X
Reseñas
literarias
Italo Svevo

La conciencia de Zeno

por:
José María Contreras
Editorial
Ulises Editorial
Año de Publicación
2015
Categorías
Sinopsis
Aunque sea estricto contemporáneo de Gabriele D`Annunzio e inicie su obra en el final del siglo, Italo Svevo (1861-1928) está en realidad más relacionado con ese selecto grupo de grandes autores, nacidos en la década de los 70 y los 80 del siglo XIX, que entre las dos guerras mundiales llevaron a cabo, desde muy distintos supuestos estéticos, una total renovación de la narrativa europea. Piénsese en Marcel Proust, James Joyce, Robert Musil, Franz Kafka, Paul Morand o Benjamín Jarnés, por citar sólo unos pocos nombres. Su obra de más empeño es, sin duda, La conciencia del señor Zeno (1923), y también la más difundida. De esta novela, en castellano, se han hecho, al menos, cinco traducciones; la primera de las cuales, la de Atilio Dabini, realizada en 1953 para la editorial argentina Santiago Rueda, rescatamos ahora en Ediciones Ulises.
Italo Svevo

La conciencia de Zeno

La conciencia de Zeno ha sido editada por Cátedra, lo que significa que es un clásico. Y reseñar un clásico no tiene mucho sentido. A lo sumo puede achucharse un poco al lector reacio, pues basta que un libro venga con una introducción de un catedrático y sus notas al pie, para que nadie se atreva a leerlo. Libro consagrado, libro rematado. Muerte por filología.

No ocultaré que la novela de Italo Svevo (Ettore Schmitz) ha sido destripada por varias tesis doctorales y los estudiantes italianos tienen que saber su importancia en el devenir de la historia de la literatura, pero, aun así, merece ser leída.

El libro, que ahora estará en Cátedra pero que el autor tuvo que costear de su bolsillo, es siempre, es solo, Zeno Cosini, narrador y protagonista. Pasan cosas, hay hechos, pero todos absorbidos por el agujero negro que es el señor Cosini, despreciable y divertidísimo. Patrón de los ególatras, los injustos, los hipocondriacos y de todos aquellos que opinan que cualquier modelo cosmológico es una chapuza mientras no ponga su ombligo en el centro.

Eso hace que la visión del narrador sea muy limitada, al fin y al cabo jamás ha estado fuera de sí mismo, ni siquiera de visita. No obstante, esa concentración alcanza hallazgos que a un personaje más aireado le pasarían desapercibidos. Tanto cocerse en su propio caldo, tanto inhalar su propio aliento, tenía que desembocar en alguna parte, aunque fuera dentro del propio Zeno Cosini.

Y es ahí, dentro de sí mismo, el único lugar que Zeno conoce, donde da con una clarividente conclusión: la conciencia es enfermiza, y a más conciencia, más enfermedad. Es una idea hipocondriaca, vale, pero también es verdad. Piense en su respiración. O mejor, no lo haga, porque como lo piense, como un fogonazo le recuerde que ha de meter aire en los pulmones para seguir viviendo, se vuelve una actividad trabajosa y extenuante. Los pulmones que hasta ese momento eran de lo más discretos, ahora están ahí, flácidos, defectuosos. El aire, pensado, escasea. Si piensas en respirar, no respiras, o respiras de mala manera. La salud, por tanto, ha de ignorarse. La salud es ignorancia.

Sin embargo, aunque pensarnos enferma, enfermar es la única manera de conocernos. La salud es fruto de la inconciencia, cosa propia de animales. También de la esposa de Zeno: “…supe que ella ni siquiera sabía qué fuese la salud. Ésta no se analiza a sí misma y ni siquiera se mira al espejo. Sólo nosotros, los enfermos, sabemos algo de nosotros mismos”. Y claro que admira la naturalidad con que su mujer se maneja por el mundo, pero no la envidia porque la salud le abajaría al plano de los seres irreflexivos, al estrato inferior donde corretean, sin una sola idea en la cabeza, la gente saludable.

Y así vista, la enfermedad no es mala, sino consecuencia del progreso, del hito formidable de la autoconciencia. Por tanto, mientras más progresemos y más conozcamos, más enfermaremos, nosotros y el mundo que nos sostiene. De hecho, hemos progresado tanto que, según Zeno, el apocalipsis está cerca, asomando la patita. Porque el hombre, el hombre consciente, ya es el apocalipsis, lo fue desde el principio. Y de nada sirve ponerle remedio, porque pensar en remediarlo sólo adelantaría su advenimiento. El primer pensamiento puso en marcha la cuenta atrás… ¿Y no podemos hacer nada? Hombre, tanto como nada… Podemos pillar un buen sitio y disfrutar del espectáculo.

 

Temática:
nihilismo sanitario
Te gustará si te gustó:
No me tomes el pulso, diario de un hipocondríaco de María Víllora
Léelo mientras escuchas:
Sana sana, curita de rana
Acompáñalo de:
Una caja de probióticos
También te puede interesar