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Reseñas
literarias
Samuel Pepys

La alegría del exceso

por:
Nieves B. Jiménez
Editorial
Nórdica Libros
Año de Publicación
2021
Categorías
Sinopsis
Este diario titánico y minucioso sirvió para, entre otras cosas, leer algunas de las claves de la llamada Restauración inglesa. En él, Samuel Pepys comentaba eventos sociales, cuestiones literarias, criticaba a los políticos de la época y, sobre todo, desvelaba sin pudor toda suerte de intimidades: infidelidades, celos, dudas, la tormentosa relación con su esposa Elisabeth Al mismo tiempo, el registro de sus entradas diarias fueron esenciales para conocer los sucesos de su tiempo: desde la gran peste bubónica de 1665, que mató a cien mil londinenses el 28 % de la población, hasta la guerra contra Holanda, pasando por el gran incendio de Londres de 1666.
Samuel Pepys

La alegría del exceso

No salimos de Málaga y nos metemos en Malagón. Hace nada, agotábamos levaduras haciendo bizcochos por encima de nuestras posibilidades. El resto del tiempo, ahogábamos nuestras vidas en otras levaduras más fresquitas y con espuma. Ahora, una guerra dos pasos más allá nos quita las ganas de hacernos hasta un batido de frutas con sandías, y con el pollo a punto de volar — ¡Pío pío!— de nuestros lares. Así no hay menda que planifique menú, con la vitrocerámica siempre en horarios, en ¡Verde que era mi valle! 

Esta inquietud que me devora la aplaco con los sabios. Yo, que soy de cuchara hasta en agosto, me entiendo maravillosamente con Elena Santonja, pionera de los programas de cocina: «Yo no entiendo de cocina moderna, si utilizase el nitrógeno ese, mi cocina estallaría. Nada de espumas ni experimentos». Recupero entonces aquello de Churchill: «La imaginación es lo que nos consuela de lo que no somos. Y el humor  nos consuela de lo que somos», ya que lo de pegarse los atracones de Samuel Pepys, quien nos trae hoy aquí, es placer imposible, y de humor voy sobrada. Como no me fío de la gente a la que no le gusta comer, y menos aún de aquellos a los que no les gusta beber, he disfrutado del saque para comer y beber del cronista, funcionario naval, político miembro de los Comunes, secretario del Almirantazgo, miembro del Parlamento y presidente de la Royal Society, además de lujuriante y lujurioso hedonista. ¡Menudos festines pantagruélicos! Me he metido tanto en el papel que hasta voy vestida como para una cena en Dowton Abbey.

La literatura gastronómica va escalando espacios en las librerías; ríete tú de la primera línea de playa. La editorial Nórdica lo ha entendido a la perfección y ha publicado una antología gastronómica de Diarios, La alegría del exceso. Pepys era conocido por Diario, una obra compuesta por seis volúmenes, que escribió entre 1660 y 1669, y que fueron publicados 100 años después de morir. Toda una mirada grandilocuente del Londres de la restauración inglesa. Los que lo lean, se empaparán desde la gran peste bubónica de 1665 hasta la guerra contra Holanda, pasando por el gran incendio de Londres de 1666. Pero lo que nos interesa hoy es esa pasta gourmet, bon vivant, conoisseur y de gran comedor y bebedor de que está hecho Pepys, quien, desde luego, no tenía las papilas gustativas anestesiadas. Todos sus mecanismos masticadores manifiestan una enorme actividad desde el momento en que arranca su jornada y comienza a pergeñar cómo empleará las horas del día a base de placeres del buen yantar. Almuerzos notables y cenas más memorables aún, regadas con vinos de tronío y cervezas espumosas.

Pepys elabora toda una visión sociológica de la época. Igual te inflige un severo correctivo con sus sarcasmos que te invita al teatro Salisbury Court o Covent Garden a ver La doncella del molino o Enrique VIII, descartando a Shakespeare, al que desprecia refinadamente. No le es ajena la política — «nuestra flota se halla ahora en Lisboa y la reina no tiene previsto embarcar antes de dos semanas» — o lleva mercancías a Madeira con la flota de las indias occidentales; gusta del cotilleo sobre personajes conocidos de la época —«fuimos a Hyde Park allí estaba el rey  y en otro coche Milady Castlemaine saludándose cada vez que se cruzaban»—; le entusiasma Lady Castlemaine, amante pública del rey; cumple con la liturgia religiosa —«viernes santo: consistió la comida únicamente en sopa de pan y pescado»—; dirige la Royal Society y ama la música «una ciencia particularmente productiva y placentera, en cualquier estado de la vida, público o privado, secular o sagrado, da igual la edad o la estación, el talante o la condición de salud»—. 

Asistimos, ¡afortunadamente!, a una desdramatización de la cocina que suena a poesía, ¡como volver a los manjares del Siglo de Oro y a las cocinas del Barroco! Pero también desbarra en el exceso gástrico y en el descalabro etílico. Atesora en su bodega «trescientos veinte litros de clarete, doscientos treinta litros de vino de Canarias, un tonel más pequeño de vino de Jerez…». Lógico, no estaríamos hablando de Samuel Pepys, fundado en tajadas, vomitonas y resacas galácticas, porque inevitablemente «una digestión puede tener el empaque de una convalecencia», escribe Ignacio Peyró en Comimos y bebimos

Ejerce el buen hábito purgativo quitándose capas que no nos sirven para dar la bienvenida a algo mejor, purgantes, «para que me suelte el estómago», lavativas y vomitar en jofaina  —maravillosa lectura, por cierto, para recuperar vocablos y léxicos de la época—. Porque, «¿para qué vivir si no es con el fin de hacernos mutuamente menos difícil la vida?» coincidiría Pepys con George Eliot si la conociera. Así, celebra abundantemente el aniversario de su operación de riñón con los amigotes: «Tuve una cena bonita. Un par de carpas estofadas, seis pollos asados y una ventresca de salmón, caliente, para el primer plato; de segundo, budín de tanaceto, dos lenguas de vaca y queso; y estuvimos muy contentos toda la tarde, hablando y tocando la flauta». Luego que si históricamente la gota y los reflujos biliares…

Tampoco hace ascos a sentencias como las del Bloody Mary, «uno, poco; dos, bien; tres, poco». Homenajeando tabernas. Comiendo en ellas empanadas con jarras de cervezas de malta y de normal. Como todo se le queda corto, hace acopio de víveres para sus convites con amigos y recibe a los invitados en casa con Elizabeth, su joven esposa, que con sólo quince años es la perfecta anfitriona. Amada esposa, a su manera, ya que no esconde sus numerosos flirteos y adulterios: «Recibo cartas de fuera, entre ellas de mi esposa, que escribe con tanta frialdad que me preocupa. Me temo que me costará mucho hacer que recupere su buen humor habitual» ¡Vamos, que no se priva de nada!

Si es usted de los que tiene un paladar acartonado o se siente particularmente vegano, está avisado: ¡No me ponga el grito en el cielo cuando glose las bondades de la casquería!, con callos cubiertos de mostaza, lenguas, espinazo de ternera, entrañas de venado, ganso salvaje asado al fricandó, conejo y pollo, pichones asados, huesos con tuétano, empanada de cisne, cecina de jabalí de Jamaica, boeuf à la mode, cordero, carpa, paloma, langosta, lamprea, anchoas, la cuajada y el requesón —que no evitan la indigestión—, y alabanzas de una salsa para carne o pescado, además de ostras y mucho vino… No me extrañaría nada que más de uno termine convirtiéndose. Gusta cómo va seleccionando el lado tedioso de la cotidianidad y lo suple gozando con afán de los entresijos de la buena cocina

¡Arrójense a la alegría del exceso! Los olores y los sabores son siempre un regreso. Y recuerden que una de las mayores fortunas es tener gustos comunes. La vida así es más agradable y feliz.

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