dos opciones son buenas. Yo recomiendo leer en voz alta los versos latinos, y luego la versión de Bonmatí. Así, poco a poco, acompañaremos a Eneas en sus viajes y, a la vez que fundamos Roma, haremos  nuestro propio viaje de inmersión lingüística, remando con dos remos diferentes, el hexámetro y el endecasílabo. Hasta que olvidemos todo acento y todo encabalgamiento y ya solo estemos inmersos en la aventura.

Los dibujicos

La edición, rotunda y de peso, es de una belleza notable. Las ilustraciones alivian mucho la vista en la extensión de versos y más versos. Ya la cuestión plástica va por gustos; estas ilustraciones de Federico del Barrio son de trazo suelto y movimientos ágiles, con figuras más expresionistas que realistas, en una línea de figuración que se ha frecuentado en los libros infantiles. Perros cubistas, paisajes esquemáticos, guerreros de cabezas diminutas y anchos torsos, con texturas de acuarela y un juego cromático muy bien elegido según la acción que se representa. Hay quien preferirá a Doré o, sin irnos tan lejos, una línea más clásica y detallada, estatuaria. Pero no se puede negar la cualidad de cómic moderno, expresiva y dinámica, de la propuesta de del Barrio; y, siendo una obra destinada a convertirse en referente editorial en el futuro, pienso que es una buena elección, que evoca en algo la Divina Comedia ilustrada por Miquel Barceló.