“El ser humano es fascinante y la manera en que nos relacionamos unos con otros es fuente inagotable de inspiración para mí”- dice Sara Mesa.
Si hay un tema que le interesa a la autora es el lenguaje y su función instrumental, la manera en que su uso modula el trato entre personas. Mesa es filóloga y su personaje principal en Un amor (Anagrama, 2020), Nat -Natalia-, traductora. A la escritora sevillana, aunque nacida en Madrid en 1976, le concierne el lenguaje como instrumento de comunicación, no de belleza. En su hacer rechaza el artificio, lo ornamental. Sin embargo, la novela que nos ocupa está “muy bien escrita”. Mesa es excepcionalmente profesional y cada palabra está en su sitio, cada línea ha sido concienzudamente trabajada.
Sara Mesa se declara una entusiasta del cuento como género literario. Como lectora y como escritora. En alguna ocasión ha explicado que durante un tiempo sustituyó el término “cuento” por el de “relato” porque en diversos ámbitos causaba la confusión con el cuento infantil. Dice que no se plantea diferencias a la hora de pergeñar uno y una novela. Si le sale más largo, va a la sección de novela. Si reúne 8 o 10, a la de cuentos (es autora del volumen de relatos Mala Letra). Y quizá éste sea uno de los problemas de Un amor.
La narración, en tercera persona pero desde la perspectiva de la protagonista, arranca en el momento en que ésta se traslada a una pedanía árida e inhóspita para comenzar una nueva vida. Eufemismo, claro está, de “huyendo de algo”. Si han leído ustedes a autores a medio camino entra la autoayuda y lo jesuítico –me dan ganas de insertar un “valga la redundancia” aquí- sabrán que uno no puede huir de las cosas cambiando de escenario porque el “yo” se muda con ustedes siempre.
La casa destartalada e inhabitable que alquila Nat es una metáfora de su vida, del entorno, del pueblo, de los vecinos. Sara Mesa logra recrear -a la manera de Dostoievsky– la asfixia, la atmósfera densa y tensa que respira. Pero no es la mala elección del lugar lo que atrapa a la protagonista en una ratonera; su cepo interior resulta, si cabe, más desconcertante y angustioso. De manera intencionada deja a la protagonista sin posibilidades de redención y a los lectores sin asideros. El paisaje -el calor- repele la placidez, desmonta cualquier atisbo de belleza que resida en el imaginario de lo bucólico; los vecinos, todos y cada uno, están caricaturizados, dibujados para la miseria. La ausencia de matices impide tomar parte. Tan solo un perro asalvajado y una vieja demente se presentan como intrusos, heraldos del bien en un panorama de sospechas, maldad y embrutecimiento moral e intelectual. La protagonista es incapaz de plantar cara al hostigamiento del prójimo por falta de recursos internos. Carece de la más mínima asertividad y exaspera. La ausencia de vigor para defenderse no la hace cómplice de lo inadecuado del comportamiento soez y abusivo del resto pero no contribuye a nuestra empatía. Ese desasosiego es consciente y buscado por Mesa. Huérfano de referentes, el lector se compromete con una protagonista incapaz y la autora consigue la crítica machista. Aunque resulte un tanto manoseada y previsible en la presentación del problema.
Un amor no tiene nada que ver con el amor. Nat no posee la facultad de poner límites y exorciza su caos interior, sus inseguridades como mujer que se pesa en la balanza de la juventud y el atractivo físico, con una obsesión a la que llama amor. Tras comerciar con su sexo se embarca en una relación en la que está sola, en la que nunca hubo nadie al otro lado. Construye una historia en su mente, rebusca su salvación en ella, escarbando en cada rincón del otro y se desmorona cuando la realidad la desmiente. No hubo otro, y en cualquier caso, el otro no es un lugar al que escapar de uno mismo.
La autora explica así el título de su obra: “Lo titulé así porque la palabra amor es la más manoseada del mundo, pero no tiene nada que ver con esto. La historia surge de un sueño recurrente, de historias escuchadas hace muchos años y de imágenes que me asaltaron de pronto, sin explicación aparente, goteras en una casa, un perro atado a una estaca, el sonido de la lluvia en el tejado de un cobertizo o una mujer espiando los movimientos de la furgoneta de un hombre”
Ana Iris Simón y Sergio del Molino, en el tercer programa de Libro sobre libro conducido por Beatriz Rojo titulado La novela y el campo, nos hablan del territorio como un personaje más de la novela. La autora de Feria apuesta por volver a lo pequeño en un mundo cada vez más global y del Molino (La España vacía, 2016) nos recuerda que la novela rural ha sido una constante en la literatura española del siglo XX. Sara Mesa envía a su protagonista al campo, pero lo hace desromantizando la vida en él. No sólo se encarga de que los habitantes creen una comunidad siniestra y ficticia, ninguno es oriundo del lugar, sino que la descripción del paisaje, la atmósfera y el propio nombre del pueblo, La Escapa, no invitan a la idealización.
Para que el lector pueda sacar la cabeza de lo irrespirable, Mesa inventa un monte. A la manera de Tamarón en su Rompimiento de Gloria y el espléndido tributo a la sierra de Gredos, “las subidas al Glauco tienen esa función, la de mirar desde lejos o echarse a un lado”. Sin embargo, este mirar desde arriba, este escapar a la naturaleza para salvarse queda sólo superficialmente reflejado. Un amor es una buena historia escuetamente materializada. Sara Mesa trabaja siempre en lo íntimo, en las cuatro paredes, en lo poliédrico de los personajes, en la falta de acción. Pero -quizá por la extensión de la obra- con el retrato psicológico nos deja a medias. Esa frontera desdibujada entre el relato y la novela juega en su contra. Lo que en algunos casos es una virtud -se queda siempre a las puertas de los lugares comunes sin caer en ellos- la construcción de los personajes adolece de una pobre explotación. El final no contribuye a redondear una obra que, en un mundo de seres rotos, da portazo a la belleza y a la esperanza.
Un amor ha sido elegido como mejor libro del año por Babelia en 2020, lo que perjudica a la novela. Que algunos hayan comparado a la autora con Faulkner también le hace un flaco favor. Hay una legión de entusiastas. El libro va por su quinta edición. Se discute si es mejor que Cicatriz (Premio El Ojo Crítico de Narrativa), y Mesa es una buena escritora. Quizá, mejor sin las hipérboles.
«La escritura de Mesa reivindica en cada línea su estricto cariz literario» (Manuel Hidalgo)
«Una escritora muy sólida. Una escritura serena y vibrante a un tiempo» (Francisco Solano)
«Es una escritora como pocas, pues siempre logra establecer una atmósfera turbadora en sus historias» (Eric Gras)