¿Cómo reaccionaría la mártir Edith Stein si un grupo de mujeres de la Resistencia y compañeras de reclusión le ofrecieran salvar la vida a cambio de su santidad? ¿Qué pasaría si dicho grupo hubiera planeado falsificar las listas de ejecución de los SS sustituyendo su nombre por el de un colaboracionista desalmado que trata de medrar a costa de sus congéneres? ¿Aceptaría o declinaría la oferta? ¿Cuánto vale la vida de un mártir, de un justo? ¿Y cuánto la de un ser despreciable y oportunista que roba, humilla y degrada al resto de prisioneros mientras le lame las botas al amo?
Pues bien, estas son algunas de las preguntas en torno a las cuales gira la novela Jantipa o del morir del insultantemente joven y prolífico filósofo Ernesto Castro que, junto a Lastenia o del saber y Perictione o de la libertad, constituye el proyecto de una trilogía platónica. Tal y como explica el autor en la presentación del libro (disponible en su canal de YouTube) la idea inicial era escribir unas “notas a Platón” con base en sus clases impartidas en la Universidad de Zaragoza, aunque tuvo que desechar aquello al llegar a la conclusión de que “no tenía ningún sentido escribir otro tratado doxográfico más acerca de qué opinaba Platón o de cuáles eran sus posiciones”. Espoleado entonces por el estilo platónico y reconociendo en el pensador clásico a “un gran dramaturgo de las ideas”, Castro se lanza a escribir el libro que tienen entre sus manos.
Un libro que, inspirado en el Fedón, expone su propia concepción de la muerte mediante la herramienta del diálogo caleidoscópico de un variopinto grupo de mujeres (que fueron personajes históricos y que logra caracterizar con perspicacia). ¿Pueden una gitana neopagana (Philomena), una protestante liberal húngara con dejes kantianos (Heda) y una comunista antifascista (Charlotte) disputar de tú a tú con una de las mentes más preclaras de la filosofía del siglo XX? ¿Lograrán convencer a la filósofa polaca de que la ejecución del deshumanizado Lindzin dejaría un mundo mejor? ¿Y de que, por el contrario, su muerte haría de sus vidas algo anodino? ¿No subyace acaso cierto egoísmo por parte de esas mujeres a la hora de privar a Stein de su martirio en aras de su propio interés como sus discípulos intelectuales?
Desde luego, las enseñanzas de la mística de origen judío fueron las de una vida como preparación para la muerte y no las de un aferrarse a la vida perdiéndola, afanándose en nimiedades como la última glosa a la fenomenología de Husserl.
Porque Stein hizo suyas las palabras de Mateo el Evangelista: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”, encarnándolas. Tomó la Cruz (no en balde decidió esposarse con Cristo bajo el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz) y le siguió hasta el calvario, digna de Él, despreciando los bienes terrenos, mirando a las “cosas de arriba”, perdiendo su vida aquel fatídico agosto de 1942 en el campo de Auschwitz (pocos meses después de que se decretara la llamada “solución final”) y encontrándola en el Amado.
“Jantipa o del morir” es en mi opinión un homenaje, una apología a una ética steiniana y a una estética platónica, un vals, un baile nupcial que oscila entre el drama del holocausto y la belleza de la idea. Un escenario límite en que -en palabras de Jantipa, la narradora- los reclusos “No éramos los héroes del campo; apenas los administradores de nuestra propia injusticia”, pero mitigado por la quietud de la noche oscura en donde “Las ideas abstractas nos servían como refugio”. Quizá un meta-diálogo ininterrumpido que interpela al lector no sólo por su prosa ágil y su capacidad “pedagógica” (sé que el autor detesta esta palabra), sino también por su capacidad de hacer brotar la belleza de lo grotesco (el campo de concentración), al tiempo que lo grotesco se abre paso imponiéndose a lo bello (por poner un ejemplo: “Si los santos os sacrificáis es porque os encanta veros disfrazados, travestidos de mártir”). Prueba de ello es el revelador testimonio que Charlotte Delbo (persona real que toma Castro para escenificar la perspectiva materialista) nos ofrece en sus Memorias sobre Auschwitz: “Es cierto que la muerte embellece”.
En definitiva, se trata de una novela que sobrevuela la historia de la filosofía -como el Mochuelo de Atenea- filtrando nociones básicas tales como la controversia materialismo vs. idealismo; el imperativo categórico; el modus tollens; el principio de tercio excluso o el acto supererogatorio, pero anidando únicamente en aquellas aporías que acompañan al Hombre desde que es Hombre.
Luna Miguel, la poeta, editora y pareja de nuestro autor, tuvo la amabilidad de compartir conmigo unas notas sobre la producción narrativa y lírica de Ernesto Castro. En este emotivo e íntimo texto en formato de epístola describe el libro “Jantipa” como “una oda al pensamiento en común”, poniendo en valor el carácter conversacional y el diálogo en lugar del monólogo. Quienes estén familiarizados con los videos-monólogo de YouTube de Castro (y más con el Castro performativo-excéntrico) se sorprenderán del tono de este libro en que, tal y como explica Luna, es “como si lo más reprochable de aquella manera de ser que dejaba entrever con su verborrea de antaño (…) se hubiera tornado en una actitud inédita, ahora generosa, erudita, calmada, comprensiva y plural. Bromea él en sus directos: ‘me tomáis en serio porque llevo traje y porque ya no me pinto las uñas’”. Yo, al menos, no puedo sentirme más identificado.