La extraordinaria maestría de Joseph Roth se manifiesta en esta novela con especial lirismo y vigor. La historia de Mendel Singer, que abandona a un hijo tullido en su aldea natal para partir con el resto de su familia a América, sirve a Roth para retomar con sutileza la historia de Job y sus infortunios, la pérdida de la fe y la experiencia del sufrimiento. El antiguo y familiar libro bíblico adquiere, en esta elaboración contemporánea, nueva e inesperada fuerza. Cuando fue publicado en 1930, representó el primer gran éxito para su autor, consagrándolo como uno de los más grandes escritores de su tiempo.
Entre II Macabeos y el Libro de los Salmos, en el Antiguo Testamento, se encuentra el Libro de Job. La historia es bien conocida, y si no, todos hemos oído alguna vez la expresión “tener más paciencia que el santo Job”.
Es una de las lecturas bíblicas que más me gustan porque el diablo existe y hace su trabajo, el hombre protesta -hace su trabajo-, Dios habla, intervienen amigos metomentodo y al final acaba bien.
Dios permite al diablo arrebatar los bienes con que ha bendecido a Job para probar que su rectitud y fidelidad hacia Él no dependen de sus privilegios. Job, un hombre rico, con familia y salud, es despojado de todo.
Job es un hombre justo y no entiende a qué tanta desgracia. Ésta sólo puede provenir de Dios, dueño de nuestros designios. Se viste de saco, se cubre con cenizas y pregunta a Dios si no estará siendo un pelín arbitrario con él y, en cualquier caso, que le revele su falta porque él no la ve.
Entonces llegan los amigos a incordiar y decirle aquello de “algo habrás hecho, Job”. Dios le muestra a Job que Él creó todo y que no tiene por qué entender cada cosa que pase, da para el pelo a los amigos y -ante la fe que Job guarda en el sufrimiento- restituye todas sus pérdidas.
Si en el Fausto de Goethe resuena el Libro de Job, en el Job de Roth, clama.
La historia narrada en la obra de Joseph Roth guarda similitudes con la bíblica y con la experiencia personal del autor. El protagonista, Mendel Siger, es un judío ortodoxo que vive con su mujer y sus cuatro hijos en la Rusia Imperial (Roth nació en los confines del Imperio Astrohúngaro, en lo que hoy es Ucrania). Su precaria situación no mina ni su felicidad ni su piedad. Trabaja como maestro enseñando las Escrituras a una docena de niños del vecindario como hicieran sus antepasados. La relación con su mujer se deteriora y su hijo pequeño padece epilepsia y retraso del desarrollo pero las calamidades, exacerbadas por la pobreza y la situación de los judíos en Europa Oriental, no consiguen que Mendel ceje en su alabanza a Dios.
-Te comportas como un judío ruso, le dice Deborah, su mujer.
– Soy un judío ruso – contesta Mendel.
Un día aciago sus hijos son reclamados por el ejército del zar. Uno de ellos decide enrolarse y el otro desertar a Nueva York. Al mismo tiempo, Mendel Singer descubre que su hija sale con uno (o varios) cosacos. Todo parece desmoronarse en su mundo cuando el hijo que había emigrado les escribe comunicándoles que ha hecho fortuna y enviándoles pasajes para que se muden a los Estados Unidos. Mendel y su mujer ven la posibilidad de alejar a su única hija de la perdición y de escapar de la pobreza, pero, a cambio, habrán de dejar al pequeño tullido a cargo de una familia amiga. Sobre ellos pesa la profecía que en su día hizo un rabino a su madre: “Dentro de muchos años el niño se curará. No le abandones”. Y añadió, a modo de lección de vida para el resto de la humanidad, que: “El dolor lo hará sabio, la fealdad lo hará bondadoso, la amargura lo hará dulce, y la enfermedad lo hará fuerte”.
Las desgracias se suceden en su vida americana tras el estallido de la Primera Guerra Mundial. Mendel, un hombre bueno, justo y temeroso de Dios se rebela contra su sufrimiento. A diferencia de Job, decide abandonar la práctica religiosa, convencido de que nada puede hacer frente a la ira de un Dios que ha decidido señalar a un justo.
Como le ocurriera al Job bíblico, los amigos de Mendel acuden a consolar su desdicha y tratan de convencerle de que los golpes de Dios tienen un sentido oculto al hombre.
“Su corazón estaba enfurecido contra Dios pero en sus músculos aún vivía el temor de Dios”
Como le ocurriera a Joseph Roth, cuya mujer desarrolló esquizofrenia, la hermosa hija Mendel Singer es recluida en un manicomio.
El escritor también sufre por la patria tras la caída del Imperio, tras su exilio, en la vida errante, inquietud por la que se pregunta su protagonista en diversas ocasiones.
“Acaso América fuera una patria; la guerra, un deber; la cobardía, una vergüenza” – reflexiona Singer.
Finalmente, el curso de los acontecimientos, el giro de guión del Dios providente, del Señor de las sorpresas, hacen que Mendel Singer se reconcilie con su fe.
Pese a que, conociendo la biografía del autor (a grandes rasgos, porque Roth jugó al despiste proporcionando datos contradictorios sobre su vida) se detectan grandes similitudes con la experiencia vital de Mendel Singer, llama poderosamente la atención que el tema principal de la misma, el judaísmo como religión, no roce a Joseph Roth en su vida personal.
En efecto, el escritor era hijo de una judía austríaca a la que su marido abandonó antes de que él naciera, sufrió el exilio tras la llegada al poder del nazismo y su obra fue proscrita. Sin embargo, en una carta dirigida a Stefan Zweig, con quien coincidió en uno de sus múltiples lugares de residencia, le decía: “Mi judaísmo nunca me pareció nada más que un atributo accidental, algo así como mi bigote rubio -que lo mismo podía haber sido negro-. Nunca sufrí por ello, nunca me enorgullecí de ello”. Sin embargo, esta obra es una fábula, un cuento hasidico. Enfrenta las actitudes de Job y de su esposa acerca del problema del sufrimiento en relación a la Fe. Mendel Singer es un piadoso judío ortodoxo y toda su vida transcurre en esa clave.
Roth fue un exitoso novelista del período de entre guerras. Según los expertos, Job supone una transición desde el expresionismo alemán hasta la llamada Nueva Objetividad. Lo cierto es que es una pequeña joya escrita de manera sencilla y directa, una bella prosa que es concisa y lírica, descriptiva y emotiva al tiempo. La fina ironía que recorre la narración resulta sutil, no se burla pero acompaña y ennoblece el sufrimiento:
El asimismo autor de La marcha Radetzky (1932) o La leyenda del santo bebedor (1939) fue corresponsal del Frankfurter Zeitung, lo que le permitió viajar por Europa y cuyas experiencias están recogidas en libros como Años de hotel: Postales de la Europa de entreguerras. Estos viajes, además, hicieron abandonar el socialismo al otrora apodado “Joseph el rojo”.
Joseph Roth se convirtió al catolicismo como muestra de su adhesión y fidelidad a la monarquía astrohúngara. Pareciera que el declive de la vieja Europa fuera también el de Roth. En la semblanza que aparece en mi edición de Job, se cuenta que se suicidó a la edad de 44 años. En otras biografías, que tras un infarto de miocardio y una enfermedad pulmonar, murió en pleno delirium tremens causado por su alcoholismo. Sea como fuere, su entierro fue una reunión de católicos, judíos, comunistas y monárquicos. En su tumba se puede leer un lacónico “escritor austríaco muerto en París”.
Job acaba con una maravillosa enseñanza: “He cometido grandes pecados y el Señor ha hecho la vista gorda. Le he llamado ispravnik (policía en la Rusia zarista) y se ha tapado los oídos. Es tan grande que nuestra vileza resulta siempre muy pequeña”.